[Ensayo] «Tierno narrador»: Cuando escribo tengo que sentir todo dentro de mí

El discurso en Estocolmo de Olga Tokarczuk abre con una escena donde la madre de la ganadora del Nobel aparece representando a otro personaje: en el papel de contrabandista de una ontología perturbadora, una criatura que expande el registro del mundo humano, una persona armada con un actor no humano, una antigua radio de ojo mágico, gracias a la cual la futura escritora polaca se enteró de la existencia del cosmos.

Por Magdalena Barbaruk

Publicado el 5.7.2022

«Me perdí en su libro, lo que más amé fue lo que desconocía, que para ella es su naturalidad», escribió acerca de Los errantes (Bieguni) el poeta Manuel Sanfuentes.

Este testimonio de lectura cobró gran importancia para mí por razones ontológicas: ¿qué es aquello que permite crear un fuerte vínculo afectivo con lo desconocido, con algo tan lejano como el pasado, o con un país situado en el otro extremo del mundo?

Olga Tokarczuk afirma que se trata de la ternura. La misma que: «aparece cada vez que miramos con detenimiento a otro ser humano, a algo que no somos nosotros mismos», y es: «quizás un poco melancólico, un destino común».

El efecto de la ternura puede ser el responsable de la «densificación» del significado que ocurre en la ficción literaria. ¿Puede provocar también la «densificación» del ser? La respuesta es sí. Un muy particular tipo de tierna narrativa, densa en el testimonio. Densidad que se produce tanto por la esencia del proceso de construcción del testimonio como por su forma: la constelación.

No se trata de un caos narrativo, sino de un orden específico en el que los elementos adquieren propiedades epifánicas. Un testimonio cambiante en el tiempo —si es grande— puede revelarnos con frecuencia algo completamente nuevo (desde luego, el tiempo no es el único determinante de su transformación).

Aun si se asume la veracidad del testigo, el testimonio parece existir fuera de la contraposición entre la verdad y la fabricación. Me he permitido tomar, para su uso, las mencionadas «densidad» o «densificación» del eminente humanista e historiador de arte polaco Wiesław Juszczak, quien capturó la esencia del Dichtung alemán: que puede ser interpretado como fabricación (lo opuesto a la verdad), pero también como poesía: «En la palabra Dichtung, como en dichten, aún se deja escuchar el eco de su sentido primario u original: ‘densificación’, ‘densificar’, ‘ajustar con firmeza'».

La verdad que se presenta en las grandes obras plásticas y literarias se densifica, nos mantiene unidos a ellas, y esto reduce las distancias temporal, espacial y existencial. Juszczak logró plasmar sus reflexiones sobre el poder del Dichtung en el lienzo de El señor de los anillos, de Tolkien (como en la trilogía cinematográfica de Peter Jackson, de quien era un gran entusiasta):

«Aún me pregunto cuál es el quid de la cuestión. Con seguridad, en una primera lectura, caí en el engaño de volver a la infancia, o más en concreto, de recuperar la infancia que no tuve, o experiencias que preferiría borrar de mi memoria antes de volver a ellas».

Este medio permite disponer de estados cercanos a lo imposible o a la aporía (recuperar lo que nunca se tuvo). ¿Se debe a la misteriosa ternura de los medios? ¿Son tiernos todos los medios?

 

Un tipo de sacralidad desconocida

El humanista polaco Ryszard Koziołek, en su ensayo Piosenka ci nie da zapomnieć (La canción no te dejará olvidar), se preguntó: «¿A quién se refería Olga Tokarczuk cuando hablaba de un narrador tierno en la conferencia del Premio Nobel? No, no se trata de una persona tierna».

Esta «tierna metáfora» capturó de inmediato la atención del periodismo polaco, y su recepción se debió, entre otras razones, a la necesidad de quitar el tono de odio del discurso público. (Las disputas acaloradas e interminables sobre el «tierno narrador» pueden conducir a la tesis de que Tokarczuk usa las palabras de una manera específica, llamémosla «mitológica» en honor a Owen Barfield, ante la separación de los significados literal y metafórico).

