«El túnel», de Ernesto Sabato: La moraleja de un femicidio

Una columna que analiza la famosa novela del autor argentino, a la luz de uno de los fenómenos criminales y delictuales que mayor impacto tienen en el juicio cultural de la sociedad contemporánea: el asesinato de una mujer, a manos de su pareja masculina.

Por Ezequiel Rodríguez Urrutia

Publicado el 21.2.2020

Decir la palabra «femicidio» en los tiempos de la Cuarta Ola Feminista puede ser un arma de doble filo, ya que por un lado te puede saltar el enjambre de los ofendidos tachándote de “Aliade” por comentarios que, pueden incluso estar en lo cierto, y por el otro, se te tira al cuello toda la horda de FemRads Terfs que te fuerzan a deconstruirte y a cuestionar tus “privilegios” (dichos que apuntando a un pobre, llegan a ser un chiste).

Todos estos comentarios se me vinieron a la mente el otro día que leía a Sabato, El túnel, obra a la que me acerqué por primera vez durante la Enseñanza Media, buscando un estilo que me definiera —cosa que no resultó—, pero que dejaría en segundo plano hasta mi preparación de la PSU cuando una profesora de lenguaje militante del feminismo declaró en una clase su odio a la obra, por representar en sus planas un femicidio, así como muchas damas de agrupaciones intelectuales que han hecho hincapié en este peculiar término.

Hace unos días, yo terminé esa obra, pudiendo ver así el famoso femicidio del que tanto hablaban. Fue cuando llegué a mi casa para escribir estas letras, planteándome la siguiente pregunta: ¿qué vendría a ser un femicidio, en primer lugar? O por lo menos, ¿cómo lo definirían, quitando toda esa cringe?

Según lo establecido por la Ley 20.480 del Código Penal, el femicidio sería el asesinato consumado por el cónyuge o conviviente de la víctima; este espectro legal no debe ser confundido con el parricidio, ya que este último abarca más el radio de lo familiar, es decir, esposos, hijos, parientes; el término femicidio (así como el homicidio), abarca esta mirada más amplia de los asesinatos que, por temas de patrones, se centran más en aquella forma particular en que el crimen se lleva a cabo, esa forma sistemática, que difiere completamente de quienes solo disparan en un atraco.

Aunque claro, en este punto es cuando puedes parar y preguntarte: ¿Sistemático en qué sentido? ¿En una norma universal establecida por un sistema que oprime a la mujer desde los tiempos de Abraham? ¡Nah! Y en primer lugar, por el simple hecho de que, psicológicamente hablando, cualquiera que atente contra la integridad de otro, está haciendo cualquier cosa, menos seguir una norma, por lo que sería estúpido señalar a este antisocial como alguien que sí está siguiendo un código de conducta. Sí, es cierto que hay malos hábitos entre la gente, y que la burocracia en Chile es una broma de mal gusto, pero reducir todo este asunto a un simple “nos matan por ser mujeres” llega a sentirse hasta pobre, y Sabato, lo hace sentir así (y sí, ya sé que las FemRads y las Terfs que usan el término a modo de ataque a un colectivo no valen la pena, menos si su argumento se basa en muñecos de paja o en generalizaciones apresuradas). Y honestamente, eso es lo mejor de la obra. Que transporta a la cabeza de quien es impulsado a transgredir la integridad de otro, y te hace entenderlo profundizar en su desenfreno, consiguiendo que empatices con él, sobre todo cuando aprecias uno de los trastornos más delicados de tratar en un individuo. Más en este periodo tan individualista.

El problema de apego en Castel es evidente. Un Trastorno Ansioso Desordenado que se manifiesta a través de ataques violentos, a causa de su falta de control de ira, intolerancia a la frustración, y la cereza del postre, una obsesión compulsiva por una mujer casada, que apenas conoce, y que llega a ser sorprendente que le haya soportado tantas rabietas sin ponerle una orden de alejamiento. Esta obsesión compulsiva, sumada a toda la ansiedad que nuestro protagonista carga al final de la historia, lo arroja irreversiblemente a atentar contra la vida de esta, su objeto de deseo, a modo de declaración para afirmar su dominio sobre la dama.

Aunque en esta obra, Castel no es el único inestable. María (la víctima), también cuenta con una obsesión compulsiva hacia Castel, impulsada principalmente por su sobreidealización hacia su figura como artista, obsesión que le lleva a querer complacerlo, a pesar de que este le hace daño, y cuando esta se defiende, termina siendo un cuadro fugaz, volviendo a acercarse cariñosamente a quien la hiere (me atrevería a decir que es hasta síndrome de la mujer maltratada). Para colmo, en un momento María le escribe a Castel, diciendo tajantemente que él solo está obsesionado con ella y nada más, la oportunidad perfecta para salir de esa situación, pero que solo acaba alimentando más las ansias de Castel hasta terminar en aquella noche fatal.

No quiero sonar como el típico sexista que culpa directamente a la mujer cuando pasa algo malo (aunque tengo claro que es común responsabilizar primero al individuo antes que a su agresor, así como ahora se responsabiliza primero al tutor que a quien hace la fechoría), y de hecho, parte de la culpa no recae en los hombros de María. Y no, tampoco la responsabilidad recae al cien por ciento en su victimario, ese machista opresor que no respeta a las mujeres y que debió cuestionar sus privilegios, la responsabilidad principal de todo este dilema recae en factor determinante, uno que respecta a las habilidades sociales de los individuos. La educación emocional. ¿Por qué? Simple.

