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Poeta Cristián Gómez sobre el estallido social: «Es una nueva oportunidad para la política, para la polis, para reinventar lo público y redefinirnos como sujetos sociales»

De fugaz paso por el país revolucionario nacido el 18 de octubre, el autor y profesor chileno radicado en los Estados Unidos, y quien acaba de publicar una antología de su obra lírica en Argentina, dialoga con «Cine y Literatura» en torno a temas tan diversos como el significado de ese volumen recopilador en su bibliografía, acerca de la importancia de Pablo Neruda y de Enrique Lihn en su estética literaria, y por supuesto que de las posibilidades culturales y lingüísticas, que se abren para la nación surgida del alzamiento.

Por Ernesto González Barnert

Publicado el 10.12.2019

El poeta y académico Cristián Gómez Olivares (1971), viene de celebrar veinte años de escritura, una vida de cabeza en el oficio poético, con la antología Derechos del yo, aparecida en Hemisferio Derecho o HD Ediciones de Bahía Blanca este 2019, en Argentina. Con este tremendo libro que aún no encuentra editor en el país, pero sí allende de la Cordillera, el poeta radicado en EE.UU. como profesor de literatura da cuenta de una obra marcada por su quehacer literario, la espina de Chile, sus fobias y filias, experiencias íntimas que lo constituyen como la paternidad o el amor. Me sumo al festejo de ese hito personal que reúne sus mejores poemas. Y no pocas veces en 200 y pico de páginas se nos obliga a levantarnos del asiento para aplaudirle por su gracia o logro.

Aprovechamos de entablar esta conversación a propósito de un encuentro fortuito en mi casa junto a los poetas argentinos Marcelo Díaz y Omar Chauvié, quienes venían al encuentro “A Cielo Abierto” que se desarrolló en La Sebastiana de la Fundación Pablo Neruda, en Valparaíso, durante el mes de noviembre. Gómez Olivares no, por desgracia, solo estaba de «carrerita» en Santiago.

 

-¿Cómo ha sido a lo largo de tu escritura tu relación con Pablo Neruda?

-Conflictiva. Fuera de la obvia admiración por su obra, el culto a la personalidad que existía en Chile me incomodaba mucho. Para su centenario, mi impresión es que poco se hablaba de la obra y más de lo que eventualmente podía él significar como figura. Y también hay que considerar las nuevas miradas en torno a él, a partir de la reconsideración de sus memorias y los episodios referentes a su hija. No estoy por vedarlo de la esfera pública, como más de alguien ha propuesto, sino por releerlo a partir de estas nuevas perspectivas. Tampoco por blanquear su imagen, como algún libro reciente pretende, sino asumirlo en toda su complejidad y sin mojigaterías de ninguna especie. Lo mismo aplicarlo a De Rokha, Mistral, Lihn. Arrancarlos de cualquier mirada estatuaria. A mí siempre me impresionó mucho el Canto General, como gesta de escritura. Pero no sólo por sus grandes logros, como “Alturas de Macchu Picchu”, o “Quiero volver al sur”; también por esos poemas más anónimos que no suelen ser muy citados, “El hombre en la nave”, “La noche marina”. Lo mismo me pasa con el conjunto de su obra: Plenos poderes es un libro al que siempre vuelvo, al poema “Caballos” de Estravagario, a Canción de gesta, a los Veinte poemas. Neruda no es sólo las cumbres, sino también los valles.

 

-Hace poco estuviste en Chile, a propósito del estallido social, ¿cómo lo ves desde tu perspectiva de alguien que es profesor de literatura latinoamericana en EE.UU.?

-Es bastante angustiante ver cómo las cosas revientan en el país y no poder hacer nada desde lejos. Uno no se despega del feis y de los diarios, tratando de mantenerte al día con lo que está pasando. El 18 de octubre me pilló en México, donde estaba con Manuel Illanes y Martín Cinzano, escritores chilenos radicados por allá. Y la discusión, la sorpresa y el vilo surgían de inmediato. ¿Cómo que los milicos en la calle?, ¿un autogolpe? A la perplejidad pronto la sucedió la rabia, ante las gravísimas violaciones a los DD.HH. que empezaron a sucederse de manera sistemática. Ya estando en Santiago, ver la algarabía de las marchas, el impulso vital que hay en ellas, esa energía incontenible. Creo que todo esto ha sido muy revelador. Si algunos pecamos de inocentes, imaginando una derecha que intentaba alejarse de su pasado pinochetista, pues no: bastó la menor amenaza a la propiedad para que los milicos salieran a la calle, para dictar Estado de Emergencia, para justificar lo injustificable. También es una nueva oportunidad para la política, quiero decir, para la polis: reinventar lo público, redefinirnos como sujetos sociales, algo tan simple, pero imperioso, como hablarle a los vecinos. Creo que es vital rescatar el Acuerdo Constitucional, no como una panacea que solucionará todas las demandas que se han hecho, sino como un primer paso, sobre todo en el ámbito simbólico: darnos un marco que signifique estatuir un marco legal para una nueva democracia. Lo cual no obsta para subrayar lo más evidente: la democracia se hace desde abajo, o se practica cotidianamente o no es democracia. Por eso una Convención Constituyente que no sea feminista ni resguarde cuotas de participación de los pueblos originarios, puede no ser más que letra muerta.

