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«Palomita blanca»: En homenaje a Enrique Lafourcade y a Raúl Ruiz

Esta obra audiovisual nació de una convocatoria masiva para rodarla. Apenas un año después de la publicación de la novela, en un casting de donde se eligieron dos actores no profesionales (Lapido y Ureta). Fue un fenómeno sociológico que habla de un libro que recogió las percepciones que tensionaban al país. Era el empalme perfecto para describir una juventud que tomaba compromisos y que al mismo tiempo coexistía con un mundo que se derrumbaba. Un relato que se inicia con el recital de Piedra Roja, entonces una pequeña nota en los diarios, con el eco poderoso de un cambio político, social, cultural, que se venía y que pasaría de comedia a tragedia del ’69 al ’73.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 23.10.2017

En homenaje a Enrique Lafourcade y sus imprescindibles «La fiesta del rey Acab» (1959) y «Palomita blanca» (1971)

La novela y esta película homónima son dos gemas. El retrato melodramático del Chile de los ’70 es oro en la obra de Enrique Lafourcade (aunque algunos palurdos postulen que se trata de un escritor menor). Y el largometraje con el genio barroco de Ra(o)ul Ruiz, nuestro inclasificable chileno-francés, se torna un diamante en el cielo fílmico chileno. Un relato que acentúa el retrato inmisericorde de Lafourcade a la cultura popular y un acercamiento a la tragedia de hace más de 40 años desde otra arista, la social.

Esta obra nació de una convocatoria masiva para rodarla. Apenas un año después de la publicación del libro, un casting de donde se eligieron dos actores no profesionales (Lapido y Ureta). Fue un fenómeno sociológico que habla de un libro que recogió las percepciones que tensionaban al país. Era el empalme perfecto para describir una juventud que tomaba compromisos y que al mismo tiempo coexistía con un mundo que se derrumbaba. Un relato que se inicia con el Recital de Piedra Roja, entonces una pequeña nota en los diarios, con el eco poderoso de un cambio político, social, cultural, que se venía y que pasaría de comedia a tragedia del ’69 al ’73.

El Chile de los extremistas, de los hippies locales, de una ciudad con fronteras difusas entre lo urbano de su máscara y lo agrario y provinciana de su vida interior. Un Santiago pobre, en un país cuyas recetas de desarrollo no habían sido buenas, donde se palpaba la división política, en el seno de las mismas familias, que como la mía abarcó casi todo el espectro político, desde Mapu y Silo hasta Patria y Libertad, con la notable omisión (poco representativa del país) de los democratacristianos. Un Santiago de cités, de pasajes y de hacinamiento, frente a una Providencia que majestuosa había construido sus mansiones, de interiorismo francés, en el modelo de la ciudad-jardín anglosajona, la misma que el plano de Viña del Mar.

En ese contexto de contraste –qué notable la ausencia de la clase media en el relato- la tensión política y colectiva se transforma en un melodrama que imita conscientemente las reglas de la telenovela. Un amor entre Carlos, rico y María, pobre, imposible por naturaleza, pero real televisivamente. Al cual un joven allendista, libresco en sus convicciones y discurso, hace de conciencia de la clase obrera, frente a la alienación producida por los medios de comunicación y el capitalismo. Ruiz capta esa crítica, y en forma mordaz la desarrolla más en tono comedia, ayudado con una banda musical que en sí misma es otro sostén del relato, y que debemos a «Los Jaivas»: muestra las interrelaciones entre los de arriba y los abajo, en el contexto de las elecciones presidenciales del ’70.

Alessandristas, allendistas, tomicistas, en lo político, y también la lucha cultural entre Tradición, Familia y Propiedad versus Silo, el movimiento fundado por el líder místico mendocino que dejó su impronta en Chile, criaturas de un cambio societal que se adivina, pero que no es nunca el objeto de la descripción, porque Ruiz se enfoca en el mundo popular, donde el elenco (Bélgica Castro, notable) se luce entre la picaresca y el melodrama. Lucha política y lucha cultural y etaria, son dos planos del relato que no necesariamente coinciden. No hay que olvidar que para los comunistas el rock era un relato capitalista degenerado, y la homosexualidad y las trasgresiones morales una mancha a castigar. Ese otro clivaje, el de los cambios liberales, está en el contrapunto del Carlitos, el protagonista con su hermano y sus amigos.

Como película coral, hecha por actores no profesionales, bajo la regla de espontaneidad e improvisación que impuso Ruiz, «Palomita blanca» se torna una criatura con vida propia. Donde la pobre muchacha conoce a un joven rico, pero inconformista, y donde la brecha de las clases es cubierta por el amor. La visión sin contemplaciones de la pobreza, con sus notas de hacinamiento, precariedad, suciedad y falta de gusto, es redimida por cierto acercamiento social (donde la ausente es la clase media, algo típicamente de telenovela).

De hecho, en la película, la madre del protagonista, claramente consciente de la distancia social, se acerca a la muchacha para colocarla de dependiente de un local administrado por una amiga. Una señal de la redención social de la protagonista, aunque sin el amor de por medio, que se ha esfumado como la tranquilidad del país. Es que como dice Fernando a María Isabel, la telenovela que dialoga con el relato filmico: “Hay seres que tienen el signo de la desgracia”. Y esta muchacha, María, lo representa a cabalidad.

Esta versión es la segunda desde que el rescate de la cinta, hace unos años, recuperó la obra y la estreno en 1992. La película, filmada el ’72, perdida por décadas, fue restaurada por Sergio Trabucco, para que ahora, a un cuarto de siglo de su estreno, se disfrute de nuevo. Dado que se filmó en la época, retrata bien las condiciones de un Santiago más pequeño, donde su núcleo más innovador era Providencia, el Drugstore y el Coppelia.

Un mundo de rescate del diseño autóctono, de la música protesta, y al mismo tiempo de la sicodelia. Un testimonio de un mundo que se fue, cuyas reglas cambiaron por la revolución y su respuesta posterior. Una distancia sideral entre ese Chile de pasos cortos, mirada provinciana, historia interesante pero dramática, y este Chile de ambiciones enormes, morada global e historia burocrática, aburrida, propia de pueblos que evolucionan y progresan en vez de entrenerse en el frenesí de las revoluciones sangrientas, tan gratas para objeto de los analistas, y tan letales para sus propios habitantes. Es que la revolución del progreso a la postre fue la complementación del capitalismo de Pinochet y la afirmación de la democracia liberal de la Concertación. Nadie sabe para quién trabaja.

Palomita blanca, Dirigida y escrita por Raúl Ruiz. Elenco: María (Beatriz Lapido) y Carlos (Rodrigo Ureta). Banda sonora de «Los Jaivas».

 

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