El discurso de Tokarczuk, sin embargo, no fue de carácter pedagógico, solidario o maternal. Él abre con una escena en la que la madre de la ganadora del Nobel aparece representando a otro personaje: en el papel de contrabandista de una ontología perturbadora, una criatura que expande el registro del mundo humano, una persona armada con un actor no humano, una antigua radio de ojo mágico, gracias a la cual Tokarczuk se enteró de la existencia del cosmos.

El recuerdo de la fotografía de la madre sentada junto a la radio es, en mi opinión, el punctum del discurso del Nobel. Koziołek también escribe sobre los medios, pero para él la línea de transmisión de la memoria cultural es la fotografía, y un fragmento recordado de una canción popular alemana de la Segunda Guerra Mundial que su abuelo tarareó toda su vida. Nunca se preguntó por qué la tarareaba, la registró de manera «automática e inconsciente».

La sensibilidad de la película fotográfica es para los estudiosos de la literatura un marco de evidencia prometido por la objetividad del registro: «Una cámara transforma los sucesos del mundo viviente en imágenes químicas creadas por la interacción de la luz emitida por los objetos sobre material fotosensible. Esto registrará todo lo que encuentre en el cuadro y brillará con intensidad suficiente, independiente del objeto y su estado sensible».

La ternura de la radio conduce nuestra atención hacia una dirección diferente (menos epistemológica y más ontológica). Los sensores de las antenas, la capacidad de saltar de un lugar a otro y el inquietante desvanecimiento del sonido, hacen temblar la realidad.

En la película de Stanley Kubrick, 2001: Odisea del espacio, la inteligencia artificial rebelde Hal expresa antes de su desconexión: «Tengo miedo, tengo miedo, Dave, estoy perdiendo la razón, puedo sentirlo, lo siento, pierdo la razón, sin duda puedo sentirlo, sentirlo, sentirlo, tengo miedo. / Buenos días, damas y caballeros, soy la computadora Hal 9000, fui lanzada en Yorban, Illinois, el 12 de enero de 1992. Mi instructor fue el señor Langley, quien me enseñó una canción; si quiere la puedo cantar / si quiere la puedo cantar / —Sí, me gustaría escucharla, canta / Se llama Daisy…».

El ordenador canta cada vez más indistintamente, pierde ‘ternura’ y muere. Ocho meses antes, se había descubierto «vida» debajo de la superficie de la Luna: una señal en dirección a Júpiter envió un misterioso monolito. La radio de la foto de Tokarczuk y el marco rectangular de la obra de Viola se asemejan a este monolito: están más allá del tiempo y el espacio, más allá de lo sagrado y lo profano, y emiten un tipo de sacralidad desconocida.

Nótese que una de las imágenes teológicas de mayor impacto en los últimos tiempos, la de la serie El joven Papa, de Paolo Sorrentino, parte precisamente con la interferencia de una melodía en el receptor de radio.

Pío XIII —aunque papa y quizás hasta santo— es, según el antropólogo polaco Dariusz Czaja, ateo: un apofántico emparentado con el loco de La gaya ciencia, de Friedrich Nietzsche. Los problemas con la radio son un presagio de la conmoción que afectará a los devotos e idólatras católicos.

Las diferencias en la interpretación (motivos, acentos, personajes) del texto de Tokarczuk parecen minúsculas, sin embargo, el «tierno narrador» llevó a Koziołek al canto de guerra alemán de Lale Andersen, y a mí, al ícono de los nuevos medios: Bill Viola.

 

Incrementar el esfuerzo por ser humano

El 10 de diciembre del 2019, helaba en Wrocław, como corresponde a un invierno en Polonia. Mientras Tokarczuk recibía el Premio Nobel, yo atravesaba la Plaza Mayor. En una pantalla gigante, los habitantes de Wrocław observaban con mucha atención la ceremonia.

Me apresuré para llegar al WRO Art Center, donde me juntaría con Piotr y Violetta Krajewski para hablar sobre los treinta años de dicha institución, fundada por ellos mismos, que se ocupa de los nuevos medios. Ellos también veían la transmisión de Estocolmo momentos antes de nuestro encuentro.

