«Verano del 42», de Robert Mulligan: La eternidad del erotismo

Pocas veces ha sido descrita la pubertad -el arranque de esa definitoria etapa de la vida- con tanta belleza como en la novela del estadounidense Herman Raucher, y llevada magistralmente al cine por el título homónimo, junto con la inolvidable música que creó para ella el compositor Michel Legrand.

Por Alberto Ernesto Feldman

Publicado el 20.9.2018

No es fácil para quien tiene hoy 75 años, escribir sobre sexo. Uno viene de otra época y no es sencillo adaptarse a los cambios, ni a los de la sociedad ni a los propios.

Ni siquiera tenía clara la diferencia entre pornografía y erotismo, acabo de leerlo recién en el diccionario y lo tengo prendido con alfileres. Siempre entendí simplemente la cosa como un proceso compartido por dos personas, que obligadamente debe ser placentero  y consentido por ambos, so pena de caer en el maltrato o en la perversión.

Seguramente, nos han metido vergüenza en todo lo relativo al tema desde hace muchos siglos, tratando de encarcelar el instinto para hacernos culpables por sentir o por obedecer las leyes biológicas y últimamente, culpables por compartir, gran temor de los que mandan, por miedo a aquello que dice, en referencia a la unidad más pequeña de la sociedad humana, la pareja: que  “juntos, somos mucho más que dos”.

En muchos hogares, en nuestra época de niños, la cosa se mantuvo escondida bajo la orden de “de eso no se habla”, o “afuera chicos que tenemos que hablar de cosas de mayores”.

Nos volvimos mayores casi sin darnos cuenta y tanto las chicas como los varones, aprendimos a los ponchazos la información negada. El resultado es que perdimos la naturalidad con la cual el sexo es ejercido por las etnias primitivas en las cuales es tan natural como comer o dormir.

El ingreso a la pubertad, esa puerta sin retorno hacia el amor físico, será acompañado, ojalá que en la mayoría de los casos, por la afectividad, uniendo así el instinto al cariño, pero como todo inicio, es una bisagra dura de mover, y ese esfuerzo lo hemos experimentado todos.

Algunos transponen esa puerta con éxito, creciendo, otros la cruzan con dificultad, y cada uno últimamente, encontrará el camino que pueda.

Así, el ejercicio de la sexualidad como escribió alguien, será para algunos como un manso arroyo, para otros un río caudaloso, y para otros una verdadera catarata.

En este momento recuerdo con infinita ternura a ese loco de  la película Amarcord, de Federico Fellini que desde la copa de un árbol, gritaba con desesperación: – ¡Io voglio una donna! Si alguien, mujer o varón, en algún momento de su vida, no se ha sentido identificado con ese loco, es un extraterrestre o un afortunado de antología.

Volviendo a la pubertad, pocas veces ha sido descrita con tanta belleza el arranque de esa definitoria etapa de la vida como en  la novela Verano del 42 de Herman Raucher, llevada magistralmente al cine junto con la inolvidable música que creó para ella Michel Legrand.

Es una excelente descripción de las distintas actitudes de tres jovencitos en esa difícil etapa de la infelizmente llamada “Edad del pavo”, frente a los primeros indicios de que los juegos infantiles con sus tres amiguitas del verano tomarán carriles distintos a los del verano anterior y será un punto de inflexión en la vida de todos. Eso sucede  una noche en la playa, charlando los seis y tratando de crecer alrededor de una fogata.

Uno de los varones será la catarata, pasando al frente junto con su eventual compañerita. En el otro extremo un chico aniñado, muy tímido, que no quiere saber nada de nada, y posiblemente seguirá así, si su personalidad no experimenta un notable golpe de timón. Ese verano quedará fuera del juego, y posiblemente, también su eventual parejita, de similares características.

El personaje principal, a medio camino de sus  amigos, no toma ninguna actitud hacia su compañera de juegos en esa inquietante reunión nocturna de los seis chicos en la playa, no por cortedad de genio; sucede que está enamorado tremendamente de una hermosa muchacha que está pasando la Luna de miel en una casita de la playa junto a  su  esposo, un aviador de licencia en medio de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar el permiso y volver el recién casado al combate, la chica queda sola en el lugar y nuestro joven amigo, con el impulso que le dan las hormonas, finge un encuentro casual, la sigue hasta el supermercado, la espera a la salida, y aparentando naturalidad  se ofrece a ayudarla a llevar las provisiones.

