Relato «El número del infinito o donde el diablo perdió el poncho», de Alejandra Coz

Perteneciente a un texto conformado de trece cuentos inéditos, y los cuales serán publicados hacia un futuro próximo, en un libro todavía sin nombre ni título, la poeta y narradora chilena ha cedido el octavo de ellos para ser conocido en este medio.

Por Alejandra Coz Rosenfeld

Publicado el 10.3.2018

Dos círculos que se entrelazan infinitamente, por toda la eternidad, por todo el vacío flotante, un eje, en un universo absolutamente desconocido que también gira en sí mismo.

Año 1969.

La llegada del escarabajo celeste alertó al pueblo entero. A lo lejos se veía como lentamente iba descendiendo la escarpada cuesta que atravesaba las montañas, entre Zahedan y Dalbandin, emplazadas en el Gran Desierto de Arena, al Sureste de Irán, en las cercanías de la frontera con Pakistán Occidental.

Hubo un murmullo tan silencioso que sólo se olía el gran polvo que levantaba aquel Volkswagen, en aquel aislado paraje, que era tan seco y hacía tanto calor que ni lágrimas caían, si hubieses querido llorar.

La ruta estaba señalizada con unas grandes piedras a un lado y al otro, que apenas se percibían ya que con el viento iban quedando ocultas en la arena, por lo tanto en muchos tramos había que adivinar la única sola huella.

Bajaron la velocidad al mínimo, al llegar a la única parte que podían hacerlo, la huella, de aquel caserío perdido en las montañas desérticas iraníes.
Atónitos, ambos bandos, se fueron mirando uno a uno.

Todos eran colorines, de ojos tan verdes como las esmeraldas y extremadamente parecidos. Todos similares, chicos, grandes, guaguas, ancianos.

Al detener el vehículo, todos asomaron sus cabezas de fuego y salieron de sus casas para que lenta y tímidamente comenzaran a acercarse, muy consternados ya que al parecer, nada similar habían visto en mucho tiempo.

De repente, la anciana más anciana de ese lugar en medio de la nada, carraspeó y entre señas, tartamudeos y ruegos, apuntó suplicante al final de la huella que hacía de calle. Con las manos entrelazadas esperó la única respuesta posible.

A lo lejos se alcanzaba a ver una silueta.

Todo hizo sentido.

Se volvieron a mirar dentro del escarabajo celeste, con un calor infernal y muchas cosas girando en sus mentes y en las mentes colectivas y asintieron con un gesto pausado de cabeza.

La cara de todos los espectadores, habitantes de aquellas chozas, se iluminaron de esperanza. Aleteando en gratitud, con sus cortos brazos y brillantes cabellos color zanahoria, alababan tal heroico gesto de humanidad.

Ya nerviosa, ella, con las manos transpiradas en su imaginación y la boca muy seca, vio, que desde el fondo de la huella que hacía de calle, en la última casa, un hombre muy pequeño venía con una larga barba roja y con una especie de maleta improvisada.

Vestido con sus mejores pilchas, y los zapatos lo más limpios que se podían pedir en semejante peladero. Comenzó a caminar con paso seguro y decidido hacia el auto huevo, imaginando quién sabe qué cosas en su pequeña cabeza. A unos pasos ya del vehículo y de la oportunidad de su vida, como la huella que hacía de calle, y de la virtual oportunidad de cada uno de sus coterráneos que vivirían a través de aquel sujeto, él la miró y ella ardiendo al volante, y le gritó:

¡Acelera Carlota, acelerá, vámonos de aquí!

Aún tiene grabada la culpa y la imagen de aquel hombre pequeñito, de barbas rojizas y ojos tan verdes que se iba haciendo cada vez más pequeño de lo que ya era, hasta desaparecer en medio de la polvareda.

 

Alejandra Coz Rosenfeld (Santiago, 1972)

 

Alejandra Coz Rosenfeld nace en Santiago de Chile, en 1972. Poeta, artista y terapeuta transpersonal, estudió letras y estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Arte en el Palazzo Spinelli, de Florencia, Italia. Ha publicado el poemario «Marea baja» (2017).

 

 

Imagen destacada: El actor Harry Dean Stanton en un fotograma del filme «Paris, Texas» (1984), del director alemán Wim Wenders