«La infancia de Iván», de Andrei Tarkovsky : El contenido de lo oculto

Con su ópera prima el cineasta ruso -como muy bien lo explica en su libro «Esculpir el tiempo»-, realiza una obra de arte autónoma, porque produce ese espacio necesario para la reflexión propia, y porque invita al espectador a involucrarse emocionalmente con el sonido, las imágenes, la dinámica y los personajes de su creación.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 15.9.2019

La primera película que filma Tarkovsky es La infancia de Iván (Иваново детство, 1962). La trama se ubica en la Segunda Guerra Mundial, y el protagonista, un niño de doce años, realiza trabajos de exploración para el ejército ruso. Sólo basta con leer el título para entender, de buenas a primeras, el mensaje del director: algo es equívoco, contradictorio. La niñez está manchada, la inocencia desgastada por los factores externos, la humanidad expresa su peor faceta y ejerce un poder absoluto sobre los individuos. Estamos acostumbrados a que las películas bélicas escondan este tópico. Generalmente las representaciones sobre las grandes guerras están sesgadas por la acción, por las explosiones, por los movimientos de combate, por las tácticas, por la derrota, por lo concreto.

La infancia de Iván, y esto conlleva a una gran novedad en el cine bélico, expresa, entrega emociones, sensaciones, estados psicológicos. El sonido no es un conglomerado de disparos y explosiones. Es, más bien, silencioso, lo que denota una gran sutileza por parte del director. Porque lo que él quiere mostrarnos no son las acciones de la guerra. No quiere entregar una imagen de hombres sin extremidades ni explosiones que destruyan las ciudades poco a poco. De hecho, los elementos bélicos son considerados para construir un ambiente que propicie a la reflexión. Poco y nada se habla en la obra sobre las causas o las consecuencias de la guerra, poco y nada se entregan mensajes críticos contra un bando o el otro. Creo que en esta película se quiere expresar, a la propia humanidad, lo horrible, lo oculto en su propio contenido.

Esta expresión, sin embargo, no es violenta. No es una muestra de las atrocidades que tanto nos causan disgusto. No busca la superficialidad de las sensaciones porque, si así fuera, la verdad es que no tendría mucho sentido buscar la reflexión en el espectador. La infancia de Iván se basa en el involucramiento del público con sus personajes. A través de la creación de estados psicológicos, Tarkovsky planea lograr una obra que trascienda en el tiempo, un filme que, a pesar de su contexto histórico –hoy en día inseparable de casi todo–, pueda llegar a la interioridad de su receptor. En esta película lo importante, más que lo que ocurre en la guerra, es lo que causa la guerra en la humanidad y, por ende, en los individuos. Esta expresión trascendente de la condición humana será una búsqueda permanente del director.

El primer filme de Tarkovsky genera, como vimos, un alumbramiento de lo que termina oculto bajo el peso de la Historia. Es la representación de lo que está en el solapamiento de las entidades individuales, de la gente que no se ganó un lugar en los libros –a pesar de que la película se base en la obra de un escritor–. El cineasta ruso, como muy bien explica en su libro Esculpir el tiempo, realiza una obra de arte autónoma, porque produce ese espacio necesario para la reflexión propia, y porque invita al espectador a involucrarse emocionalmente con el sonido, las imágenes, la dinámica y los personajes de su creación.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica de la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

Los actores Valentina Malyavina y Evgeniy Zharikov en «La infancia de Iván» (1962)

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La infancia de Iván (1962), del realizador ruso Andrei Tarkovsky.