Estando aún bajo el efecto del Tierno narrador, les pedí que resumieran sus propios logros. El mensaje ontológico de la interpretación de la foto de la madre y la relacionalidad que producía (el mundo más allá de su dimensión material), resultaron ser muy cercanos a ellos.

El uso profundamente humanista del medio por parte de la escritora, y su exposición, fue una especie de regalo de jubileo para el WRO Art Center esa noche. Bajo el simbólico auspicio de Tokarczuk, hablamos de muchas obras que se mostraron durante casi cuatro décadas en la internacional WRO Media Art Biennale.

Hace poco recordé que hace casi veinte años, Piotr Krajewski, durante las clases de arte de los nuevos medios en la Universidad de Wrocław, mostró a los estudiantes de estudios culturales las obras del músico y artista de los nuevos medios, el informático Jaron Lanier.

Lanier, un neoyorquino con raíces judías de Europa central, es el creador del término «realidad virtual», y es tan similar a la ganadora del Premio Nobel, que pareciera ser su hermano gemelo con rastas. Jenny Odell en su libro, cuyo título destaca por su intrigante negatividad, How to Do Nothing: Resisting the Attention Economy (Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención), cita la postura de Lanier en la que expresa la necesidad de: «incrementar el esfuerzo por ser humano». Me parece que esta es una línea muy cercana a la de Olga Tokarczuk.

La joven irreligiosa de la foto dotó a la escritora de un alma de tierna narradora. Tokarczuk afirma que girar una perilla de ébano puede acercar a una persona a la eternidad. Los pioneros de los nuevos medios de Wrocław fueron intuitivos y acertados en la búsqueda de nuevas formas de generación de imagen y sonido para un campo en expansión de expresión artística, autotélica y espiritual.

Los «medios», incluidos los últimos y recientes, influyen en el «factor humano», es decir, en la creación de una nueva y expandida humanidad. A modo de paréntesis, en la exposición Willmann.

Opus Magnum, de gran importancia para la historia de mi ciudad y región, Tokarczuk, más que a los lienzos gigantes con las pinturas de los cuerpos de los mártires cristianos, traídos a Wrocław con gran dificultad, elogió el trabajo en video que muestra el monasterio barroco de Lubiąż, donde Willmann vivió y trabajó.

La inmersión puede resultar más poderosa todavía en un lugar como Wrocław, destruida en el 70 por ciento durante la última guerra, y en donde viven únicamente personas desplazadas.

 

Las relaciones transitorias y efímeras

La obra de Bill Viola es un símbolo del vínculo entre los componentes existenciales y tecnológicos de la transformación de la realidad humana. Así que pasemos de Wrocław en diciembre a Suecia en mayo. En un día helado de mayo en la catedral de Uppsala, vi la obra Visitation, de Viola (2008), comprada en 2017 con motivo del aniversario del V Centenario de la Reforma.

El financiamiento provino de la Real Academia Sueca de Literatura, Historia y Antigüedades. El trabajo de Viola es capaz de conmocionar al visitante del templo, ya que el contraste es tan grande que roza la provocación. La capilla junto a la sacristía, en la que se halla colgada una pequeña pantalla, parece más una modesta habitación burguesa que un espacio sagrado.

Las paredes de la capilla están solo decoradas con un fresco en color miel de motivos florales. La composición se termina de conformar con las placas de suelo de piedra gris, el marco de las columnas y la ventana. Sobre un fondo oscuro, a la altura de la cabeza, contra un banco de madera, enmarcado y en alta definición, el video de Viola.

De la imagen nevada emergen lentamente dos figuras. Sus siluetas indistintas se materializan y adquieren color al entrar en contacto con la corriente de agua. Entonces apreciamos a dos mujeres de mediana edad, de apariencia banal y cotidiana. Una de ellas tiene el pelo canoso y de aspecto masculino.

El nacimiento de una persona que se consuma, de acuerdo con la fe cristiana, en el bautismo, aquí no tiene carácter ritual, sublime o inequívocamente gozoso (una de las mujeres llora). Sus cuerpos envejecidos sugieren que la transformación espiritual no está ligada a la infancia y abstraída de la carnalidad.