 

-¿Qué significa para ti en lo personal Derechos del yo (HD ediciones, Bahía Blanca, Argentina)?

-Una alegría inmensa. Para mí Bahía Blanca significa una rara combinación de poesía y amistad. El mateísmo, un movimiento (a falta de un nombre mejor) al que le vengo siguiendo la pista desde hace rato, tiene su hábitat en Bahía, donde no sólo hay una muy fuerte eclosión escritural (que tampoco es de hoy solamente), sino también editorial. Pienso en 17 grises, en la misma Hemisferio Derecho, pero por sobre todo en VOX, que de la mano de Gustavo López marcó toda una época de la poesía argentina y latinoamericana. No sé si hemos calibrado en su totalidad la importancia del trabajo de Gustavo. Por todo lo anterior, editar esta primera antología mía con Diego Rosake, de Hemisferio Derecho, me honra. Su catálogo para mí es impecable. Pero también es una parte de ese sino paradójico que me sigue: este libro estuvo durante cinco años dando vueltas por editoriales chilenas, que por uno u otro motivo alguna no pudo editarlo, otra simplemente no quiso. Rosake lo leyó y al mes ya me había dicho vamos, este lo sacamos nosotros. Estoy profundamente en deuda con él.

 

Marcelo Pellegrini te llama: «un poeta hondamente elegíaco…» ¿Concuerdas?

-Plenamente. Todos los elegíacos son unos canallas, decía Baudelaire, lo cual Pellegrini, que bien conoce la cita, se guarda con elegancia de repetir. Si la poesía es una incomodidad ante el estar en el mundo, la elegía es probablemente la mejor de sus traducciones. Pero Pellegrini añade un matiz. Según él, son elegías críticas, traspasadas por una idea de lo íntimo a lo colectivo. Me he pasado la vida elucubrando (y escribiendo) en torno a la Unidad Popular, el 11 de septiembre, la tragedia histórica chilena, desde la perspectiva de quien no vivió esos acontecimientos, sino sus consecuencias. Por tanto la mía es una época –y una épica– que siempre ha hecho su ingreso al futuro mirándolo por el espejo retrovisor.

 

-¿Qué poema o verso llevas como un tatuaje en tu lengua o mente?

-“Y este invierno mismo para no ir más lejos lo desaproveché pensando en todo lo que se relaciona con la muerte, preparándome como un tahúr en su prisión, para inclinar el azar en mi favor, y sorprender luego a los jugadores del día, con este poema lleno de cartas marcadas, que nada dice y contra el cual no hay respuesta posible y que ni siquiera es una interrogación”. Mester de juglaría, Enrique Lihn. Todo está ahí. Todo.

 

– ¿Qué poema tuyo te gustaría leer en una sala de clases?

-Uno que a los chicxs no les pareciera poesía. Que les desarticule su idea de poesía. No sé si tenga uno, tal vez algún día escriba semejante poema. Sí hay un poema, “Única fe”, que aparece en Derechos del yo, que funciona muy bien en el contexto norteamericano y los departamentos de español. La mala leche que allí se vierte parece compartida por quienes lo han escuchado, en la medida en que todos hemos visto los vicios y las virtudes de ese sistema.

 

-¿Cuál crees tú es el aporte de la literatura o de la poesía en estos días como profesor de literatura latinoamericana en EE.UU.?

-No me hago muchas ilusiones, por una parte. Si de algo me ha servido, como dices, ser profesor de literatura, es el de entender que el mercado de los capitales culturales es bastante restringido. Cada vez que se plantea si una obra es más o menos política, si logra o no reflejar (Dios, esa palabra) determinadas realidades, mi corazón se llena de una ternura difícil de contener, porque veo cómo nos rompemos la cabeza tratando de desentrañar si el impacto de las novelas de Isabel Allende es mayor o menor que la obra de, digamos, Horacio Castellanos Moya, Guadalupe Santa Cruz o Sylviano Santiago, cuando en realidad los círculos por los que circulan estos bienes no pasan de estar muy, pero muy circunscritos. Por lo demás esto no lo digo yo sino Sarah Brouillette, si me permites una de las mejores críticas literarias del ámbito anglosajón, cuando reflexiona en torno al impacto de aquello que se conoce como “literatura mundial”, aquella que se mueve en ámbitos transnacionales no necesariamente por su calidad estética, sino por su “traductibilidad”.

