[Crítica] «Nadie sabe más que los muertos»: Todo en Heredia es pasado y nostalgia

En esta novela —publicada originalmente por la Editorial Planeta en 1993, y después reeditada por Lom Ediciones en 2002— el personaje creado por Ramón Díaz Eterovic sacude la inercia aburguesada del poder complaciente, y por qué no decirlo­, se trata de un detective que remueve desde su ficción mecanismos de un pasado no resuelto, de actitudes todavía vigentes en un país que avanza discretamente hacia el olvido de su horrendo pasado.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 26.11.2021

Con Nadie sabe más que los muertos, Ramón Díaz Eterovic (Punta Arenas, 1956) completa una trilogía con Heredia como personaje central, antihéroe, investigador privado medio perdido en una ciudad reconocible. Antes, La ciudad está triste (1987) y Solo en la oscuridad (1992) habían preanunciado la existencia de este individuo poco convencional, más cerca de la nostalgia y de la tristeza que de su propia actividad semi policial.

En Nadie sabe más que los muertos Heredia recorre de golpe nuestro pasado reciente como país. Afloran por sus páginas escenas y personajes que, de algún siniestro modo, preocuparon a parte significativa de la sociedad chilena. Sin embargo, más que el correlato de los hechos, lo que atrapa al lector es cierta forma de identificación con el personaje central.

Aparentemente no tiene mucho en qué aferrarse. Su pasado pareciera no existir. No hay datos que permitan configurar una cronología personal. Y no obstante esa ausencia de elementos de referencia, todo en Heredia es pasado y nostalgia: su perfil solitario, su desafectada manera de enfrentar el mundo, de auscultar con cierta desidia al futuro lo sindican, a primera vista, como un individuo condenado al fracaso desde siempre.

Y no obstante esa limitación de futuros Heredia sobrecoge por su innato sentido de querer y aprender, aunque sea tangencialmente, cierta dosis de veracidad en un tiempo cargado de hipócritas mentiras y de falseamientos compartidos.

 

Soñar y creer en algo parecido o similar al amor

La historia puede parecernos simple: la búsqueda de un niño nacido durante el período dictatorial en algún centro de detención, una madre ya inexistente, un par de abuelos que ansían tener al nieto como lo único posible de ligarlos al pasado y enfrentar con esperanza el futuro.

Y en medio de la argumentación central, un juez presionado por una lapidaria verdad, conexiones con reminiscencias vivas del período nazi, una mujer hermosa que es posible amar, y un gato silencioso que parece el retrato mismo de un héroe sin pretensiones.

Sin embargo, en las cerca de 200 páginas de esta trama político policial es posible reencontrar «actitudes» demasiado evidentes con nuestra historia como para pensar que el argumento es sencillo.

Heredia irradia esa melancólica compulsión a una soledad escogida. La existencia, allá afuera, no tiene mucho sentido. El mismo ha perdido parte importante de lo que alguna vez fuera su joven vitalidad. Sus reflexiones están llenas de una irónica forma de engarzar su baja autoestima con el derrumbe del mundo adyacente.

Su espacio vital, plagado de libros y de polvo, y esa presencia casi omnímoda de su gato Simenon son lo único palpable y acogedor para alguien hastiado hasta de su misma sombra.

Y aunque Claudia (o Fernanda) emerja en su vida como una estela de luz que le permitirá soñar y creer en algo parecido o similar al amor, su escepticismo lo hace deambular de continuo por los bordes de esa desesperanza metida en él hasta los tuétanos.

Si la historia misma en su desarrollo y desenlace es trabajo para un lector entusiasta, la atmósfera que irradian las páginas de esta novela se van incorporando subjetivamente en la psicología personal de quien las lee, casi como si se estuviera atrapando en esa secreta complicidad que todos sentimos por los héroes difusos, los que más que estatuas cosechan siempre el olvido y el anonimato.

Una cierta mezcla admirativa y compasiva al mismo tiempo. Cierta ternura reflexiva por Heredia que sacude la inercia aburguesada del poder complaciente. Y que ­por qué no decirlo­ remueve desde su ficción mecanismos de un pasado no resuelto, de actitudes todavía vigentes en un país que avanza discretamente hacia el olvido.

Y como si fuera poco, Heredia lo hace de manera dinámica: remece alguna cuota de conciencia todavía existente entre sus otros personajes con razonada velocidad, metido en un lenguaje de novela veraz, convincente y matizado de una ironía sugerente que consolida a un investigador privado inédito de la literatura chilena.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta abril de 2020. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Nadie sabe más que…» (2002)

 

 

Juan Mihovilovich Hernández

 

 

Imagen destacada: Ramón Díaz Eterovic (Foto de Carlos Quezada).