«En la Tierra somos fugazmente grandiosos»: Buscando transmutar las cargas heredadas

El poeta estadounidense de origen asiático Ocean Vuong debutó como novelista con esta excelente narración que es una carta a una madre. Un relato de gran belleza que se inspira en su propia vivencia. El autor nació en el Vietnam de la posguerra y tras pasar un período en un campo de refugiados en Filipinas, emigró con su familia a Norteamérica, tenía entonces sólo dos años de edad. Los recuerdos de su país son los del trauma que cargaban su madre Ma Rose y su abuela Lan, las dos mujeres que conformaron su hogar.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 8.8.2020

«Yo era herida abierta, tú dentro preguntando dónde estamos».
Vuong a su madre

Es a esa madre a quien el autor escribe rememorando su infancia traumática y su difícil adolescencia. Porque fue Ma la que más lo marcó en su desconcertante ser y estar, en su abandono emocional y en su sin razón violenta consecuencia de esa devastadora guerra. Rose era una mujer traumatizada que estaba aún perdida en el campo de batalla de su infancia, la madre en su inconsciencia se descargaba en el hijo, así lo explica él: “Yo era herida abierta, tú dentro preguntando dónde estamos”, durísimo vivenciar el suyo.

También la abuela estaba tocada por esa metralla psicológica, la mujer se casó con un militar yanqui y por ese motivo al acabar la guerra tuvo —tuvieron— un sobrevivir horrible. Pero a diferencia de su hija ella no descargó nunca su trauma en nadie, la abuela vivió anclada en los recuerdos en un desequilibrio mental con momentos de lucidez.

No obstante —tal y como Vuong confiesa— la extensa carta a Ma en realidad está dirigida a él mismo, de hecho Rose no sabe leer ni su actitud de vida es la de querer saber mucho, así lo expresa el poeta: “El chico mira cómo la madre no mira nada”. El libro es pues una especie de conjuro que busca transmutar tanto dolor vivenciado, es un grito que ha estado reprimido en lo más profundo de su ser durante demasiado tiempo, es un valiente y necesario ejercicio de desnudez de un sobreviviente que quiere dejar de serlo, que quiere vivir sin esas cargas impuestas.

El relato —pese a la dureza y el dolor— sobrecoge en su belleza poética, es prosa poética que se degusta con sana avidez. Vuong escribe y describe de forma brillante. El autor intercala tiempos con maestría utilizando recursos originales y a menudo simples, como su recurrente: “La vez que”, en el inicio de un nuevo recuerdo aflorado. Y logra que el lector visualice fácilmente lo que relata, nos sumerge en esas sus vivencias y sufrimos a través de él. Especialmente con el niño que fue y que recibió la rabia descontrolada de su madre, un niño que era golpeado a pesar de su buena conducta, un niño que tenía miedo y se sentía desbordado, así expresa su impotencia: “cuando tienes nueve años no puedes detener nada”.

No podía detener nada ese niño muy sensible con alma de poeta al que en casa apodaban: “perro pequeño”. Únicamente la abuela —ella sí con instinto maternal— lo consolaba en sus momentos de lucidez y sus relatos a menudo repetitivos eran el único calor de ese hogar de heridas. Pero era bien poco, sin padre conocido y con una madre desquiciada Vuong no tenía ningún referente ni nadie con quien confiar su sentir, sus miedos, sus problemas… Y el entorno en el que vivían no ayudaba para nada, al contrario.

Vuong retrata cómo era ese lugar, un retrato que es el de las sombras de un país líder con pies de barro. Gentes que sobreviven en la miseria, personas marginadas, muertes por sobredosis, rechazo a las diferencias étnicas y sexuales… En ese ambiente andaba solo —nunca mejor dicho— un niño al que su madre por fin un día le compra una bicicleta pero de color rosa porque era la más barata, un niño que no puede pasearse con ella por esas calles marginales porque otros chicos le llaman “mariquita” y le despintan la bici del color repudiado. Ante el acoso tantas veces recibido, la reacción de la madre es un imperativo: “tienes que ser un chico de verdad”, que significa pelea, defiéndete… asume la guerra del sobrevivir en la que estamos, algo que para un alma sensible como él no era tarea fácil.

Ese niño herido crece y un día se planta ante su madre frenando su violencia. Y en ese empoderarse pronto se descubre homosexual y se descubre valorado, aceptado y querido por otro. Trevor —así se llama— también respira un ambiente tóxico, convive con su descuidado y patético padre cuya ceguera le hace creer que todo lo ha hecho bien. Trevor se muestra fuerte e independiente ante el dolor del abandono en el que ha crecido, y esa fuerza —aparente— es estímulo necesario para Vuong.

Un joven Vuong que por primera vez se mira al espejo y ve en ese reflejo a alguien que existe y merece vivir. Un gran cambio en su vida ese sentirse enamorado, ese amarse y amar a alguien piel a piel, así lo expresa él: “alguien me veía a mí a quien raras veces había visto alguien”.

Esas raras veces, eran fundamentalmente vivencias con Lan. De todos los pocos recuerdos agradables del hogar, destacar el bello momento en el que Vuong se arriesga a saltar un cercado para recoger flores para su abuela y como ella con satisfacción lo llama: “el mejor cazador de flores”.  Ese recuerdo deviene en él al verla apagarse irremediablemente en el morado de la muerte, el morado que también era el de esas flores de coraje.

Lan y Rose estaban marcadas por la terrible guerra y la quizás aún peor posguerra del perdedor. Los fuegos artificiales se vivenciaban con el miedo del que se ha refugiado de los bombardeos, los demás son vistos con el recelo de quien ha vivenciado el desprecio de la gente que creía amiga… los gestos y el lenguaje son los de esa guerra que nunca terminó en el interior de esas dos mujeres traumatizadas. Así se explica que para Lan su amado nieto no sea el recolector de flores sino el cazador armado.

Vuong vivenció ese atroz ambiente de supervivencia de una guerra y un tiempo que no vivió. Vuong quedó herido por una metralla invisible y trastocado por un modo de sentir impuesto. Este bellísimo libro es su forma de buscar liberarse de las cargas que arrastra, de transmutar el dolor vivenciado y esa supervivencia heredada que para nada es suya.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El la Tierra somos fugazmente grandiosos», de Ocean Vuong (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Ocean Vuong (1988).