[Fragmento] «Polka del perro»: Una opereta lastimera

Publicada en octubre de este año por Lom Ediciones, la nueva novela del escritor chileno Rodrigo Ramos Bañados se sitúa en la Iquique de principios del siglo XXI, y donde el personaje principal, un periodista (como su autor), se interna en el relato íntimo, pero también en los nervios sociales y políticos —con sus entramados de omisión y de encubrimientos—, que dieron vida al infame campo de concentración de Pisagua, activo durante los primeros años del régimen cívico y militar liderado por Augusto Pinochet. A continuación, publicamos un extracto de la misma, seleccionado especialmente por su narrador [Nota de la Redacción].

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 29.12.2023

Un día, don Alonso me invitó a tomar el té a su casa. Quería hablar de los reportajes de Pisagua. Me dijo que en su comedor se sentía más cómodo para recordar. Vivía en el segundo piso de una vieja casa de madera, en la calle Patricio Lynch. Después de varios minutos de tocar el timbre me abrió la puerta. «El timbre está malo», se excusó con simpatía, después que le conté que tenía el reloj atrasado.

Me dio un abrazo y subimos por una frágil escalera que crujía a cada paso. El piso de madera de la casa se hundía a cada pisada. Un gordo de 100 kilos pasaría en banda al primer piso, donde había un garaje. Ignoro por qué razón vivía en una casa a punto de derrumbarse.

Sobre un mantel floreado, había panes partidos por la mitad con queso y jamón, un queque, dos tazas grandes y el termo con agua caliente en el medio. En la tetera había preparado té con hierba luisa. Puso un disco de Inti Illimani en la tornamesa. Me respondió que la máquina de bordar Husqvarna pertenecía a Silvia, su esposa.

Nos sentamos.

Hablamos sobre la supervivencia del diario, el tema que nos preocupaba en ese momento. Le respondí que de todos modos encontraría algún trabajo de periodista en Iquique y que si no, viviría feliz en Lima o más al norte. «No tengo ni pareja ni hijos», le dije, con una sonrisa jactanciosa deformando mi rostro.

La conversación tomó una vía distinta cuando le conté que era hijo de un exiliado. Con el propósito de generar confianza, cuando hablaba con alguien de izquierda, casi siempre contaba que era hijo de un exiliado. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dio un abrazo, como si yo realmente hubiera sufrido por la ausencia de mi padre.

No preguntó quién era él, ni dónde había estado detenido, ni a qué partido político pertenecía. Sí, don Alonso dedujo que yo debía ser de un tipo de la izquierda más resentida.

Le acepté una copa de vino. Luego fueron dos copas. A la tercera copa, él trajo una caja de vino. No acostumbraba a beber vino en caja, pero había que hacerlo, porque notaba el entusiasmo triste de don Alonso por recordar.

Hablábamos de Iquique, antes de 1973. Don Alonso recordó las disputas entre periodistas. Le pregunté por el «Perro» González. El nombre del reportero derivó en el campo de concentración de Pisagua. Entendí que para una parte de Iquique, la figura del «Perro» solo retrotraía el calvario de Pisagua. Así era y así sería, para desgracia del «Perro».

No le hacía bien a don Alonso recordar Pisagua. En un momento, se levantó rápido de la silla y partió al baño. Silvia apareció de improviso en la escena. Me hizo un gesto de saludo con una mano y se puso a escuchar detrás de la puerta, como si el baño fuera un tórax y ella una médico con estetoscopio. La mujer había surgido de una habitación donde al parecer tejía, por un palillo que portaba en la mano. Entendí que había escuchado con atención la conversación. Era gruesa, como una esquimal con abrigo, y de marcados rasgos indígenas. Don Alonso abrió la puerta y ella lo abrazó con cariño.

«¡Basta!», exclamó Silvia. Proyecté a don Alonso encerrado horas en el baño, llorando como un niño.

Luego don Alonso me presentó a Silvia. Nos saludamos con un beso en la mejilla. Él le había dicho a Silvia que no tocaría el tema de la tortura. La mujer inspiró y exhaló aire con aparatosidad, en señal de no estar segura de lo que diría su marido y cómo podría afectarle esto. Parecía cansada de la inestabilidad emocional de don Alonso. Ella vivía con él. Y, a fin de cuentas, se había bancado los dramas de alguien que no había superado la tortura.

Noté que a don Alonso le entristecía avanzar en los recuerdos. Les pedí permiso para anotar en mi libreta. Me confesó que él y otros prisioneros fueron sometidos a humillaciones sexuales, pero don Alonso se frenó ante el «¡basta!» de Silvia, poniendo punto final al diálogo. No insistí. Su esposa me miró fijo. Sentí como si supiera mi intención ególatra de la historia. No era yo quien había soportado la tristeza de don Alonso. La posición de Silvia podía ser la de no hablar de ciertos temas, pero don Alonso parecía ahogado, como queriendo hablar y sacarse de la memoria aquellos recuerdos. Me había elegido.

No acepté otra copa de vino. El rechazo denotó mi molestia. Él, en ese momento, parecía un niño acongojado. Me voy, dije con vehemencia.

Le di un beso en la frente a don Alonso, que parecía aguantar el llanto. Me despedí con un beso en la mejilla de Silvia. Ella, silente, me siguió con la mirada hasta la puerta. Don Alonso ni siquiera me dijo chao. Debíamos conversar en otro momento. Solos, por supuesto.

Ni siquiera dos vasos de Jack Daniels, que bebí en la terraza de un bar de calle Baquedano, me aplacaron la curiosidad sobre el origen del daño recibido por don Alonso. El sollozo del hombre se me quedó grabado por varios días como una opereta lastimera.

 

 

 

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Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973) es escritor y un periodista titulado en la Universidad Católica del Norte. Ha publicado, entre otros volúmenes, las novelas Alto Hospicio, Pop, Namazu, Pinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo y los cuentos de Palo blanco.

Actualmente, es reportero de la cadena de diarios La Estrella y profesor de la cátedra de periodismo narrativo en su alma mater, la Universidad Católica del Norte.

 

«Polka del perro», de Rodrigo Ramos (LOM Ediciones, 2023)

 

 

 

Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Imagen destacada: Rodrigo Ramos Bañados.