Retomando a Castel, tenemos a un individuo con trastornos de apego, obsesiones compulsivas, un iracundo temperamento y una evidente intolerancia a la frustración, sentimientos explosivos que requieren de un importante adiestramiento en lo que respecta a la asertividad, en otras palabras, el decir y expresar la acción precisa en el momento indicado, encontrando el punto medio entre lo que te invade y lo que se puede hacer respetando la integridad de los demás. Esta, entre otras habilidades, es algo que se trabaja desde la primera infancia y es reforzada durante el primer ciclo del periodo estudiantil de los individuos, recurriendo a actividades didácticas que les permitan recrear y percibir estas diversas situaciones (cuando la educación es de calidad…), fomentando así la aplicación de estos aprendizajes durante las interacciones entre los alumnos. Con estas habilidades trabajadas, en teoría, los individuos serían capaces de interactuar con otros, expresándose de manera plena sin sobrepasarse ni pretender causar daño a los demás. Esto incluye la prevención del acoso y el respeto a las mujeres (y a todos, en general).

Ahora bien, con Castel, claramente no se ha logrado el objetivo, y ante esta situación, la obra de Sabato denuncia las consecuencias de la falta del desarrollo de estas habilidades, entre las que añado el reforzamiento de la autoestima, la seguridad, y ya que tocamos un caso de Apego Ansioso Desordenado, la creación de lazos afectivos seguros. Todos estos atributos son trabajados, y deben ser trabajados, más aún en casos como los de Castel. Sin embargo, debo reconocer que la realidad termina siendo otra, y en especial porque mucha gente no ve así el problema. Porque para nuestra desgracia, la empatía se ha vuelto un discurso tan vano, y en ocasiones, tan conveniente, que resulta más fácil pedir el miembro del victimario en bandeja de plata que reflexionar sobre cómo estamos haciendo las cosas. No los culpo, a decir verdad. Después de todo, Nietzsche dijo en Humano, demasiado humano (1878): «El peor castigo que se le puede dar a un criminal, es que nos comportemos con él de la misma forma en que se comportan los canallas».

Aunque por otro lado, tampoco podemos llegar y decir “¡Oh! ¡Pobrecito! ¡Tiene problemas emocionales!», porque tampoco es la idea apelar a la lástima. Pero sí hay que reconocer que, trabajando adecuadamente, podemos generar cambios reales en nuestro entorno, más en nosotros que en los demás como tal, pero cambios a fin de cuentas. Es por eso que debemos enfocarnos en hacer estos cambios, principalmente en la educación chilena. Y sí, ya sé que una ministra que acusa a los docentes de “adoctrinamiento político” por decirle a sus pupilos de Cuarto Básico: —Tranquilos, no estamos en guerra. El Presidente solo usó una metáfora, no ayuda mucho, pero nada se pierde con ponerle empeño.

Porque no, demonizar un colectivo jamás soluciona el problema, si no, miren a España. Y no, un hombre no mata, mata un asesino; si no, vean a Johanna Hernández. Un hombre no viola, viola un violador; si no, vean a la famosa Tía Sandra (que espero se pudra en la cárcel). Y por último, un hombre no agrede, agrede un agresor; si no, vean a Amber Heard. Todos estos casos ya mencionados demuestran las consecuencias de una mala formación en los ámbitos de la asertividad y la madurez emocional, porque ya calando detrás de esos “monstruos”, podemos ver todo ese mundo al final del Túnel, lo que nos ayuda a comprenderlos y a buscar que sus acciones no vuelvan a nacer en alguien más.

Porque no nos engañemos, los humanos tenemos esa naturaleza agresiva, y mal que nos pese, es parte de nosotros, pero nada quita el hecho de que podemos mejorarla, que podemos adiestrarla para que sirva a un propósito, y así de ese modo poder salir de ese túnel en el que nos consume la ira y el miedo, alimentándose del daño que causamos a los demás. Y sí, estoy claro que hay quienes no van a entender de razones, pero repito, no quita que podamos, por generación, acumular una buena suma que pueda, gradualmente, hacer la diferencia. Pues si hay algo que la “generación que pasaba todo el día con el celular” me ha enseñado, es que si alguien se propone hacer la diferencia y abogar a un cambio, todos pueden hacerlo, y si todos se proponen a hacerlo, las cosas de verdad van a cambiar.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez nació el 11 de agosto de 1996 en la comuna de San Miguel, aunque ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Estudió en un liceo industrial en la comuna de Quinta Normal llamado Centro Educacional Alberto Hurtado, donde logró en el año 2015 ganar dos competencias escolares literarias, además de egresarse como Técnico Medio en Administración de Empresas.

El año 2016 ingresó a estudiar pedagogía en historia, geografía y educación cívica en la Universidad de Las Américas, de la que se retiró acabado su cuarto semestre tras el cierre de su carrera por parte de la institución. Pero el año 2018 logró ingresar a la Universidad Católica Silva Henríquez, pero esta vez bajo la licenciatura en educación general básica (menciones en historia y lengua y literatura). Ese mismo año publicó para la editorial independiente Venático Editores su primera obra literaria, Kairos, bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Un diario escrito en prosa poética que describe su ambiente y su vida diaria, llevándolo a él y a sus lectores a un plano de reflexión sobre la marcha del tiempo, los ciclos de este y los cambios que genera a nuestro alrededor.

Durante el segundo semestre de su nueva carrera, se le asignó la realización de un taller literario para estudiantes de Séptimo y Octavo Básico, donde trabajó el repertorio de Huidobro, conceptos generales a nivel estructural dentro de la narrativa y el fomento de la crítica a la obra literaria.

Este año pretende publicar su segundo diario poético en que habla de la depresión, desembocándola en el contexto que ha dado forma al estallido social. Además de que planea lanzar una obra corta para el próximo NaNoWriMo del mes de noviembre que relata la primera aventura de una detective en busca de una joven desaparecida.

 

Una de las tantas ediciones en castellano de «El túnel» (1948)

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Ernesto Sabato (1911 – 2011).