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«La isla de los pingüinos», de Guille Söhrens: La nostalgia de las ilusiones

El filme -actualmente en cartelera- plasma de alguna manera la experiencia del propio realizador dentro del movimiento estudiantil de 2006, por lo cual relata de manera más íntima lo que fue la Revolución Pingüina, que fue la primera en volver a salir a la calle, post dictadura, y que fue protagonizada por alumnos secundarios que exigían —y lo siguen haciendo— una educación gratuita y de calidad, sostenida por el Estado.

Por Alejandra Coz Rosenfeld

Publicado el 3.6.2018

La isla de los pingüinos (2017) es el segundo largometraje dirigido por Guille Söhrens (El último lonco, de 2015), que relata la historia del movimiento estudiantil que comenzó el año 2006 en respuesta a la privatización del sistema de educacional chileno, el cual fue impuesto durante la dictadura de Pinochet y que hoy nuevamente ha tomado fuerza, exigiendo también el derecho a una educación no sexista.

Ya han pasado 11 años y nada ha cambiado aún. Continuamos entrampados en leyes que se promulgan y derogan. Ningún gobierno ha sido capaz de dar cambios sustanciales sobre el compromiso que debiese existir con y hacia la educación, base fundamental de cualquier país desarrollado.

La película plasma de alguna manera la experiencia del propio director dentro del movimiento, por lo que relata de manera más íntima lo que fue la Revolución Pingüina, que fue la primera en volver a salir a la calle, post dictadura, y fue protagonizada por estudiantes secundarios que exigían —y lo siguen haciendo— una educación gratuita y de calidad.

Para Söhrens haber vivido y experimentado en carne propia la revolución pingüina marca la manera en que transmite el sentimiento que existió dentro del movimiento en un colegio particular subvencionado que se adhiere a las tomas. Así, casi como una especie de manifiesto social y de no olvido, lo canaliza a través de tres personajes principalmente: Martín (Lucas Espinoza), un indiferente al movimiento; Laura (Rallen Montenegro), una líder muy lúcida y querida; y Paredes (Juan Cano), quien busca sacar provecho político con la situación. También son acompañados por Javi Frutas (Paulina Moreno) y El Jota (Germán Díaz) quienes matizan las posturas políticas y sociales de los protagonistas y aportan más emotividad al relato. Se destaca el desempeño actoral del elenco el cual es bastante sólido y parejo.

La dirección de fotografía está bien cuidada en general, con planos fijos, bien estabilizados y compuestos, pero hay varias secuencias que tienen una estética más de videoclip que de cine, y otras donde se descuida mucho con planos de cámara en mano que no se justifican. La película también recurre a material de archivo de las marchas, pero éste sólo aporta un valor nostálgico para aquellos que vivieron estos tiempos, y no es muy coherente con el punto de vista del personaje de Lucas Espinoza, quien supuestamente realiza estas grabaciones.

El montaje complace los momentos donde los jóvenes se comienzan a conocer y sus distintos gustos, como quien prefiere Pokémon o Digimon. Son escenas que nuevamente apuntan a esta nostalgia por la época, pero se desvían de la historia principal e incluso los personajes pierden consistencia en vez de crecer con más matices.

La isla de los pingüinos es una propuesta interesante en cuanto a estética, nivel de producción y su desarrollo de personajes, pero finalmente cae en estereotipos, ingenuidades y elementos forzados desde el guión que no reflejan del todo la intimidad y la compleja búsqueda y lucha de esta juventud, funcionando más como un homenaje o tributo a ésta.

 

 

 

Tráiler:

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