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«Cuentos de inmigrantes», de Pía González Suau: La ciudad de Santiago vista como un crisol de convergencias

Aunque el volumen de relatos inspirador de este texto, se lanzó editorialmente hace poco más de tres años (diciembre de 2014), su temática artística es de profunda y vital actualidad en el tiempo presente, según se aprecia luego de conocerse diversas informaciones noticiosas al respecto, y acontecidas en el territorio nacional.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 7.3.2018

Estos cuentos de inmigrantes exponen una muestra de “personajes” que están muy cerca de sus “personas”. Y, consecuentemente, sus “ficciones” perfectamente podrían ser vistas como “testimonios”. Esto es porque la representación de estas narraciones resulta vívida y cercana para cualquier observador atento de esta ciudad. Santiago es el crisol donde convergen los personajes de estos relatos…

Acá tenemos a madre e hija subsistiendo con sus picarones después del suicidio del padre, y la posibilidad de nuevos horizontes en Chile. La voz narrativa se embarca en un viaje, solo con el dato de una conocida que trabaja en un café de dueño argentino. Ella describe: “Me presentó a su jefe. Un argentino con buena pinta, alto y con olor a colonia rica. Le gusté, yo no quería hacer de puta, que era lo que al fin y al cabo, se terminaba haciendo en el Paraíso… No tengo nada contra las putas, pero me aburría venir a hacer lo mismo que podía haber hecho en mi país”, confiesa la protagonista, quien, dicho sea de paso, es virgen. El café, llamado, irónicamente, Paraíso, y que deviene prostíbulo, es el crisol que le permite a la voz exponer sus percepciones del nuevo espacio urbano: “Me salió este viaje a Chile y partí sin pensarlo dos veces. El viaje lo hice en bus. Dos días aburridos e interminables. Cuando llegué al terminal olía a pobre, igual que en mi país pero este era un olor más dulzón, menos picante”.

En muchas secciones de este volumen se describe o, más bien se evoca el sabor de la comida. Este tipo de recuerdos nostálgicos nos habla del afán de sentirse parte de una red social. Es un anclaje que permite perpetuar la identidad. El sociólogo Richard Sennett en su libro “El extranjero” escribe dos ensayos sobre el exilio; el primero de ellos en torno al gueto de Venecia; el segundo sobre la vida de Aleksandr Herzen, el gran reformista ruso del siglo XIX, exiliado en Gran Bretaña. Una de las observaciones de Sennett respecto a Herzen destaca: “Más que sucumbir a la nostalgia y la autocompasión, Herzen trató de dar sentido al desplazamiento y lo cierto es que abrazó esta idea como un modo de vida. Esta adopción hizo de él un hombre moderno. El desplazamiento y la dislocación se convirtieron en emblemas del arte moderno…”.

El escenario urbano y moderno de la capital es un espejismo, pues lejos de ser una piscina democrática, aquí vemos con horror los intentos humanos por traspasar trabas que parecen pertenecer a la revolución industrial. En este contexto el capitalismo chileno se representa con toda su ferocidad, transformando los cuerpos en mercancía y en desechos. En el cuento “Volver” se retoma la figura materna, una luchadora que entierra a un hijo y atestigua el suicidio de su marido, un evento ya descrito en el primer cuento de la colección, “Menesteres”, que termina con un incendio que quema sus pertenencias. La pregunta que surge acá es: ¿Qué es lo que queda? ¿Qué permanece cuando todo se quema? O, para ser más directos, ¿cómo se altera la identidad propia cuando todo es despojado?

Por ejemplo, en el cuento “Volver” se relata un aborto. Es prácticamente un trámite que no se detalla. La voz narrativa dice: “Me subí a una camilla. Cerré los ojos y aguanté el dolor. Escuché el ruido de las herramientas que movían en mis entrañas. También sentí lo que me arrancaban».

El universo de estos cuentos está plagado de experiencias vitales y desvitalizadas. Vemos a coreanos que trabajan como chinos. Vemos a vendedores circulando por la Alameda, a inmigrantes en las esferas bajas de la sociedad que deben trabajar como empleadas, prostitutas; se instalan en la plaza de Armas como bastión y símbolo de pertenencia. Acompañamos el trayecto de una limeña llamada Milagros que recibe el apodo de “la Cholita”, y de un chileno que ama México y canta rancheras en el centro de Santiago… Tenemos a “negros”, como se los denomina, y los prejuicios que provocan en los otros quienes, no por ser inmigrantes, son más tolerantes o desprejuiciados. Por ejemplo en “Con el diablo adentro” tenemos a María Soledad. “¿Y si le digo de una vez que me lo muestre? apuesto que este negro no tendría problemas y se baja los pantalones altiro. Se asustó de su pensamiento, pero no por eso no se sintió decidida”.

Esta es María Soledad, obsesionada y erotizada por el negro que le hace un masaje capilar. A modo de lema transversal al que se anclan estos allegados, leemos: “Aquí tratamos bien al forastero”, otra de las ironías que revela el pasar de estos personajes en permanente resignificación. Ellos deambulan intentando esquivar la pobreza; buscan un horizonte, buscan fortuna y buscan olvido; olvido de penurias y de pasados precarios. Y también hay una búsqueda por un sentido, visto desde una esfera privilegiada. Acá tenemos señoras de clases alta llenando sus tardes con clases de yoga, tejido o aromaterapia. Una denuncia sutil es lo que vemos en el pronunciamiento de uno de los relatos: Una mujer que piensa que a una de sus amigas del grupo de batik “le encanta ir con una extranjera de copiloto”.

Una mirada particular es la que recorre estos relatos; se trata de una mirada combativa, pero no panfletaria; una voz atenta y detallista que hace resaltar cada narración con descripciones vívidas de los espacios por los que circula. En cada narración vemos más que una historia, más que personajes perfilados como personas. Gracias a la mirada inmigrante podemos contrastar lo que muchas veces pasa de largo para los ojos acostumbrados, sedados y abúlicos; para esos ojos indiferentes que prefieren no ver lo que otros tienen que vivir en carne propia: una historia nada agradable que comienza a perfilar los contornos que nos identifican como chilenos, con abundantes cuotas de discriminación y banalidad.

 

Los relatos de «Cuentos de inmigrantes», de Pía González Suau (Editorial Cuarto Propio, 2014)

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