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Subestimar al enemigo: Evópoli y su plan de “depuración cultural”

En este campo, sobre todo en el ámbito de la llamada civilización, la denominada derecha neoliberal, la economicista, esa de unos pocos, flaquea, confunde la creatividad con el mercado: quemar museos y salas de cine arte, querer e intentar destruir casas patrimoniales —en el contexto de la defensa miope e irracional, de estetas tránsfugas y violentadores—, infligir vejámenes al reposo de excelsos artistas que se fueron, borrar la memoria o al menos mancillarla, para que se confundan con los bienes de consumo desechados por la ideología de la chatarra prescindible: así se maneja, con tristeza, la «diestra» progresista en estas latitudes.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 7.3.2020

“De todos los peligros, el mayor es subestimar al enemigo”.
Pearl Buck

Craso error, pero es lo que venimos haciendo desde el 18 de octubre pasado. El enemigo dobló la rodilla sobre el ring, mientras el árbitro iniciaba el conteo; así lo vimos, podemos jurarlo… La muchedumbre, la multitud, el público, los esperanzados vástagos de la revolución —así de renovados nos sentíamos—, cantaron (cantamos) victoria. Sin embargo, el púgil del lado oscuro se levantó al escuchar el número nueve… No estaba vencido, ni mucho menos; astuto, aguardaba recobrar su aliento, un segundo o tercer o cuarto aire que tendría que llegarle desde las tinieblas… Sí, duro de matar el hideputa.

Se me viene a la cabeza un símil boxístico, quizá porque no estamos hoy para monsergas “pacifistas” ni consejos esotéricos de autoayuda, según propone Cristian Warnken, anestesiado de bondades con sabor a infusiones de manzanilla. El 4 de noviembre de 1978, en la Plaza de Toros de Maracay, Venezuela, Martín Vargas estuvo a punto (en Chile siempre besamos ese borde que se escurre entre las buenas intenciones de lo que pudo ser o debió haber sido, eternos segundones de todos los empeños); a punto, digo, de coronarse campeón mundial de peso mosca. Pero dejó escapar la oportunidad, escatimó el golpe letal de nocaut y el venezolano Betulio González, uno de los bravos del pugilismo mundial, se rehízo y noqueó al chileno con rápida seguidilla que nos dejó atontados y patidifusos.

A partir del “estallido social”, las redes virtuales se saturaron de comunicados exultantes, de memes agudos y no tanto, de caricaturas zafias, de sentencias rotundas y descalificativos de variado jaez. El enemigo era una piltrafa, su líder máximo aparecía demacrado, titubeante, al filo de la histeria con sus tics de títere desarticulado. Pasamos entonces al sarcasmo, a la befa de aquel oponente en un tris de besar la lona, mientras su entrenador, don Capitalismo Salvaje, arrojaba la toalla sobre el ring, al grito de “¡No va más!”… Nada de eso ocurrió. La pelea fue declarada en estado de suspenso, hasta nuevas escaramuzas y un resultado definitivo. Se apagaron las luces y comenzó el desgastador tiempo de espera.

El púgil volvió al laberinto de su camarín de privilegio, mientras los miembros del jurado de la “opinión pública” guardaban sus tarjetas, aconsejados por el Tribunal Constitucional, la Corte Suprema, el Instituto de Derechos Humanos, los pelucones bien pagados de La Haya y la madre que lo parió.

Piñera y Evópoli Inc., se ha venido reponiendo, lento pero seguro. Sus miembros no han soltado un ápice del poder, mirándonos desde la misma pirámide que nos rige hace siglos, desde su incólume trilogía: Propiedad Privada, Orden Público y Paz Social.

En un comienzo, cuando su mánager le gritaba que subiera la guardia de sus cortos brazos, que saliera del vértice de las cuerdas, que moviera el torso y afirmara las piernas, en los tres minutos de pausa, el enemigo clamó sus promesas, declarándose, ante todo, humilde escucha de “su pueblo”. Muchos le creyeron, otros hicieron como que le creían; así, los barrigudos púgiles de la ex Concertación, vale decir Lagos Escobar, Insulza, Escalona, la Alvear, Walker Ignacio, Eugenio Tironi Barrios, la silenciosa Bachelet y otros que nombrar no quiero, porque mi boca se llena de amargor (acedía), concurrieron a dar ánimos al interdicto boxeador de la Derecha.

Lo que viene luego no es la breve historia de cinco meses de inteligente despliegue; la inteligencia, muy pocas veces, ha sido atributo de la Derecha, porque su fuerte es la astucia lupina, cualidad o arma que le basta y sobra para imponer sus presupuestos a esa “masa” de la que se sirve para medrar, pero que desprecia a todas luces, cuyos individuos reduce a meras estadísticas.

La inteligencia es propia de altos espíritus, sean estadistas, grandes tribunos, filósofos, científicos o cultores de las artes. En este campo, sobre todo en el ámbito de la llamada Cultura, la Derecha flaquea, confunde la creatividad con el mercado —“el culo con las cuatro témporas”—, como dijera el Nobel Camilo José Cela.