Pero, pero, por otra parte, mira lo que ha pasado en Chile: una nueva lengua se ha inventado. Asamblear se ha convertido en un verbo. La poesía está en la kalle, dice por ahí otro cartel, pegado precisamente a las afueras de la Biblioteca Nacional. Se resignifican canciones como El baile de los que sobran o El derecho a vivir en paz. “El estado opresor es un macho violador”, es un estribillo que LasTesis han globalizado. No sólo veo un nuevo vocabulario, sino nuevas formas de interlocución. Las discusiones callejeras, los cabildos, las reuniones de base donde todo esto se discute. Eso de por sí es terreno fértil, como para poner entre paréntesis mi tono apocalíptico de más arriba.

Un último acápite: la realidad es más optimista que nosotros. Cuando el proyecto cartonero nace en Argentina, en medio de una de las peores crisis por las que ha atravesado ese país, la necesidad con su cara de hereje se encargó de enseñarnos que las opciones y las alternativas están allí, a la espera de que alguien sea capaz de identificarlas. Que el fin de la historia es un mito bastante tendencioso que nos tratan de imponer como parte de una agenda muy definida.

 

-¿Qué medida concreta crees ayudaría mucho a las familias chilenas?

-Terminar con las exenciones tributarias que favorecen a las grandes forestales y estimulan los monocultivos. Más allá de las urgentísimas demandas sociales que hoy necesitan responderse, si no tenemos planeta no vamos a tener dónde ejercer nuestros derechos.

 

– ¿Un libro, álbum u obra que te haya marcado este 2019?

-Nada me faltará, que es la poesía reunida de Pepe Molina, que acaba de aparecer con Almadía, en México. La recomendación vendrá de cerca, porque escribí la introducción del libro y ayudé a preparar la edición Rodrigo Landaeta y Alan Vargas, pero para mí fue una forma de descubrir que recién estamos conociendo a Pepe. Este libro es fundamental, pero se nos quedó toda su obra ensayística y todas sus traducciones afuera. Recién estamos comenzando. Otro es Julián Gorkin. Me explico, brevemente: la figura de Gorkín, un personaje muy real aunque pareciera salido de una novela de aventuras y espionaje, resume, en todas sus contradicciones, la montaña rusa que ha sido la lucha política del siglo XX. Comunista acérrimo, se desencanta de Moscú al producirse la separación y luego el exilio de Trotsky. Participa en la Segunda República española y la consiguiente Guerra Civil. Allí escapa de milagro a los juicios de Barcelona en el 37. Ya en México, se convierte en un furioso anticomunista y es el editor de una revista legendaria, los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, una organización de fachada de la CIA. Gorkin es quien identifica a Ramón Mercader como el verdadero asesino de Trotsky, en México. Sus vaivenes ideológicos no nos pueden hacer olvidar la locura en que muchos proyectos se convirtieron. Y el otro autor que ha sido vital para mí es John Cheever. Su retrato de la clase media norteamericana es desolador. Y certero. Pocos escritores como él.

Last but not least: Donna Stonecipher y sus Transaction Histories. El iris salvaje, de Louise Gluck, traducido por Eduardo Chirinos. Cuaderno obrero, de César Cabello y El flautista, de Américo Reyes, son otros libros que me impresionaron muchísimo este año.

 

-¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?

-Olvidarse de dónde es. Y convertirse en esclavo de ese lugar.

 

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Cristián Gómez Olivares (Santiago de Chile, 1971) reside en Estados Unidos. Ha publicado, entre otros títulos, Inessa Armand (Santiago de Chile, La Calabaza del diablo, 2002), Pie quebrado (Salamanca, Amarú, 2004, Premio de poesía Víctor Jara), Como un ciego en una habitación a oscuras (México, Conaculta, 2005), Alfabeto para nadie (Valparaíso, Fuga, 2007), y Homenaje a Chester Kallman (Luces de Gálibo, 2010). Fue miembro del International Writing Program de la Universidad de Iowa y también traduce.

 

Ernesto González Barnert (nació el 30 de agosto de 1978, en Temuco, Chile). Ha obtenido por su obra poética el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, el Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, el Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros, además de varias menciones y becas.

Entre sus últimos libros está Equipaje ligero (HD, Argentina, 2017), la reedición de Trabajos de luz sobre el agua (HD, Argentina, 2017), Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo (Mago, Chile, 2018), la reedición de Playlist en EE.UU. (Floricanto Press, 2019) y en Chile (Plazadeletras, bilingüe, 2019), además de la antología Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, Argentina, 2019). Es cineasta y productor cultural del Espacio Estravagario de la Fundación Pablo Neruda. Actualmente reside en Santiago.

 

Ernesto González Barnert

 

 

Imagen destacada: El poeta Cristián Gómez Olivares.

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