Aníbal Ricci Anduaga despliega en esta nueva novela suya un lenguaje torrencial, sustantivo, de escasa adjetivación metafórica, descarnado hasta la desnudez del testimonio vívido y visceral, semejante a un largo desgarramiento moral, y a la vez, semántico.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 23.10.2024
Una novela intensa, vertiginosa. Testimonio, más que ficción, para el lector que penetra en este mundo lingüístico donde los sentimientos buscan, atropelladamente, el sentido de los sucesos, a la vez que toda racionalidad parece quedar atrás por un acontecer desbocado y a ratos difuso.
El protagonista se ve acosado por una multiplicidad de voces internas que le hacen presa del delirio de persecución. Se dice a sí mismo que «sólo el amor da coherencia», mientras el cerebro parece escindirse en permanente convulsión.
La memoria agita el dolor sordo de la nostalgia vuelta melancolía. «Ella» es imagen y pronombre, una mujer y todas las mujeres: modelo y paradigma de un ideal perseguido hasta el delirio.
El protagonista camina al filo del abismo, buscando compensaciones e imposibles equilibrios en los espejismos de la droga y el alcohol, en el sexo fugaz y equívoco. Los padecimientos existenciales provocan un dolor crónico que se vuelca, poco a poco, en la «ficción novelada».
He aquí el proceso de la catarsis creativa, que hemos observado a través de muchos escritores en la historia de la literatura moderna, la palabra como tabla de salvación o como vórtice de la propia aniquilación. Es la lucha que libra el narrador contra sus demonios y fantasmas.
Así, el desafío del trabajo sobre la página en blanco no sólo enfrenta las íntimas congojas de la condición humana, sino a la servidumbre de la precariedad económica y sus obligaciones de subsistencia.
La escritura, como el amor, persigue una plenitud imposible de alcanzar, ambos se vuelven utopía y compulsión en la búsqueda obstinada de conjugar el ser con el hacer. En esta vía, el trabajo del taller literario nos conduce a un ejercicio metaliterario, donde se unen la lucha con el lenguaje y el conflicto de los sentimientos afectivos.
A los apremios cotidianos del joven protagonista se suman los deberes del estudiante, abordando materias ajenas al mundo de las palabras, entremezclándose en el inconsciente con sucesos de la contingencia y remotos recuerdos familiares —el abuelo—, cuyas imágenes se superponen y diluyen en la cotidianidad y sus urgencias.
Abstinencia y angustia
Surge una «casa de campo en medio de la ciudad», su morador y huésped entrañable es el querido poeta, editor y combatiente del MIR contra la dictadura, Cristián Cottet, cuya presencia y voz en sordina ocupan en la novela una suerte de morigeración ante el impetuoso autor-narrador-protagonista.
Ricci es un huésped de circunstancia que asiste al paulatino deterioro cognitivo del poeta, a su progresivo extravío de la memoria y su vocero, el lenguaje, señal terrible que golpea con mayor crueldad, quizá, al escritor, al hombre que hace suyas las palabras, como si contendiera con una escurridiza amante difícil de domeñar.
Lucha sorda contra las adicciones. Abstinencia y angustia en medio de un síndrome que clava sin piedad sus cuchillos en cuerpo y alma, turbando la conciencia y constriñendo la voluntad.
Aníbal Ricci Anduaga (1968) despliega un lenguaje torrencial, sustantivo, de escasa adjetivación metafórica, descarnado hasta la desnudez del testimonio vívido y visceral, semejante a un largo desgarramiento moral y, a la vez, lingüístico.
La música y el cine, por medio de melodías e imágenes recurrentes de la época narrativa, acompañan el diario devenir, alternándose como sonidos filosos de la saudade o motivos líricos para exaltar momentos amorosos o expansivos.
Con todo, las promesas del amor eterno brotan en forma de monólogos interiores, a veces en la curiosa forma de preguntas y respuestas «con el que siempre va conmigo», como escribiera Antonio Machado, arrastrando consigo la implícita fugacidad del propósito en las engañosas manos de chronos, porque el protagonista —Jorge, quizás—, conoce de antemano el duro despertar de lo efímero.
A lo largo de la novela, la narración en primera persona nos ofrece un par de pausas desarrolladas en la tercera, cual discurso explicativo y esclarecedor para quien lee, advirtiéndonos que, tras el dislocado y a ratos colérico personaje, hubo un individuo de comportamiento «normal», un joven educado según los cánones burgueses del control de impulsos y de la apariencia compuesta a todo trance, aun cuando la supuesta «normalidad» ha mucho que dejó de ser atributo mayoritario de nuestro tiempo.
Colegimos que la semilla de la escritura está dando buenos frutos bajo la pluma impetuosa de Aníbal Ricci, aunque sus campos cultivados, esas líneas semánticas y sintácticas, no se nos aparezcan en melgas ordenadas y rectangulares.
Será porque, al decir de Octavio Paz, «todos los tiempos viven en la semilla», pero nadie anticipa ni augura el destino de sus germinaciones.
El autor se muestra y manifiesta desencantado y pesimista ante su propio existir. Mira cara a cara al tiempo y a su implacable ejecutora, la muerte. Nos entrega una novela apasionada y apasionante, que a ratos logra leernos a nosotros mismos —tal me ha ocurrido en sus páginas—, en su anhelante decurso.
Aníbal Ricci nos reitera que la salvación no vendrá por el amor, entendido éste como relación estable de dos individuos que se proponen un proyecto de convivencia asistida en un ámbito estable y seguro, otra vez el tercer plano del «encanto de la burguesía» y su final feliz, como filme de los años 40.
Pero si la escritura, otra forma equívoca de la salvación, es capaz de justificar la plenitud de momentos felices e intemporales en la memoria saudosa de los humanos —Jorge Luis Borges, dixit—, aquí están de nuevo las palabras del autor, para decirnos que, a la postre, no todo está perdido para siempre.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable de Unión del Sur Editores.
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga.