¿Tengo que responder al verdugo?: La literatura como medio de prueba

El sobreviviente toma al mundo civilizado como testigo (una idea del filósofo francés de origen armenio Marc Nichanian). Dar a ver. La “muestra” la “mostración es una “demostración”. En la esfera de lo visible: “el espectro de la demostración” entre la historia y la imagen un llamado desesperado del testigo. Una guerra por la mirada del otro sobre la destrucción y la atrocidad. Una operación sobre el ojo.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 8.3.2018

El genocida no solo realiza el acto atroz de la eliminación de un grupo de personas, de su exterminio, sino que provoca en los sobrevivientes y sus descendientes la pulsión perversa de la prueba.

Prueba interminable que adquiere gestos retóricos, y por lo tanto afectivos, normativizados en dos relatos bíblicos:

Dice San Juan (Jn. 20, 24). «En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Él les contestó: «si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros de sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré».

 El sacrificio de Isaac, Génesis 2, 1- 18:

“Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, a Isaac, dirígete a la región de Moriá y, una vez allí, ofrécemelo en holocausto, en un monte que yo te indicaré”.

Al día siguiente, de madrugada, Abraham se levantó y ensilló su asno; cortó leña para el holocausto y, en compañía de dos siervos y de Isaac, se dirigió al lugar que Dios le había indicado.

Abraham tomó la leña del sacrificio y se la cargó a su hijo Isaac, mientras él llevaba el cuchillo y el fuego.

El ángel le advierte que dios provee, finalmente, dios proveyó el cordero del sacrificio.

La carta de Kafka a Robert Klopstock, 1921. El salto. Abraham, el verdadero, el que ya tenía todo. Otros Abrahmes son los que todavía no tenían la casa y de repente tienen que irse al Monte Moriá.

“A lo mejor ni siquiera tiene aún un hijo, y ya tienen que sacrificarlo. Estos son imposibles y Sara tiene razón cuando se ríe”.

Risa: no es el absurdo de Sartre, ni de Brecht. Kafka ríe: “aparento estar contento sólo para desaparecer detrás de eso”.

Lo que nos hace reír es el regreso de lo físico en lo metafísico. Un inclinarse hacia el cuerpo. Cuando Sara se hace madre tendría 90 años: se ríe ante la noticia del embarazo.

Carta de Kafka a Max Brod: Kierkegaard no ve al hombre ordinario y pinta al Abraham monstruoso. Este Abraham no tiene casa, ni siquiera tiene lugar para esconder el cuchillo. La ley vinculada a lo mundano, al cuerpo.

La necesidad de que el ciudadano común dé pruebas ante el burócrata: los documentos. Contra el poder, contra el funcionamiento del burócrata necesito documentos.

El sobreviviente toma al mundo civilizado como testigo (una idea del filósofo francés Marc Nichanian). Dar a ver. La “muestra” la “mostración es una “demostración”. En la esfera de lo visible: “el espectro de la demostración” entre la historia y la imagen un llamado desesperado del testigo. Una guerra por la mirada del otro sobre la destrucción y la atrocidad. Una operación sobre el ojo.

La catástrofe del sobreviviente. Desde el principio el verdugo está allí delante de mí diciendo: Probalo, probalo si podés.

¿Tengo que responder al verdugo?

En un sentido pre- cristiano, el concepto de antífona posee un sentido jurídico y social que se suma a sus usus estéticos, musciales y dramatúrgicos. La antífona consiste en la creación de una sinfonía de voces opuestas. En griego antifonisi el prefijo “anti” no solo alude a lo opuesto sino también a la reciprocidad, al ponerse en lugar de. Y esto es lo que sucede en el duelo y los lamentos, ya que se atestigua, se sufre por y se revela acerca del muerto. El “Marturion” griego es dar testimonio, del griego marturion pasamos al latín medieval: martyria, martirio. El latín “testatio” hace refencia a la atestación, para el testimonio oral o escrito. “Testis” proviene de la palabra tercero. La frase unus testis, nullus testis, habla de la necesidad de más de un testigo (implicando en el vocablo al testis o testículo, por la costumbre antigua de tocarse los testículos al jurar).

Ser testigo es también colocarse en la posición del mártir. ¿Tengo que responder al verdugo?

Desde la ficción, el personaje de “Del vodka hecho con moras”, dice:

¿Quién dijo que los juicios calman? Que el tercero, que la ley, que el nombre del padre. Quién dijo que alguien independiente puede restituir lo que formalmente es del otro. ¿Cuándo se mencionó al estado como gran distribuidor? Pasar de mano en mano la bomba de tiempo en los umbrales de Europa. Procesos, testigos, expedientes, completando papeles, enmascarando nuestra ilusión de proximidad. Un tribunal restituyendo el estupor que provoca la posesión. Exhibir quién cómo dónde, asentarlo en un papel bajo la rúbrica de la palabra sentencia y participar del movimiento de la acumulación, del almacén. Salvar las cosas de su consumo, certificarlas en un estatuto de reliquias.

 El tribunal o el museo. El extravío de las cosas en un depósito llamado a recordar quién soy. Una partida de nacimiento, una escritura, una especie de tienda que me dé un nombre propio, una palabra mágica que obligue a volvernos cuando alguien nos llama. Recordar la lista de castigos como oler o frotar un amuleto. Como ir al tobogán y subir y subir y después tirarte. Y cuando estás abajo, y mirás alrededor, ella no está. Ella, tu madre, no está.

 ¿Quién dijo que la memoria sirve para algo?

 Guardar y guardar cositas. Conservar un puñado de tierra, fotos, cafeteras, pedazos de tela; un prendedor opaco. Construir un museo y poner en el salón central unas cajitas de vidrio con tierra de Mush, de Van, de Erzerum. Rodear las cajitas de fotos viejas, del millón y medio, una foto de una mujer con sus monedas colgando sobre la frente de antes de mil novecientos quince.

 ¿Quién dijo que la memoria sirve para algo? El ejército reconoció en la fotografía una manera de documentar objetos o espacios a distancia evitando que los soldados tuvieran que medirlos o recorrerlos. Puntos que se descomponen en puntos. Juntar fotografías para no tocarlos.

 ¿Quién dijo que la memoria sirve para algo?

 El museo, una nueva iglesia de santas víctimas. De muertos de hambre sin regazos de madre para ser llamados cristos. Los retratados aquí subieron y subieron al tobogán y cuando bajaron ya no encontraron a nadie. Ésta es la escena. Un estancamiento, un monólogo planteado sin la esperanza de respuesta. El cuento crónico de unos muertos gestionando el zócalo del edificio a partir de una turbación. Como en la iglesia, la multiplicación es uno de los indicios de este recuerdo.

 ¿Se cura en este escenario? El proceso, los testigos, el expediente. Como subastas repetidas del dolor. El museo derrochando nuestra escasez.

Amor, ¿para qué sirve la memoria?

 

El volumen de ficción literaria (2015) de la escritora Ana Arzoumanian, y que inspiró el artículo publicado en estas páginas

 

Imagen destacada: Los actores David Alpay y Arsinée Khanjian en un fotograma del filme «Ararat» (2002), del director canadiense Atom Egoyan