La obra adquiere literalidad: el bautismo se expresa mediante la abundante corriente de agua y la ropa mojada resalta sus atributos físicos. Visitation concluye de manera perturbadora: las mujeres se alejan, sus formas se desintegran, pierden sus colores y desaparece el efecto alta definición para dejarnos una imagen pixelada en blanco y negro.

¿Quizás son estos los paisajes en la tierra de metaxý? Es preciso volver al inicio de la conferencia de Estocolmo, a la primera foto recordada por Tokarczuk: «Desafortunadamente es una fotografía en blanco y negro, lo que significa que muchos detalles se han perdido, convirtiéndose solo en sombras grises».

¿Cuál es el sentido del medio?

La fotografía, el video y la escritura apoyan la memoria y otras funciones cognitivas, actuando al modo del mindware.

En Blade Runner 2049, del director Denis Villeneuve, el protagonista de la película, el oficial K (Ryan Gosling) tiene crecientes dudas acerca de quién es: si es un replicante o quizás el último ser humano nacido de una mujer, y a quien la gente que quiere destruir la antigua civilización busca. Los que nacen tienen alma.

Aquí la cuestión es que este bebé nació antes del «apagón», un reset de diez días, después del cual solo sobrevivieron los datos registrados en papel. Son tres los fenómenos ontológicos que logran despertar su conciencia: un recurrente recuerdo de la infancia, una fotografía que muestra a una mujer parada debajo de un gran árbol con un bebé en brazos y un caballito de madera (un juguete de la infancia).

Aún hay más: el proceso de autorreconocimiento no sería posible sin el continuo diálogo entre K y Joi, la chica que está enamorada de él. Ella es un holograma perfecto que, mediante un upgrade, puede sincronizarse con el cuerpo de otra mujer. Tal vez sea ella —una aplicación que sincroniza emociones, cuerpo y varios seres— la tierna narradora. Ana de Armas, quien interpreta el papel de Joi, creció en Cuba y ni siquiera tenía un reproductor de DVD en casa. La niña aprendió de memoria los diálogos de las películas que veía con sus vecinos y, a consecuencia de ello, decidió convertirse en actriz.

El común denominador del destino del cuerpo y la tecnología son las relaciones transitorias y efímeras. La reflexión artística sobre las formas emergentes de humanidad, sobre el cambio, requiere nuevos medios, aún más «tiernos» y espirituales. En el sintagma «arte electrónico», la palabra «arte» debe destacar.

Al recordar el video de Viola, pienso en las heroínas no religiosas del universo de Tokarczuk, mujeres como la que lleva el significativo apellido Duszejko (del polaco dusza: alma, espíritu). Para Koziołek, la personificación del tierno narrador es Jenta, que no era una testigo asumida como observadora, un ojo que vagaba por el tiempo y el espacio, ya que esta mujer debía atravesar los cuerpos humanos.

La personificación de esa narradora es la propia Tokarczuk, quien declara: «Cuando escribo tengo que sentir todo dentro de mí. Debo dejar que los seres vivos y los objetos que aparecen en el libro me atraviesen; todo lo que es humano y más allá de lo humano, todo lo que existe y lo que no está dotado de vida. Tengo que mirar de cerca cada cosa y persona, con la mayor solemnidad y personificarlos dentro de mí, personalizarlos. Para eso me sirve la ternura».

Según Koziołek, la ternura es un aparato objetivo superreceptivo que percibe el mundo, que no interviene, sino que atraviesa y describe. Es el «frío demonio del conocimiento» (como Flaubert) que nos complica la vida, porque nos hace comprender a nuestros enemigos y debilita las más sólidas valoraciones.

La «mano tierna del pensamiento» permite tocar lo que está ausente, lo que no existe. Es así como surgen la memoria, la creatividad, la ficción y la literatura.

 

La inminente catástrofe del mundo

¿Por qué necesitamos testigos «tiernos»? En una cultura sin marco tradicional ni transmisión fluida de la memoria (individual, cultural y social), hay que contar con puntos de soporte.

