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Antología “Cuaderno de la doble vida”, de Pedro Lastra: En el frágil cristal de la memoria

La poesía que ofrece al autor chileno posee un gran cariz introspectivo y es una voz que nos habla desde las fragilidades del tiempo y de la historia: un hablante que convida, en suma, a recordar cómo hemos reflexionado sobre nuestro pasado, a fin de ponderar la importancia del ejercicio de la remembranza y a comprender su valor, su inmensa fragilidad.

Por Víctor Campos

Publicado el 19.7.2019

A comienzos del presente año la editorial Pfeiffer ha publicado una antología del poeta y académico chileno Pedro Lastra (1932) que lleva por título Cuaderno de la doble vida (2019) en honor a una antología precedente del mismo autor aparecida en el año 1984. La actual edición ha decidido rescatar aquella colección de poemas y las ilustraciones que entonces la acompañaron, además de mostrarnos composiciones tanto más recientes como inéditas del poeta.

Primeramente, para entender la poética de Pedro Lastra, su resolución y propuesta, debemos situarnos en la generación de los años cincuenta, en sus conflictos frente a la tradición y la escritura. La década que se inauguraba con Canto general de un monumental Neruda, a la vez de una imprescindible presencia de Huidobro en las letras chilenas, también a la par de una ya galardonada Gabriela Mistral y de la vehemente voz de un Pablo de Rokha, suponía complejos en los poetas jóvenes. ¿Cómo enfrentarse a los grandes bardos y articular una escritura otra?, ¿qué crear, cómo crear después de ellos? Épica social, lenguaje tensionado al máximo, tentativas de absoluto: elementos que ya habían alcanzado su culminación y que hacían parecer al espacio de la escritura poética agotado, o al menos en aquellas posibilidades. La generación de los cincuenta se encontraba en dicho dilema.

Naturalmente el primer paso era aceptar el peso inesquivable de los cuatros grandes poetas: comprender que lo que ellos comenzaron, ellos mismos lo terminarían y que sólo seguir rigurosamente sus pasos suponía poseer un cierto grado de ingenuidad; aunque no se tratase de un asunto de capacidades. No negarlos, asumirlos y a partir de aquel peso, planear otra escritura. La joven generación de los años cincuenta vio surgir a otro tipo de poeta, que se erigía no desde una voz telúrica, sino más bien irrisoria: Nicanor Parra. Si bien la fama lograda de este también lo instalará como un poeta de referencia, sí les mostró a los jóvenes otro camino con el cual se encontrarían más afín: la ironía. La palabra poética aterrizada a la tierra por Parra fue un motivo -entre otros- para que los nuevos poetas desacralizaran la concepción de poesía que los cuatro vates habían enarbolado, y comenzaran a pensar para sí una propuesta de un carácter más individual.

En este momento, Jorge Teillier decide construir una poética que hable a partir del retorno al lugar de origen, a la aldea, una escritura eminentemente nostálgica que evoca cuerpos que ya no están, mas que se hallan presentes por su ausencia, una voz que se pasea por los espacios campestres muchas veces abandonados y olvidados: nace la poesía lárica. Por otro lado, Enrique Lihn, contemporáneo de Teillier y Lastra, tomará el sendero del escepticismo, llegando al grado de cuestionar su quehacer escritural y su propio dudar. Así, la generación de los cincuenta fue adoptando sus propios caminos.

En este contexto, Lastra apostó por una poética de breve extensión, de tono contemplativo, meditativo y a ratos coloquial, vivificando una escritura (léase al caso el poema Los días contados) y recuperando a su vez un imaginario de claros ecos trovadorescos: aves, árboles, la marcada presencia de la amada, y demás. Un imaginario que desde su antiguo uso supone riesgos, mas que nuestro poeta logra renovar, haciendo tornar su poesía sumamente llamativa.

El poema que no excede la página guarda además una mirada retrospectiva que por un lado reinterpreta objetos del pasado ya obsoletos (pienso en poemas como «Reivindicación del astrolabio» o «El desolado profesor») mientras que por otro establece un diálogo con poetas y escritores de variadas épocas, personajes históricos y literarios. Aquel diálogo nos ofrece una rica galería de voces que en su evidente explicitación receptiva (la alusión directa en títulos, epígrafes y/o versos) hace del poema destino esclarecido y no derribado por el escepticismo tan presente en algunas poéticas argüidas en la década de los cincuenta y en adelante. No es por esto Lastra un poeta ingenuo: su consciencia en torno al paso agigantado de la modernidad en la poesía, y su consecuente renuncia y alejamiento de ella fácilmente identificables en su trabajo nos demuestra su viva perspicacia.

La alusión a poetas, a personajes históricos y literarios, muchas veces presentada como homenaje no conlleva en ningún sentido una escritura pretenciosa, sino que la simpleza del verso dada por el adjetivo preciso y necesario, la forma concisa y la suficiente claridad para el goce del poema logrando incluso una independencia de sus referentes, hacen de la poética de Lastra una poética mesurada, aún tratándose de una mesura en donde reside una peculiar intensidad. Al caso transcribo el poema «Reflexiones de Aquiles»: “Ya se sabe, y lo dicen los textos escolares/ que repiten a Homero,/ que sólo en mi talón residía la muerte.// Nadie supo en verdad/ cuán vulnerable fui/ a pesar de la gracia de los dioses”.