Los ejemplos huelgan, la mediocridad también: Hernán Larraín Matte, el «Hernancito», ese señorito «educado» para gobernar al fundo llamado Chile, Luciano Cruz-Coke Carvallo, Emilio De la Cerda Errázuriz, Roberto Ampuero, Mauricio Rojas, Jorge Edwards Valdés, Juan Carlos Silva Aldunate, Evópoli y su plan fascista de “depuración cultural”. Quemar museos y salas de cine arte, querer e intentar destruir casas patrimoniales —en la defensa miope e irracional, de estetas tránsfugas y violentadores—, infligir vejámenes al reposo de excelsos artistas que se fueron, borrar la memoria o al menos mancillarla, para que se confunda con los bienes de consumo desechados por la ideología de la chatarra prescindible.

¡Muera la Inteligencia, viva la Muerte!

Pero tenemos que reconocer, con rabia e indignación, que la astucia de los detentadores del poder está dando buenos resultados para sus deleznables propósitos. En estos —ahora larguísimos— cinco meses, el púgil en apariencia derrotado y su cohorte de paniaguados, cómplices ideológicos y concertacionistas prevaricadores, no han cumplido ni una sola de las cacareadas promesas de ese espurio acuerdo en La Moneda, incluidas en la “potente agenda social” proclamada por su mandante. Solo faltó que el portavoz del Frente Amplio levantase con la suya la mano derecha del peleador palaciego para proclamar una amañada victoria “por puntos”.

Cual triste y menesteroso paliativo, el tembleque gobierno de la Derecha hizo repartir un bono misérrimo, mientras, por las pantallas de la mentirosa «televisión abierta», nos mostraban la baraja moviente, espejismo de los billetes azules. Hasta aquí llegaría la respuesta a las principales demandas ciudadanas, porque su “pronta tramitación” fue otro de los falaces subterfugios con que se ha venido ganando tiempo, en una dilación permanente, cara a la entelequia de abril.

Como eficaz acción paralela, impulsada por los medios de comunicación al servicio del sátrapa, se viene desarrollando una sostenida y dosificada campaña del terror y del acoso ciudadano, resaltando hechos puntuales de violencia urbana: incendios, saqueos, ataques a recintos policiales, muchos de ellos auténticos “tongos” o montajes que quedan en evidencia a través de las redes… Hemos asistido a numerosos tinglados, llevados a cabo a rostro descubierto por nuestra policía venal o bajo el burdo disfraz de “encapuchados”. Todo sirve.

El tongo también es una figura muy empleada en el boxeo, y consiste en que uno de ambos boxeadores se deje perder; mucho mejor si es el favorito en las apuestas, para que los apostadores concertados obtengan pingües ganancias.

Se cierran estaciones del Metro, se obstaculiza el ingreso de los usuarios, porque “hay disturbios en la superficie”. Una campaña cotidiana del terror, aplicada en cuidadas dosis, para obtener la vacuna que propicia el miedo organizado. El objetivo es claro, fortalecer, día a día, la opción del “rechazo” en el plebiscito de abril, conjurando las manifestaciones cívicas, ahora mediante el invisible aliado del “corona virus”, que el burdo prestidigitador Mañalich ha sacado de la chistera.

Por otra parte, se deja flotando la amenaza de revocar la consulta ciudadana, porque “no están ni estarán dadas las condiciones para su realización”, en el marco de la incertidumbre social provocada, no por el gobierno, sino por los violentistas, anarquistas, comunistas… y otros peligrosos “istas” venidos desde Cuba y Venezuela, las tierras del mal.

El desproporcionado fortalecimiento del aparato policial represivo, junto a la repetida advertencia de recurrir al Estado de Excepción, refrendan una actitud beligerante y sin condiciones. La Derecha no está dispuesta a perder en el cuadrilátero de la polis.

En la retaguardia o tras bambalinas, el empresariado recurre a esa vieja y siempre eficaz arma que es la amenaza de desempleo: “Si el rumbo de la economía continúa así, no tendremos otra salida que reducir nuestra dotación”, advierten a sus atemorizados servidores. Entonces, el problema o el dilema no es la precariedad del salario y su más que justificado reajuste, sino mantener la “fuente de trabajo”; si es difícil subsistir con trescientos mil pesos al mes, mucho más lo será sin nada o con las escasas y breves monedas del subsidio de cesantía.

Alrededor suyo, el asalariado comprueba, de manera gráfica y fehaciente, cómo proliferan los empleos de emergencia en nuestras grandes urbes, donde pareciera que hay más vendedores que potenciales clientes; todos venden o tratan de hacerlo, escabullendo el bulto a policías y guardias que decomisan las mercaderías, las destruyen o, lisa y llanamente, se las apropian, porque todo vale en la ardua lucha por la subsistencia.

La pelea o el round final se advierte en extremo difícil, de imprevisible desenlace. A estas alturas, debiésemos entender que no vamos a ganarla por puntos, ni siquiera por nocaut… No, ciudadanos, este combate es a muerte. Y ellos —él— lo saben mejor que nosotros.

 

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El buen terror: La política cultural de Evópoli en el Gobierno de Chile.

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Martín Vargas Fuentes (1955).

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