Ella lo acepta como amigo porque realmente simpatizan; son los dos amables y generosos.

La joven le pide ayuda para subir esa misma mañana unos bultos al altillo a cambio de un pago, el rechaza el pago ofendido, lo hará, pero no por dinero.

Allí tenemos una de las escenas eróticas mejor filmadas del cine: ella, arriba de la escalera  con los brazos en alto pasando al desván los bultos que el jovencito le alcanza, y él, hipnotizado por lo que ve desde abajo dentro de los anchos pantaloncitos deportivos de la época, posiblemente  un rosado calzón y nada más, más todo lo que imagine.

Contemplándola, tiene su primera eyaculación espontánea y la cámara enfoca su rostro reflejando las complicadas sensaciones que experimenta, mientras sigue alcanzándole las cajas.

Construyendo una amistad, la chica,  agradecida y completamente  ajena a lo que le  sucede a su  ayudante, lo invita a regresar por  la tarde para merendar y escuchar música.

Llega la hora, se acicala ansioso frente al espejo y  escapa de las preguntas curiosas de sus asombrados padres, está muy emocionado por esa especie de primera cita, no sabe qué irá a suceder, solo sabe que ha sido distinguido por aquella a la que ama y desea y que estará  muy cerca de quien lo conmueve así.

Al acercarse a la casa de la playa, comienza a escuchar música a gran volumen antes de llegar, y sorprendido por las puertas abiertas de par en par, contempla al ingresar a la joven, antes siempre alegre, bailando con expresión ausente y rígidos movimientos, la lenta melodía que bailaba con frecuencia con su esposo.

Sobre la mesa, el  tocadiscos repite una y otra vez  la canción; al lado, abierto y estrujado, el telegrama del Ejército que comunica la muerte del aviador.

Impulsivamente, él agrega a sus sensaciones la necesidad de protegerla y la abraza. Bailan ahora, estrechamente unidos  la joven y el adolescente; se necesitan mutuamente para aferrarse a la vida y protegerse del dolor y de la muerte; la cámara enfoca  ahora  el  suelo, donde sus ropas lentamente van cayendo.

 

 

Los actores Gary Grimes y Jennifer O’Neill en «Verano del 42» («Summer of ’42», 1971)

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Alberto Ernesto Feldman nació en Buenos Aires, en 1941, abandonó estudios de medicina cuando cursaba cuarto año y a partir de allí se desempeñó como chofer en el transporte de pasajeros y de carga. En el año 2006, al jubilarse, tomó clases de clarinete y por sugerencia de su esposa y de su hija, quizás cansadas de escucharlo, se anotó en un taller literario municipal, lo que a los 65 años le abrió las puertas del quehacer literario. Escribe cuentos cortos y relatos, algunos de ellos han sido premiados o mencionados en la Capital y en las provincias de Buenos Aires, Jujuy, Mendoza, Misiones, Chaco y Santa Fe. Intervino en las antologías El diálogo nos amontona de Editorial Dunken, y en la editada por el Centro Vasco Francés , ambas en Buenos Aires; Cada loco con su tema, Gula, e Ira editadas en México por el Grupo Editorial BENMA, y en España, participó en Escenarios editada por la Asociación Española de Neuropsiquiatría en 2013, y en las antologías Facer Españas editadas en 2014 y 2016 por la Editorial Orola, de Madrid. A comienzos de 2013, ha editado por primera vez en forma individual, un volumen de cuentos y relatos titulado Castillos reales, castillos mentales; a principios de 2014 su segundo trabajo: Tango final en Saavedra y otros 36 cuentos y relatos, en febrero de 2015 su tercer volumen, Un caballito en el rincón y otros 33 cuentos y relatos. A fines de ese mismo año, su cuarta obra, Miss Alice al mediodía, 28 cuentos, relatos + un poquito de teatro. La obra, Tomando café frente al Obelisco y otros 32 cuentos y relatos, en tanto, su quinto volumen, fue editado en agosto de 2016.