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Estreno de «El príncipe»: El amor en una cárcel chilena de 1970

El esperado filme nacional del debutante realizador Sebastián Muñoz —ganador de la categoría “Queer Lion Awar” en la edición del Festival de Venecia 2019— se encuentra basado en la desconocida novela homónima del narrador local Mario Cruz (adaptada a su vez, por el dramaturgo Luis Barrales y el mismo director), y cuenta con las actuaciones protagónicas de Alfredo Castro, Juan Carlos Maldonado, Gastón Pauls, Paola Volpato y el joven Lucas Balmaceda.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 29.7.2020

La película que se estrena el día de mañana es una especie de alegoría respecto a la pasión. Contiene en sus representaciones una lateralidad que sorprende, a pesar de no apelar a cuestiones narrativas tan complejas ni a recursos explícitamente histriónicos. A través de la vida y la condena de Jaime, se alinean distintas perspectivas que configuran de manera notable una obra de exposición.

En un suceso originariamente inexplicable, Jaime es condenado a pasar algunos años de su vida en una cárcel de nuestro territorio. Es así como empieza una trayectoria que nos indicará, de alguna manera u otra, varios aspectos que son interesantes para una reflexión posterior. La marginalidad o el aislamiento en y de la cárcel es uno de ellos.

Porque, a pesar de que la película se ambienta en una época (San Bernardo, Santiago, en 1970), son pocos los contactos que se pueden ver con el exterior. Una radio al final, otra en el medio. Distracciones con la potencial interpretación de un encierro respecto a la realidad en la que estamos inmersas todas y todos. Además, quienes escuchan aquel aparato siempre se relacionan con una jerarquía o un puesto poderoso.

Las estructuras de poder no son ajenas a las temáticas de la concisa ópera prima de Sebastián Muñoz. Y esto lo menciono en un sentido abstracto y material, por decirlo de algún modo. El amor, entidad tan compleja como imaginaria, se plantea como el combustible que arranca un camino hacia la interioridad de los personajes principales.

Es así como la historia avanza y nos re–muestra las consecuencias del silencio y de pasar desapercibido. Es el juego entre el reconocimiento y el desconocimiento lo que nos permite reflexionar sobre las afecciones de aquellos individuos. Esto se puede ver, de igual manera, en las jerarquías más bien materiales del poder que se establece en la prisión.

El director chileno y todo el equipo cinematográfico construye de una manera precisa y fluida un drama que retrata las peripecias y el viaje, en cierto modo reconciliador, sobre todo en términos identitarios, de un «Príncipe» chileno. Algunos diálogos, punzantes y tímidos al mismo tiempo, podrían haber llevado a la película a una reflexión más explícita respecto al devenir social e histórico de su época (los albores de la Unidad Popular).

Pero en fin, el filme se postula como una obra que retrata, o mejor, que representa cautelosa y bellamente ciertos temas que invitan a la reflexión. Más que una obligación, la película nos incita a considerar las realidades escuchadas y a darles una vuelta; a pensarlas de otro modo. Es, en cierta forma, una demostración de la gran capacidad del sentimiento afirmativo, y de la negación.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Imagen destacada: El príncipe (2019), de Sebastián Muñoz.

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