[Ensayo] «Paris, Texas»: Quemarse en la soledad

Nastassja Kinski era una mujer inalcanzable, merecía que le compraran el mundo, que le ofrecieran un moderno piso de hotel. En la habitación 1520 la espera Hunter. Travis le ha dejado una grabación donde le explica que tiene que estar con su madre

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 9.2.2024

Hay películas icónicas que permiten ingresar por distintas ventanas y reinterpretarlas, salir renovado o destruido por imágenes que se cuelan en el inconsciente. Paris, Texas (1984) develó un futuro incierto, jamás intuí en ese entonces que descarrilaría en años venideros.

Travis, el protagonista, camina sin rumbo por el árido Texas, no puede cicatrizar lo que ocurrió, apenas hilvana su historia con Jane. Lleva cuatro años deambulando por el desierto, dicen que estuvo en México escapando de las sombras, su hermano lo rescata y lleva por carretera a Los Angeles, volverá a ver a su hijo que está por cumplir ocho años.

Hunter apenas lo recuerda de unas cintas en ocho milímetros, parecía que Travis y Jane fueron felices en el pasado, se notaba amor en sus miradas.

Entonces, Travis recupera el habla en el viaje, empieza a reunir las piezas, el cowboy solitario deja atrás los parajes del Lejano Oeste y los pasajes de su historia retornan a un camino de cierta cordura, la cronología lineal se recompone: «Jane quería algo y no supe qué era, no me di cuenta de la rabia que sentía».

No la ve porque ella es todo, un mundo más grande que él, la observa desde su pequeñez, la ama, la idolatra, pero no se da cuenta del rencor que ella esconde. Una idea, una imagen maravillosa, asombrosa, un sueño que terminó pronto y dejó llorando al protagonista.

Nastassja Kinski era una mujer inalcanzable, merecía que le compraran el mundo, que le ofrecieran un moderno piso de hotel. En la habitación 1520 la espera Hunter. Travis le ha dejado una grabación donde le explica que tiene que estar con su madre.

«Lo que más deseaba no va a ocurrir nunca», acontecerá en otro tiempo, será otra la mujer que me amará. Travis conduce solo, enfocan la cabina en un contrapicado perfecto, su mente viaja en el tiempo, la mujer de ojos azules todavía no lo rescata de las tinieblas.

Jane aparece por un costado del encuadre, abajo la espera Hunter en el otro extremo. Se abrazan en el centro del plano fijo, ella desciende a su altura, Travis los ha vuelto a reunir, observa desde lejos con unos prismáticos, la noche verde valida su proeza, le da luz de aprobación luego de tantas rojas y amarillas. Se monta en su viejo coche y se aleja por las carreteras de Houston.

Dejó atrás el letrero Exit una primera vez, mientras ella esperaba tras las cortinas azules. Travis se sentó en la cabina y cogió el teléfono, Nastassja de jersey rosado y labios rojos, dispuesta a escuchar, pero el hombre cuelga el teléfono y huye a beber unas cervezas en un bar solitario.

Las calles vacías, no es el polvo del desierto, pero definitivamente es una clásica escena del Lejano Oeste. La cicatriz no es más que un agujero que lo dejó sumido en la más absoluta soledad.

 

Su salvación estaba en el futuro

La segunda vez que Travis enfrenta al espejo se coloca de espaldas. Sólo así puede desnudar su corazón. «Travis la quería más de lo que creía posible», le confiesa a Jane, habla de sí mismo en tercera persona.

Dejó el trabajo de la Universidad Arcis, sólo quería estar con esa mujer oscura, pero ella se empezó a preocupar. Travis se daba cuenta de que ella no lo amaba y se le hizo habitual emborracharse, igual que el padre de esta Nastassja morena de ojos profundos, la historia se repite, la idea lo era todo y esa imagen suficiente para seguir existiendo.

Travis sospechaba que ella salía con otros hombres. Volvía del trabajo y siempre había un amigo o su exmarido con el pretexto de buscar al hijo. De tipo razonable, decía que no era celoso. Vivían en un departamento muy lejano, en una galaxia muy lejana junto a cinco gatos y Hunter. Jane todavía no sabía que estaba embarazada, aunque Travis debe haberlo intuido y dejó de beber y deambular por las calles de Santiago.

Nastassja fumaba marihuana y esnifaba cocaína, el hombre no, aunque después aceptó compartir su vacío y comenzó a hacer desaparecer kilómetros de líneas blancas, que lo internaron en una carretera sin retornos. Mientras más se drogaba, más se asustaba Jane, que tenía que proteger a Hunter.

Comenzó a estar siempre enojada, el niño le parecía una injusticia, en realidad lo adoraba más que a Travis. El hombre que no era celoso, ahora no podía controlarse. Trabajaba y llevaba comida a la casa, ya no sabía que hacer. El sexo no fue suficiente y se volvió cada vez más violento. Sabía que no podría retroceder el tiempo, su salvación estaba en el futuro, pero todavía no lo sabía.

La mujer se sentía secuestrada con Hunter, como una prostituta, el hombre la amaba tanto, pero todo se volvió tan retorcido. La ataba para que no huyera, lo lógico era darle libertad, no el dinero justo para la mercadería, en realidad no tenía más, estaba endeudado hasta lo indecible.

Sentado en una butaca del cine Normandie, ya no aguantó más. Las muelas ardían y la mandíbula y el cerebro eran reflejo de un dolor más agudo. Afuera, en calle Tarapacá, busca el auto estacionado. Casi no podía razonar, requería urgente que le inyectaran un sedante. Despertó entre las llamas, Jane lo había dejado quemarse en soledad.

En la cabina, Travis giró la lámpara para hacerse visible, pero el hombre no era un genio, sino un sujeto tosco al que habían herido. La pantalla se convirtió en altar y las violentas imágenes le hicieron abandonar el cine. Jane le dio la espalda y prometió buscar a Hunter en la habitación 1520 del Hotel Meridian.

Una década ha pasado y Travis está en la espera de la Clínica Indisa. Ya no son las muelas, recuerdo la máscara tribal de la habitación donde conocí a la mujer de ojos azules. Llevaba cuatro años sin tener sexo y esa vez los estertores de placer fueron calmados por esa mirada dulce.

Me sentí amado por primera vez y ahora los doctores intentan bajarle la presión arterial a mi mujer. Estaba retorciéndose de dolor. La amo con todas mis fuerzas, pero quizás ella se aferra a una imagen. Mis decisiones no han estado a la altura y ya no puedo hacer demasiado por calmar su angustia.

 

 

 

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).

Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Paris, Texas (1984).