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[Crítica] «Carta a mi madre para mi hijo»: Recrear las raíces familiares

El cortometraje de la directora catalana Carla Simón —ganadora de un Oso de Oro en la Berlinale 2022—, acaba de estrenarse en la plataforma de streaming Mubi, y fue filmado en una cámara Súper-8 por su autora, mientras esta se encontraba embarazada de su hijo, en una obra audiovisual que destella fecundidad, al ofrecer un viaje en el tiempo con el fin de celebrar la promesa de un nuevo ciclo de la vida para sus personajes.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 8.9.2022

«¿Cómo podrá Manel conocerte si apenas te conocí yo? Ojalá tuviera más archivo familiar. Decidí inventar un cuento sobre ti para Manel. Espero que te guste».
Carla a su madre Neus

La joven realizadora barcelonesa presenta estos días en la Mostra de Venecia su última obra audiovisual, un cortometraje que es una intimista evocación a sus raíces familiares y que está concebida como ofrenda a Manel, su hijo recién nacido.

En general, su filmografía está muy ligada a su biografía pero aquí Carla Simón se desnuda —literal y metafóricamente— como nunca antes lo había hecho dejándose retratar valientemente por las cámaras.

Le acompaña en el reparto la gran Ángela Molina quien encarna a la madre que la realizadora perdió siendo muy pequeña. Se trata de una encarnación imaginada en un cuento construido con los pocos retazos de la memoria familiar, un cuento que es necesidad para la joven madre primeriza y que es a la vez amoroso legado para el hijo sin abuelos maternos (también su padre falleció demasiado pronto).

Carla Simón comenta en una entrevista concedida al medio barcelonés El Periódico de Catalunya que: «Me atrajo mucho hacer un corto sobre lo que me estaba pasando en ese momento y todo lo que estaba sintiendo en mi interior».

Y reflexiona sobre el arte, la muerte y la necesidad humana de ser recordado más allá de la propia vida ahora y aquí:

«Leí que aquellas personas que tiene la muerte cerca durante la infancia se convierten en gente particularmente creativa en la adultez; tiene que ver con una necesidad de perdurar, de dejar huella, y el arte es una herramienta para satisfacer esa necesidad. En parte, doy por hecho que, tal vez, hago cine para vivir eternamente».

Estas declaraciones ponen de manifiesto que el cortometraje viene a ser —más allá de un bello y valiente desnudo personal y una reivindicación de las raíces familiares— como una invitación a reflexionar sobre nuestro vivir en clave futura (entiendo que todos somos artistas, ni que sea artistas del vivir), una invitación a considerar qué legado íntimo queremos dejar a nuestros descendientes.

Para aquellos interesados Carta a mi madre para mi hijo está disponible gratuitamente en el siguiente enlace.

 

Dos cámaras y una canción

Para mostrar el cuento urdido en recuerdos, la realizadora alterna la filmación en Super-8 con la de formato de mayor resolución, dice ella que: «Cuando quiero inmortalizar algo y darle mucho valor lo hago en Super-8».

Quizás se deba a que ese formato aporta si cabe mayor autenticidad y calidez a las imágenes, algo parecido a lo que ocurre en el audio con las cintas de cassette y los discos de vinilo que por cierto también tienen su protagonismo aquí.

Especialmente un LP de los míticos Lole y Manuel del que suena su bellísima canción «Un cuento para mi niño».

Aquel tema que tanto agradaba a Neus (la madre evocada) como banda sonora junto a los sonidos propios del mediterráneo que inundaban la casa familiar: los pájaros, las olas, la brisa meciendo las campanillas.

Esos agradables sonidos que sugieren especialmente los cálidos veranos de la costa catalana, esos sonidos omnipresentes en la obra audiovisual así como omnipresente su luz asociada, la especial luz solar mediterránea. Una luz excelentemente captada y que Carla Simón convierte en protagonista por sí misma y por sus sutiles sombras.