En Blade Runner 2049, el oficial K desconoce qué recuerdos son reales y cuáles le han sido implantados, lo que lo lleva a una profunda crisis de identidad, de la que solo la creadora de estos recuerdos puede liberarlo. Es ella quien resulta ser el último ser humano nacido de una mujer, es ella la testigo. ¿Quiénes o qué podrían ser los testigos?

Jenny Odell escribe sobre los antiguos bosques de secuoyas de California. Hace algún tiempo las secuoyas gigantes eran «árboles de navegación», que ayudaban a evitar impactar contra la Blossom Rock, oculta bajo el agua.

Hoy solo quedan dos secuoyas, old survivors, a las que Odell llama testigos y monumentos (tienen 500 años, se han mantenido a salvo de la tala, por su forma inusual y «retorcida»). Después de cortar las secuoyas, para proteger a los barcos que llegaban, la roca submarina tuvo que ser volada.

En el 2020, no se llevó a cabo la inauguración oficial del año académico en la Universidad de Wrocław, donde trabajo. Los estudiantes hicieron un «juramento electrónico» y, por lo tanto, no me fue posible impartir una lectura para los nuevos estudiantes de mi facultad sobre el concepto de universitas de hoy.

Para hablar de la vida universitaria al borde de la catástrofe, elegí el marco, que adquirió significado del encuentro de esta vieja y venerable idea con dos metáforas, que le debo a la red intelectual que se había formado en torno a Tokarczuk.

Se trata de combinar la idea de universitas (faro, ribera o secuoya old survivor) con el «conocimiento excéntrico» y el Punto Nemo, que representa el lugar más aislado y apartado del mundo. Es el polo oceánico de inaccesibilidad, no se puede ver a simple vista, pero gracias a la cartografía podemos definirlo. Toma su nombre del libro Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne.

La universidad de hoy está más alejada que nunca del continente, está en medio del océano, y casi nadie llega a ella. De hecho, nemo significa «nadie» en latín. Sin embargo, merece la pena señalar que Charles Darwin navegó cerca del Punto Nemo durante su viaje por el mundo. La travesía tuvo una duración de cinco años, prolongada debido a la cuarentena causada por una epidemia de cólera en Inglaterra.

El simple hecho de saber que el Punto Nemo existe es espeluznante, y puede ser aún más aterrador imaginarnos a nosotros mismos en él, pero pese a eso, juega un papel inspirador. Esto se hace palpable en las consideraciones sobre la necesidad de practicar «conocimientos excéntricos».

Este tipo de conocimiento puede ser importante para detener la inminente catástrofe del mundo, ya que busca poder verlo como un todo. La metáfora del conocimiento excéntrico, propuesta por Tokarczuk durante el Foro por el Futuro de la Cultura en 2018,y la metáfora del Punto Nemo se complementan.

Al hallarnos en medio del océano, el conocimiento, por naturaleza, difumina sus fuentes, las descentraliza. ¿Se asocia tal conocimiento con una cognición universal, tierna y, al mismo tiempo, fría como la de Flaubert? No lo sé. Ciertamente, esto no significa que este conocimiento sea independiente de un lugar específico, del «aquí y ahora».

 

Una realidad frente a sus carencias

El Punto Nemo se encuentra en el océano Pacífico. Y este océano da lugar a la costa del país más largo del mundo, Chile. Desde la década del 50, existe una escuela de arquitectura humanista sustentada en la poesía y la observación de las formas de vida, fundada en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Este conocimiento abierto se cultivó más tarde en las arenas de la Ciudad Abierta. Sin embargo, el proceso de reforma que posibilitó su creación en 1970, no abarcó a toda la Universidad, ya que los cambios radicales surgen del pensamiento y de las prácticas de un grupo determinado de personas. Dicho grupo decidió convivir, compartir: «la vida, el trabajo y el estudio», cultivar el «conocimiento nocturno», así como el «conocimiento del mar».

Este experimento llega ya a los 50 años, y, como este, hay otros más, pues yo misma soy parte de uno de ellos. En el Wrocław de 1972, en medio del comunismo, después de muchos años de lucha, el profesor Stanisław Pietraszko fundó los primeros estudios culturales en Polonia, lo que en aquel momento representó un verdadero enclave de pensamiento libre al que acudían personas de todo el país.

