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«Ojo con el dedo índice»: Cuidemos la boca del progresismo exquisito

Los políticos de izquierda poco han leído y casi nada saben de historia. ¿Conocen a los artistas e intelectuales de nuestro país?¿Ha concurrido alguno de ellos a una exposición de pintura, a una obra de teatro, a un concierto de música o leído la soberbia poesía chilena? Violeta Parra y su hermano Nicanor, les son desconocidos y suponen que Gabriela Mistral, casi gana Wimbledon, al confundirla con Anita Lizana, y que Claudio Bravo, el reconocido pintor hiperrealista afincado en Marruecos donde murió, jugaba al fútbol en España.

Por Walter Garib

Publicado el 23.12.2019

De los dedos se trata del más importante y juguetón, pues en política, se utiliza de continuo. Examinemos su historia. En la plástica deslumbra la obra de Miguel Ángel, donde Dios apunta a Adán con el índice, para darle vida, fresco situado en la Capilla Sixtina y pintado en 1511. En literatura y en el teatro se menciona a menudo, donde participa es escenas libertinas. Vamos al meollo de la crónica.

Este fin de año, como anticipo a la Navidad, Año Nuevo y Día de los Santos Inocentes, la derecha le metió hasta la epiglotis el dedo índice en la boca a los parlamentarios de izquierda y oposición, en varios temas legislativos. El asunto se orquestó con banda de música, incluida teatralidad, donde senadores, diputados de derecha, hablaban de los graves errores cometidos por el gobierno, lo cual originó la explosión, erupción o estallido social.

Según estos detractores —los llamaría actores y actrices de la calidad de Gonzalo Robles, Francisco Melo y Sholomit Baytelman— criticaban en forma ácida y destemplada al gobierno de Piñera. O dicho en lenguaje críptico, a la Sofofa instalada en la Moneda, desde el golpe militar de 1973. Estas personas utilizaban el lenguaje de una izquierda dura, enmohecida ahora, por no decir gagá. Cualquiera se sorprende de la virulencia desatada en el ataque, sin embargo, se trata de la vieja artimaña en política, destinada a crear sentimientos de compasión hacia quien se censura. Lástima por el moribundo, al que urge auxiliar.

Andrés Allamand y José Manuel Ossandón, látigo en mano, desalojaban del templo a los mercaderes, que utilizando la usura, habían estafado al pueblo. Vestidos con sayos de penitentes, ejercían su cristiano compromiso: sancionar a los ladrones de su propia grey. “Han pecado de soberbia y Jehová los castigará por especular”, fustigaban a los culpables y les azotaban las desnudas espaldas, con látigos de lana. Si las críticas provienen desde sus colegas de partido, se realiza para emborrachar la perdiz.

Quienes patrocinan la moralina, enseñan que apuntar a una persona con el dedo índice, es de mala educación, pero si se le mete el dedo en la boca, se convierte en un acto de astucia. Recomendación que desoyeron quienes dicen ser de izquierda, pues habitan el limbo. Mientras no podían contener las lágrimas, miraban y oían hablar a Allamand y Ossandón —incluidos otros actores y actrices en roles secundarios— criticando a su gobierno, al que acusaban de abusar del pueblo. La utilización de pañuelos, más bien sábanas de dos plazas, en escenas de llanto colectivo donde se flagelan de mentira, cumple las exigencias de los mejores escenarios. Genuinas lloronas profesionales en un funeral, donde hacen llorar hasta el difunto.

La ingenuidad demostrada en mil batallas por los novatos parlamentarios de izquierda, se encuentra más emparentada con el candor, que con la falta de conocimiento. Un niño entregaría cualquier objeto, a cambio de un juguete de madera.

Ya lo utilizó el dedo índice, entre otros personajes de la historia, Cristóbal Colón, señalando haber llegado a Las Indias, aunque el pícaro sabía que se hallaba en dirección opuesta.

En el hinduismo el dedo índice de la mano derecha no debe tocar alimento alguno. Sus dogmas consideran que es: «el dedo impuro de la mano derecha», creencia que es respetada, pero en Chile, país de ateos y anarquistas, la advertencia de nada vale. Muy bien lo saben los políticos de derecha, que se ufanan de demócratas, defensores de la moral, los derechos humanos y andan metiendo el dedo donde les place. Por algo, desde pequeños se les enseña el adecuado uso. Nadie se puede quejar de la astucia adquirida en centurias de oficio.

Los políticos de izquierda poco han leído y casi nada saben de historia. ¿Conocen a los artistas e intelectuales de nuestro país? A menudo le preguntan la hora a los de derecha y ponen en sus relojes, la hora que estos les indican. Se trata de analfabetos ilustrados, que se informan por el celular. ¿Ha concurrido alguno de ellos a una exposición de pintura, a una obra de teatro, a un concierto de música o leído la soberbia poesía chilena? Violeta Parra y su hermano Nicanor, les son desconocidos y suponen que Gabriela Mistral, casi gana Wimbledon, al confundirla con Anita Lizana. Que Claudio Bravo, el reconocido pintor hiperrealista afincado en Marruecos donde murió, jugaba al fútbol en España.

Semejantes confusiones es sinónimo de pobreza cultural de los políticos ni fu ni fa, defensores del pueblo, según lo pregonan desde el púlpito. Se entiende por qué les meten en la boca, el brazo hasta el codo. Injusto sería no referirnos al dedo índice de Ricardo Lagos, cuando apuntó al dictador. Ahora, con galopante artritis vive encogido, y no sirve ni para rascarse el ombligo.

 

Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.

 

Walter Garib

 

 

Imagen destacada: Ricardo Lagos Escobar (1938).

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