[Crítica] «De todos los bosques, el huiro»: La bella indiferencia de la naturaleza

El fondo de este bello poemario (lleno de nostalgia, infancia y playa) debido al poeta nacional Víctor Rivera Plaza es una contraposición entre el ser humano y la biodiversidad de la Tierra, y los cuales configuran una obra romántica, ennoblecedora del oficio de mirar, y de querer volver a un tiempo, donde las cosas se desarrollaban sin más.

Por Camilo Arancibia Hurtado

Publicado el 12.9.2023

Parto por dos anotaciones que hice hace algunos años en mi Word de notas:

Anotación 229. Quizás la esencia del escritor es Beckett que recorre un muelle y al final, de manera epifánica, le encuentra sentido a todo y luego debe escribir, dar la buena nueva, esparcir que todo tiene sentido. Escribir y escribir. Publicar. Aumentar el público de la buena nueva.

Pero me imagino que un hombre medio dirá: «¿Y a qué viene tanto alboroto? Ya se sabía lo que dice el escritor». Entonces pienso que los escritores son los que aún no se han balanceado. Que les falta algo que sólo la escritura da. La escritura y su publicación.

Anotación 230. Pienso que lo anterior es lo que sucede con los animales también. Nos deben mirar con mucha incredulidad, pues ellos ya han encontrado algo que nosotros todavía no encontramos. Véase, sino, el magnífico texto de Luis Loayza, Las abejas, en El avaro y otros textos.

Dice así: «Las abejas tardaron millones de años en construir la colmena que ahora repiten. La constante búsqueda de esta solución exigió, indudablemente, la creación de un lenguaje y el profundo conocimiento de la arquitectura y la ciencia matemática; logrado su objeto, estos medios fueron olvidados por innecesarios», lo cual me recuerda, por último, ese aforismo de Pascal: «La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación».

Todo lo anterior para decir que creo percibir al fondo de este bello poemario (lleno de nostalgia, infancia y playa) una contraposición entre el ser humano y la naturaleza, donde la segunda nos va ganando por tres a cero, promediando el primer tiempo.

 

Un origen contemplativo

Hay algo en la manera en que la naturaleza se comunica, en que resuelve sus misterios que se escapa a nuestros esfuerzos. Como si hubieran llegado a las conclusiones mucho antes que nosotros y luego las hubieran olvidado por innecesarias.

«Zumban los insectos la teoría del polen» (p. 11), me parece el verso que puede resumir lo que quiero decir. Hay una teorización de la naturaleza, una biblioteca desperdigada, libros y lenguaje que se encuentran esparcidos en el mapa y que contienen la cifra de su propio misterio. Para nosotros se comportan de manera totalmente extraña, poco calculada, pero para la naturaleza el movimiento es: «elemental y salvaje, apacible después de todo» (p. 4).

Hay una calma en lo que nos rodea que se confronta con nuestra experiencia en la tierra donde la relación con el otro se plantea desde una violencia desmedida, querida, ahondada. El zapatero, el pastelero, trabajan callados. No es necesario vociferar, violentar el aire con palabras altisonantes. Pastelero a tus pasteles.

El poemario es romántico, nostálgico, ennoblecedor de lo natural, del oficio de mirar, de querer volver a un tiempo (la infancia del ser humano, la infancia del mundo), donde las cosas se desarrollaban sin más, donde: «el vaivén de la marea que no tiene principio ni fin» (p. 8), no se preocupa por sus modos: lisa y llanamente es.

Todo indica que hay algo sobrenatural, que hubo algo de esas características dando vuelta antes de nuestra farandulera llegada al mundo. Hay algo en ese vibrar: «en el aire la señal de un mensaje codificado para receptores de frecuencia cósmica» (p. 10), que lamentablemente, «no tiene nombre propio» (p. 13). Se dice: «Parecen los fragmentos de un Dios que se estrelló contra la arena» (p. 8) y es cierto.

En algún punto, todo lo que hacemos es intentar unir (inútilmente) los fragmentos, darle coherencia al lenguaje divino, tratar de descifrar la llave última de acceso al misterio profundo. Esa: «superficie donde se inscriben constelaciones de un idioma que se confunde con las olas» (p. 6).

Pero se nos confunden, no entendemos el mensaje que es tan sencillo: el mensaje es que no hay nada que entender. Mientras nosotros nos afanamos en ello, «se estremecen las raíces que trabajan y no se ven recuerdan el mensaje inscrito en la semilla» (p. 5).

Ya Rivera ha trabajado el desierto y su lenguaje en El ojo del lagarto (Ediciones Cinosargo, 2013) y su continuación destructiva en Relave (Ediciones Tierra Culta, 2021). Acá vuelve a un origen contemplativo. A uno que podríamos denominar como la bella indiferencia de lo creado. Ese poder quedarse quieto que para nosotros es imposible.

 

 

 

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Camilo Arancibia Hurtado es abogado, profesor de derecho civil en la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, máster en literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona y doctorando en filosofía.

 

«De todos los bosques, el huiro» (Amor y Rabia Ediciones, 2023), Vicente Rivera Plaza

 

 

 

Camilo Arancibia Hurtado

 

 

Imagen destacada: Vicente Rivera Plaza.