[Crítica política] El descrédito del Estado en el gobierno de Sebastián Piñera

Esta trizadura simbólica del poder, la que se produce cuando el Presidente de la República desconfía de sus ministros de mayor confianza, debería estimular un diálogo esencial entre las fuerzas del cambio a fin de lograr la indispensable unidad electoral y programática que la izquierda no fue capaz de conseguir de cara a la Asamblea Constituyente.

Por Patricio Hales Dib

Publicado el 30.4.2021

Quizás el Presidente, ávido lector isomne, sufre pesadillas con Shakespeare, sus idus de marzo y otras  obras de traiciones a reyes que degradaban su propia potestad.

Pues no recuerdo ningún gobierno en el mundo que exigiera a sus ministros de confianza, como lo hizo Piñera, firmar un documento público que probara su confianza funcionaria, a su propio gobierno.

Redundo “confianza” para enfatizar el contrasentido.

Hablan los ministros: “…como ministros de Estado e integrantes del gabinete político que acompaña al Presidente Sebastián Piñera, adherimos completamente a la decisión de presentar ante el Tribunal Constitucional un requerimiento por el proyecto que permitiría un tercer retiro de ahorros previsionales”.

Eso más allá de la materia en debate, muestra la evidente pérdida de credibilidad presidencial en su  función de Estado y su gabinete. Falta respeto a su Poder Ejecutivo y aumenta el descrédito que ya afecta a otras instituciones.

¿Será el desprecio clasista de esa derecha chilena que quiere el Estado a su servicio?

Chile fue distinto. Por eso mi memoria lo refracta históricamente doloroso.

Ante tan improcedente rendición de prueba de honestidad de sus ministros, el gobierno pone en duda la integridad del aparato ejecutivo exhibiendo debilidad de los roles de Estado que aprendimos a respetar desde niños.

 

Los símbolos del poder

Tengo casi seis años. Escucho que una radio dice que la elección presidencial la ganó don Carlos Ibañez del Campo. Mi papá, con 29, va estar contento porque trabaja para el Presidente. Sin palabras, desde 1952, aprendo rápidamente lo que es la lealtad de un Ministro.

Por eso escribo ahora personalizando desde mi profundidad, remecido por el desprestigio institucional vigente. El Presidente Ibañez me lleva de la mano al balcón, miro la Escuela Militar y en confusión de afectos siento que mi papá ministro es hijo del Presidente.

Mi respeto a lo púbico es tatuaje de infancia. El  carabinero de “punto fijo”, en mi casa de clase media en Ñuñoa me mostraba una formalidad de algo que mi inocencia había intuido el día que llegó a buscar a mi padre un Plymouth negro conducido por Juanito Riveros.

Una emoción política enraizada fundamenta mi reflexión.

El Presidente Piñera, con incomparables lazos de poder, superiores a los que teníamos en la clase media, con su familia vinculada al mando de la sociedad en varias áreas y heredero de la política, hace gestos que degradan la función pública exhibiendo y denigran su propia función de Estado.

¿Cómo llega un Presidente de la República a pedir reiteración de adhesión escrita a quienes por definición del cargo juraron ser de su confianza?

Debe creerles o echarlos.

Escribo desde una angustia de Estado, porque me resulta más dolorosa que incomprensible la descomposición republicana del gobierno de Piñera.

De inteligencia rápida, práctico, financieramente exitoso, incansablemente trabajador, productivamente asequible, de trato directo, crudo, ajeno a los boatos ostentosos del poder, pero tan extremadamente confundido en su función de Estado que ni su ambición de poder lo ilumina.

Es un gobierno ciego frente al peligroso descrédito de tantas instituciones, cuando añade la pérdida de credibilidad de cohesión del Poder Ejecutivo dudando de la lealtad de sus ministros. ¿En que personas o  instituciones depositará su esperanza la ciudadanía?

Aumenta la incertidumbre y se degrada la política, más de lo que ya la degradamos los partidos.

 

La desafección en desarrollo

El Presidente no comete causales de acusación constitucional, pero contribuye al desencanto popular con el orden democrático, al negativismo y  desapego del ciudadano del sentido de la República.

No me sumo a proponer un término anticipado del actual gobierno, pretendiendo sacar al Presidente antes del fin de su mandato, pero no puedo evitar denunciar que el gobierno acicatea su propio desrespeto. No es desgobierno, es mal gobierno.

No temo al conflicto pero cuido el modo de procesarlo. Pienso que sancionar constitucionalmente al presidente o que  caiga el gobierno, provocaría una desestabilidad inconducente, haciendo sufrir al país  nuevas crisis que debilitarían la Convención Constitucional, concentraría la agenda política en la destitución y desataría las pasiones por reemplazar al Presidente, postergándose los cambios sociales.

Políticamente sería un error táctico, porque esa acusación uniría a la derecha justo cuando hasta sus ministros están discrepando.

Lo que debemos hacer es pedagogía política para evidenciar esta descomposición de la derecha, demostrar que su política daña a Chile, en la institucionalidad ejecutiva de la República y en lo social. Y no concentrarnos en el Presidente.

Los problemas del Presidente Piñera son más que personales y revelan que la derecha disputa con desconfianza interna. En estos mismos días, algunos senadores y diputados de la derecha más pinochetista, junto a la menos autoritaria y menos insensible socialmente, se desmarcan de su gobierno.

El Presidente intenta tapar el desapego e intentó resolverlo con ese espectáculo de declaración de lealtad de su comité político. La desafección en desarrollo huele a posible futura división electoral de la derecha.

Y quizás no solo electoral sino también programática, en el plano de las ideas para gobernar, porque en la derecha no piensan todos igual.

Esta trizadura, del Presidente Piñera desconfiando de sus ministros de mayor confianza, debería estimular un diálogo, primero entre las fuerzas del cambio para lograr la indispensable unidad electoral y programática que la izquierda no consiguió de cara la Constituyente; pero también, a fin de establecer una conversación con esos sectores de derecha que parecen ir entendiendo que Chile ya no puede ser gobernado como lo hacen ellos… y entendiendo nosotros, que tampoco puede gobernarse como lo hicimos nosotros.

 

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Patricio Hales Dib (1946) es un arquitecto titulado en la Universidad de Chile y un político nacional militante del Partido por la Democracia (PPD), colectividad en la cual se ha desempeñado en los cargos de secretario general, miembro de la comisión política, de la directiva nacional y de su consejo general.

Desde 1998 hasta 2014 ejerció como diputado de la República por las comunas de Recoleta e Independencia en la Región Metropolitana, y también fue embajador de Chile en Francia durante el segundo gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet Jeria (2014 – 2016).

 

Patricio Hales Dib

 

 

Imagen destacada: Croquis “Llueve en el centro de Santiago”, de Patricio Hales.