Hay en la poesía de Pedro Lastra un retorno a lo simple. Comprendiendo que todo texto posee su cuota de intelectualidad y que por ende la simpleza supone ser compleja, aquí asistimos a la recuperación no sólo de ciertas formas clásicas mediadas por un ambiente de post-vanguardia (poemas como «Copla», «Contracopla», o «Última copla» son elocuentes a lo dicho), sino también a la idea de que el poema aún puede entregarnos un mensaje o al menos transmitirnos algo. Esta premisa que no yace abandonada u olvidada a lo largo de un camino que durante décadas Lastra ha trazado para nosotros en la presente antología, sobrepasa incluso a los tonos a veces confesionales o contemplativos, a veces adoptando un personae, a veces meditativos, que otorgan justamente a la poesía de Lastra el carácter de ecléctica.

Sin embargo, y sobre lo último, suele haber un tono que marca una presencia mayor. El aura que reviste a los poemas suele tener tintes de cotidianidad, y si permitimos la extensión de aquellos tintes, la presencia de lo simple es aura vital en todos los poemas que habitan Cuaderno de la doble vida. El hablante no yace resignado: cree que su voz, aunque ya no dotada de la vehemencia épica, puede expresar su emocionalidad o estado mediante el juego de palabras: “y se acercan y abren la puerta, y me rodean/ animales perdidos, al fin juntos/ en el jardín, los cuartos, conducidos/ a mi lado por ángeles,/ y tú no estás y dónde y todo ocurre/ aquí mismo contigo/ con los ángeles”, sentencian los versos que componen el poema «Dibujo con un lápiz las alas de los ángeles» y que exhiben aquel manejo y presencia de la emoción en el hablante.

Antes de mencionar lo que probablemente constituye el elemento más sustancial de la poética de Pedro Lastra, considero necesario detenernos en la frecuente fijación por el pasado. Aquí se muestran las consecuencias de lo ya hecho: su peso en la escritura y mundo contemporáneos. La presencia de referencias reinterpretadas por la mirada del poeta haciéndolas pequeños artilugios de refinada belleza, hacen de su ejercicio mucho más que una mera evocación solipsista: hay un pasado que se debe comprender, no desconocer y que es ineludible. Fracasadas las vanguardias, la voz del poeta, sola frente a un mundo que la obliga a admitir y reconocer sus limitantes, sin ninguna intención además de volver a ocupar el centro, debe bosquejar inteligentemente una estrategia para enfrentarse a la página en blanco: “Me despido del siglo/ que nos llenó de ruidos y de máquinas/ y desterró el silencio/ y alargó nuestros días/ sobre asolados campos”, dicen los versos que componen un breve poema dedicado a Eugenio Montejo titulado «Canción del pasajero».

En este sentido, quizá la poética de Lastra sea una poética del recordar. El recuerdo siempre latente en la voz le otorga una gran presencia, mas en tanto acción de hacer memoria, y no necesariamente ilustrar el recuerdo mismo. Es plausible pensar al poema (o al recordar) como una ventana hacia un mundo creado por y para nosotros en donde aún podemos refugiarnos. La antología que se inaugura con un bello poema titulado «Ya hablaremos de nuestra juventud» nos enseña a un hablante que, ante la posibilidad futura de hablar de la suya juventud, admite que llegado el momento, el hacer memoria estará sujeto a las fragilidades del paso del tiempo: “Ya hablaremos de nuestra juventud/ casi olvidándola, confundiendo las noches y sus nombres”, sentencia (e incluso en otro poema se nos hablará sobre la “sombra de la memoria”). También nos dice, y cito al caso la última estrofa del poema ya referido: “Hablaremos sentados en los parques/ como veinte años antes, como treinta años antes,/ indignados del mundo,/ sin recordar palabra, quiénes fuimos,/ dónde creció el amor,/ en qué vagas ciudades habitamos».

Sería tentador pensar a priori a la poética del recordar de Lastra asociándola con la poesía lárica de Teillier, mas es prudente proponer una escisión provechosa: quizá lo que los diferencia sea que Teillier se encuentra en el corazón del testimonio vivo del pasado: pueblos abandonados con casas abandonadas y con él en el centro, mirando; mientras que Lastra toma distancia del recuerdo mismo como imagen, permitiéndose así -en consecuencia- elucubrar sin rodeo alguno sobre la memoria en tanto fenómeno evocador. Los versos de El sol, autor de representaciones dibujan aquello: “y entonces recordé/ a una muchacha vestida de oscuro,/ muchacha de los Andes/ cuyo nombre había olvidado./ Recordé a esa muchacha y la escena perdida/ para vivir de nuevo”.

En suma, la poesía que nos ofrece Lastra posee un gran cariz introspectivo, una voz que nos habla desde las fragilidades del tiempo y de la memoria: “En tales ensoñaciones se van uno a uno mis días,/ sin hacer nada que me encomiende a la posteridad” rezan los últimos versos del poema «Datos personales» y que nos constata dicho talante. Aquí yace un sujeto que toma consciencia de su intrascendencia y que sólo a partir de su estancia en la tierra puede elaborar un refugio que le permita una subsistencia, y aquel yacerá en su posibilidad de recordar, o en otros términos, el hablante eligirá el recuerdo. Entonces, la poética de Lastra nos convida a recordarnos a nosotros cómo hemos recordado nuestro pasado, a la importancia del ejercicio de la memoria y a comprender su gran valor, su gran fragilidad.

 

Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente, cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.

 

«Cuadernos de la doble vida» (2019)

 

 

Víctor Campos

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Pedro Lastra, por la Universidad de Magallanes.

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