Lo fascinante de aquella vida universitaria era precisamente la posibilidad de inmersión. Las metáforas «marinas» utilizadas aquí son intencionales, enfatizando su afinidad con el Punto Nemo, así como con el agua transformadora del bautismo. Este conocimiento no se puede adquirir de otro modo que no sea mediante la propia experiencia. Por cierto, no podemos fotografiar todo, recordar cada detalle de la imagen, testificar sobre el mundo entero.

Necesitamos conocimientos generales y completos, pero sostenidos sobre puntos de navegación, que cuando se conforman dentro de un marco de excentricidad y, por lo tanto, como escribe Tokarczuk, provistos por el dios Kairós, son elementos de gran potencial explosivo.

En marzo del 2019, llevé un ejemplar de Flights, de Tokarczuk, a las dunas de Ritoque, que recibí de la afortunada ganadora del Man Booker Prize. Estaba convencida de que la filosofía subcutánea y profunda de Los errantes se aproximaba a las ideas poéticas de la Travesía de Amereida, y en aquel momento no me fue posible comprar la edición española en Polonia. Lo doné a Manuel Sanfuentes, quien vive en la biblioteca de la Ciudad Abierta.

Con el tiempo, el libro ha ganado protagonismo, como lo demuestra ahora el ejemplar de Tierno narrador. En sus correos electrónicos, Sanfuentes teje utilizando czułość con fluidez, como lo hizo antes con la palabra bieguni.

Cuando le envié una foto, desde Varsovia, con manifestantes portando «czułość», escribió: «¿Cómo llegó esa palabra a la calle? Impresionante, hay que tener mucho czułość, para convertir esa palabra en fuente de un nuevo cambio; como Solidaridad de Wałęsa, quizá es una práctica polaca hacerse de los sustantivos para manifestar su compromiso, son palabras y armas que ponen en disputa una realidad frente a sus carencias».

 

La ternura de Pedro Lemebel

Durante «la primavera de Chile», tomé una foto de un mural o en realidad de una simple impresión de un rostro parecido al de Frida Kahlo, y la escritura sobre ella, de la palabra «presente».

Manuel Sanfuentes me dijo que era el famoso Pedro Lemebel, quien no necesita presentación en Chile. Este artista y activista fue, en mi opinión, un narrador tierno, sensible ante cualquier tipo de exclusión, que supo conectar a los chilenos sin importar su edad, orientación sexual, opiniones políticas y condición económica.

Murió en 2015 de cáncer de laringe y su personalidad creativa se manifestó a través de las emisiones de radio y las grabaciones realizadas hasta su muerte en sus crónicas. Su voz sufrió un cambio radical con la enfermedad. Fue la ternura de la onda de radio la que registró su «voz sin voz». También hizo uso de otros medios que no deben permanecer inadvertidos ni invisibles.

Sanfuentes recuerda: «Te habré contado que Lemebel cuando ya no hablaba escribía con un plumón sobre una pizarrita blanca del tamaño de un ipad, la llevaba consigo siempre. Fuimos al cine juntos con el pintor Marticorena, Pedro nos charlaba escribiendo, borraba y volvía a decirnos algo, de la película ahora no me acuerdo, me sorprendió más su fortaleza sostenida únicamente en su palabra escrita».

Incluso previo al «despertar» de octubre, se hablaba de Chile «antes y después de Lemebel». Su rostro, que aparece en las paredes, es un nuevo testimonio de la presencia de su voz.

Un símbolo de primavera: «la primavera de Chile».

 

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Magdalena Barbaruk, Ph.D. en estudios culturales, vicedirectora del Instituto de Estudios Culturales de la Universidad de Breslavia, Wrocław, Polonia. Los últimos años realiza una investigación sobre la travesía de Amereida y fenómenos relacionados con las actividades poéticas y arquitectónicas de la llamada Escuela de Valparaíso.

 

«Tierno narrador», de Olga Tokarczuk (Ediciones Al Fragor, 2022)

 

 

Magdalena Barbaruk

 

 

 

Imagen destacada: Olga Tokarczuk al recibir el Premio Nobel de Literatura 2018.