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«Isla de perros», de Wes Anderson: El tipo de amor más puro

El último filme del conocido director norteamericano -que se estrena este jueves 10 de mayo en Chile- es un largometraje melancólico en cierto sentido. Animado a través de la técnica de slow motion nos traslada a Japón, veinte años en el futuro, donde luego de que una peste canina se propagara, el gobierno nipón toma la decisión de deportar a los animales contagiados a una isla abandonada que funciona como una suerte de basural.

Por Amanda Teillery

Publicado el 9.5.2018

La figura del perro siempre me ha resultado un poco nostálgica.

Es que hay algo enternecedor y a la vez triste en un ser cuya corta existencia se consagra entera a la de alguien más, en el amor por alguien más. Quizás es el tipo de amor más puro.

Porque no hay un ego de por medio en el amor de los perros, a diferencia de los humanos, ellos se olvidan de si mismos, no tienen mayor consciencia de que los quieren de vuelta, se entregan ciegamente. Y es aquello quizás lo que los vuelve tan vulnerables, porque amar a alguien es exponerse al peligro, a que te rompan el corazón.

Isla de perros (Isle of Dogs, 2018) es una película nostálgica en cierto sentido. Dirigida por Wes Anderson y animada a través de la técnica de slow motion, cuenta con las voces de Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Bob Baladan en los papales principales. Es la segunda excursión del cineasta en la animación, luego de Fantastic Mr. Fox (2009). Nos traslada a Japón, veinte años en el futuro, donde luego de que una peste canina se propagara, el gobierno toma la decisión de deportar a los perros contagiados a una isla abandonada que funciona como una suerte de basural. En el comienzo de la película nos avisan que los ladridos han sido automáticamente doblados al inglés mientras que el idioma de las personas, el japonés, se ha mantenido. Es por esto que podemos escuchar y entender lo que los perros hablan.

Entre basura y soledad, King, Rex, Duke y Boss, perros deportados, luchan por sobrevivir en medio de aquel abandono. Rememoran y añoran tiempos mejores, en los que uno era el protagonista de la publicidad de una famosa comida canina, otro la querida mascota de una liga de deporte universitaria, y los otros tenían cómodas vidas domésticas, colchones en los que dormir, dietas balanceadas y visitas anuales al veterinario. Se lamentan de extrañar el calor de sus hogares y el amor de sus amos. Es ahí donde aparece Chief, un perro callejero que también ha sido deportado a la isla, y que les recrimina su falta de instinto de supervivencia y su añoranza a sus vidas pasadas. Pero debajo del orgullo de Chief se esconde un rencor hacia las personas y los humanos, un método de defensa para no ser lastimado. “Yo muerdo”, insiste varias veces, para dar entender que no es un perrito faldero, “No hago trucos”. Quiere que aquellas descripciones lo definan.

El desamparo se ve interrumpido un día cuando Atari, un niño de doce años, sobrino y heredero del gobernante de Japón, aparece en la isla, estrellando su avioneta, en búsqueda de su perro Spots. Mientras que King, Rex, Duke y Boss instintivamente se le acercan al niño, lo obedecen y quieren protegerlo, Chief lo rechaza e insiste que no deben ayudarlo. Pero lentamente, Atari logra que Chief baje sus defensas y descubra lo que es ser querido.

Mientras tanto, en Japón, también son los niños los que lideran una campaña contra el gobierno para traer a los perros de vuelta.

No debe ser casualidad que los que realmente puedan sentir empatía por los perros sean los niños, que su conexión sea la más inquebrantable. Es que probablemente son los más capaces de amar de la misma que un perro ama, de sentir un amor puro y noble. Probablemente se reconocen de esa manera. La inocencia de su amor es lo que lo vuelve profundo.

Aquella conexión entre los niños y los perros se ve hermosamente reflejada cuando Nutmeg, una pedigrí también abandonada en la isla, le pregunta a Chief si es que ayudara a Atari a encontrar a su mascota Spots. “¿Por qué lo haría?”, le dice él. “Porque tiene doce años”, responde Nutmeg, como si aquello fuera lo más lógico y obvio del mundo: “los perros amamos a esos niños”.

Otra de las escenas más lindas, un flashback que nos muestra el momento en que el niño Atari, luego de quedar huérfano de padres, es presentado a Spots, su nuevo perro guardián. Mediante un dispositivo que se ponen en los oídos, perro y niño logran escucharse. Los ojos se les humedecen de la emoción, mientras se miran fijamente y repiten: “te puedo escuchar”, “te estoy escuchando”.

Y es que Isla de perros se podría ver como un homenaje y tributo al perro, a su amor y lealtad, a su bondad. La película nos presenta la imagen del perro con toda su belleza. Incluso en medio de la basura, incluso sucios, delgados hasta los huesos, malheridos, en los ojos de los perros de Wes Anderson vemos una belleza que reconocemos inmediatamente.

También el largometraje se presta para hacer un paralelo con la contingencia social y política. La campaña de un gobierno para deportar y poner a toda una nación en contra de unos seres inocentes resulta tristemente conocida. Y cuando la traductora del científico que propone encontrar una cura para la peste canina, en la voz de Francis Mcdormand pregunta: “¿Qué le pasó al mejor amigo del hombre?”, parece estar preguntando: “¿Qué nos pasó a nosotros que dejamos que algo así ocurriera?».

Isla de perros, como la mayoría de las películas de Wes Anderson, tiene una premisa que puede resultar algo ridícula, pero que termina por funcionar perfectamente e involucrar emocionalmente al espectador. Las animaciones, ingeniosas y simples, envuelven a la historia en una atmosfera inocente y ensoñadora, que al mismo tiempo le hace un guiño a la estética de algunos de los cineastas más importantes de Japón. Intencionalmente con aires infantiles, todo está hecho para que se logre una placentera armonía visual y narrativa.

Está llena de momentos de risas propias del humor de Anderson, pero también de escenas emotivas, emocionantes y tiernas.

Posiblemente entra a la categoría de las mejores películas de Wes Anderson, una historia que explota en el mejor sentido las características y estilo del director, y al mismo tiempo un gran retrato del perro, por siempre el mejor amigo del hombre.

 

Los estelares animados y caninos de «Isla de perros» (2018) utilizan las voces de reconocidos actores estadounidenses como Jeff Goldblum, Bill Murray, Bob Balaban, Edward Norton, y Bryan Cranston, entre otros

 

Amanda Teillery (1995) es escritora y autora del libro de relatos ¿Cuánto tiempo viven los perros? (Santiago, Emecé, 2017).

 

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