[Crítica] «Sombras de un crimen»: El brillo oscuro de las noches

Este jueves 30 de marzo se estrena en las salas nacionales el nuevo filme del director irlandés Neil Jordan, que protagonizado por los actores Liam Neeson, Diane Kruger y Jessica Lange, se encuentra basado en una novela del también famoso escritor celta e isleño, John Banville.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 26.3.2023

Sombras de un crimen (Marlowe, 2022) es un largometraje dirigido por Neil Jordan (1950). El guion fue hecho sobre la base de la novela La rubia de ojos negros (The Black-Eyed Blonde) del también escritor irlandés John Banville (1945) un autor asociado al género negro, cuyo estilo recuerda al de otro gran narrador de ficciones referente a detectives y crímenes, Raymond Chandler.

Quizá, por eso, Banville haya elegido como protagonista para su obra al mítico personaje creado por Chandler, el detective oriundo de Los Angeles, Marlowe.

La historia de Sombras de un crimen está ambientada en Los Ángeles de los años 40. Al despacho del detective Marlowe (Liam Neeson) llega una platinada rubia, Claire Cavendish (Diane Kruger), adinerada heredera, hija de una otrora gran estrella de cine, Dorothy Quincannon (Jessica Lange).

Claire contrata a Marlowe para ubicar el paradero de su ex amante del cual no ha tenido noticias en semanas. La investigación se desarrolla en medio de un variopinto grupo de personajes relacionados con las actividades del exgalán. Todos tienen cosas que ocultar, en una ciudad que mientras más se indaga, más se van develando secretos abyectos escondidos entre sus cimientos.

Ahora bien, el hacer una película ambientada en Los Ángeles de la Segunda Guerra Mundial, implica inmediatamente una ambientación cuidada para que el espectador sienta el ambiente de la época. De esta manera, lo primero que salta a la vista es la impecable recreación que se hace de ese momento: peinados, ropa, autos de colección, salones. Destaca una labor que se preocupó del detalle, con el fin de no caer en anacronismo obvios.

Junto a esto, las películas (o relatos) de género negro tienen una historia arquetípica, muy conocida: un detective privado inicia una investigación después de que una hermosa mujer que lo contrata (o se lo pide) para una misión específica que siempre deriva hacia otras cosas.

Por lo general, la mujer suele ser una femme fatale de la que los espectadores ya no se fían.

 

Un vacío dramático en el fondo

La película de Jordan agrega un toque estético que aprovecha sobre manera: imágenes de noche, donde el neón brilla y las luces se reflejan en los espejos y coches, creando un paisaje nocturno que hermosea la sordidez de la historia que se va desarrollando.

Así, las averiguaciones de Marlowe llevan a la cámara a lugares y personajes que van complejizando la trama, dificultando al espectador seguir las acciones.

No obstante, todo esto es parte del juego que nos presenta este tipo de filmes, por lo que no se sale de los márgenes de lo esperable. Alguna que otra innovación que uno intuye en el relato solo adornará un recuerdo pasajero de la cinta. Poco para lo que la historia insinuaba.

El gran problema de este tipo de largometrajes es que después de pasar la línea la estética asociada a ellos, queda poco en la retina. Y esta película no escapa a esto. Fuera de sus luces y vestuario, algo de vacío se vislumbra en el fondo.

Hay alusiones directas a películas emblemáticas, como El halcón maltés (1941) de John Huston, basada en el homónimo libro de Dashiell Hammett. O Chinatown (1974) de Roman Polanski, en ese descenso hacia el infierno californiano.

Pero también hay alusiones metacinematográficas del mismo protagonista. En algunos momentos de la narración, el personaje interpretado por Liam Neeson, el detective Marlowe, pareciera transformarse en Bryan Mills, el exagente bueno para repartir combos que interpreta Neeson en las entregas de Taken (2008).

Y por aquí estaría el meollo del asunto. De los homenajes y parodias que se observan en el relato, todo queda en la superficie. La película nunca deja de ser autoconsciente de ser un producto cinematográfico, un relato de la industria (otro más) de la entretención con las reglas claras que exige este tipo de relato.

Sin embargo, el filme no deja de dar señales en este sentido. Nunca se toma a sí mismo en serio, y por esto no alcanza la densidad de otros relatos, como Chinatown por ejemplo, que fuera del arte cinematográfico que construye en torno al género negro, el relato mismo alcanza una consistencia que pone a la propia condición humana en entredicho. En cambio, la mayoría de los personajes de Sombras de un crimen no logran salir de un esquema predeterminado.

Neil Jordan es un buen director, que ha creado grandes realizaciones como El juego de las lágrimas (1992), Michael Collins (1996) o Desayuno en Plutón (2005). En especial, sus realizaciones más logradas están relacionadas con su natal Irlanda. Pero en esta producción audiovisual se percibe que él no está en su hábitat. O en algo que le interese.

Este es un largometraje preocupado de los detalles estéticos, que parecen importar más que la trama dramática, en un ejercicio de estilo que se siente vacuo a la hora de desmenuzarlo, de poca espesura, pero que entretiene dentro de los márgenes que entregan los relatos de este género.

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Sombras de un crimen (2022).