 

Escritos y silencios

Y es que ella escribe en humilde papel blanco con bellas sombras de puntilla antigua, escribe en la sensibilidad de la niña que fue y sigue siendo e inicia así su cuento a la madre:

«Querida mamá quiero contarte que voy a ser madre… ¿Cómo podrá Manel conocerte si apenas te conocí yo?», a la vez que formula un deseo: «Ojalá tuviera más archivo familiar», deseo que ahora la realizadora materializa creativamente: «Decidí contar un cuento sobre ti para Manel».

Todo expuesto en exquisita sencillez y mostrándonos recuerdos impregnados en diversos objetos de la casa familiar en la que madre e hija vivieron sus infancias: fotos, cartas, cintas de cassette y todo tipo de utensilios personales.

En ese suelo antiguo y sobre una manta morada —de simbólica femeneidad— se nos muestra el retrato de Carla Simón en rotunda prematernidad desnuda con el fondo de esos agradables sonidos marítimos. Sus palabras no se escuchan —la realizadora barcelonesa parece preferir usar pocas palabras tanto aquí como en general en toda su obra— pero se intuyen cálidas.

Así, en pocas palabras veremos también a Neus, la veremos en tres edades diferenciadas: la niña preadolescente que observa pensativa el mar, la joven enamorada y la madre que observa al pescador que será su pareja y la anciana imaginada que observa sucesivamente a su hija embarazada y ya madre.

De estos silencios que lo dicen todo cabe destacar dos pasajes:

En una de las pocas escenas nocturnas, Neus ve a un joven pescador en su barca. Sobre el que será padre de su hija se proyecta un bello reflejo de luz cual fuego, el fuego pasional que los unirá y del cual nacerá Carla; un fuego que muta al de la chimenea del hogar y a su calor está la Carla bebé en brazos de Neus: el fuego pasión amoroso sexual ha mutado a lumbre de acogimiento del sublime amor maternal. Muy bello.

Y también remarcables las imágenes en que se nos muestra a la anciana Neus con una simbólica mariposa en mano recogiendo hierbas aromáticas junto al mar y observando su propia tumba. Y ya como en el porche del hogar familiar le ofrece una infusión de esas hierbas a su hija Carla.

Al son de su canción favorita Neus afirma que la infusión: «quita todos los miedos» y le confiesa a la premamá amada que el suyo fue un embarazo gratificante. Se miran, se sonríen. De nuevo, belleza con mayúsculas.

Y asimismo en silencios veremos una exquisita evocación del alumbramiento de Manel para después disfrutar de la visita de madre e hijo al hogar familiar vacío en luz mediterránea que alumbra.

Una visita que concluye —y acaba así el cuento— con otra imagen que cala hondo:

Se nos muestra —ya a punto de anochecer— a Carla con su bebé en brazos observando la playa, allí ve —vemos— la bella imagen de las tres edades de Neus, las tres juntas con el potente y simbólico reflejo luz fuego mientras suena el estribillo de la canción que las identifica: «rojos como los labios de quien yo sé».

 

Eternidad

Personalmente este cortometraje me ha resonado profundamente. Las paredes antiguas y los jardines consolidados de esa vivienda que evoca la de Carla Simón son las del hogar barcelonés de un gran amigo.

Es especial ver ese espacio familiar en una ficción y es inevitable la evocación propia porque yo nací y viví en una privilegiada casa como esta en una barriada de la capital catalana. Pero así como la vivienda de mi amigo perdura, la de mi familia hace tiempo que sucumbió a la especulación inmobiliaria.

Asombra cómo la vivienda retratada ha permanecido casi intacta tras tantísimos años, esta vivienda real y de ficción en la que han vivido distintas generaciones evoca de alguna manera eternidad.

El humanísimo anhelo de eternidad que late en muchos de nosotros, en la misma Carla Simón quien confiesa en su escribir sombreado de encajes: «Creo que hago cine para poder inventarte e inventarme. O puede que lo haga porque no quiero morir».

 

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Carta a mi madre para mi hijo (2022).

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