«Roma»: La narración audiovisual y dramática de la soledad femenina en Latinoamérica

El neorrealismo italiano y el nombre de la ciudad eterna emergen del sustrato inconsciente que no estaría mal preservar en el reservorio emocional de todo cinéfilo. Porque a ellos se encuentra destinada esta obra: a quiénes lo son y a quiénes, después de arriesgar 138 minutos, serán convertidos a esa religión.

Por Alejandra M. Boero Serra

Publicado el 1.1.2019

Miré Roma con delectación. Un filme del siglo XXI que escapa a toda moda, a tanto artefacto snob bienpensante, políticamente correcto a que el séptimo arte nos tiene disciplinados.

Una historia simple que muestra lo complejo del entramado humano: la indefensión en que todos nos hallamos ante el abandono, el egoísmo, la irresponsabilidad afectiva y la impotencia que generan los mandatos de una cultura patriarcal que somete, sin distinción de razas y de clases, aunque éstas se manifiesten en una torsión de esa espiral de violencias múltiples -más y menos soterradas- de la sociedad mexicana de los 70′ en un barrio de clase media.

El neorrealismo y el nombre de una ciudad italiana emergen del sustrato (in)consciente que no estaría mal preservar en el reservorio emocional de todo cinéfilo. Porque a ellos está destinada esta obra: a quiénes lo son y a quiénes, después de arriesgar 138 minutos, serán convertidos.

Una poética en blanco y negro que muestra que los tonos grises ahondan en miradas poco complacientes. Y que el color, en México y en toda Latinoamérica, ya fue intercambiado como baratija que despoja y humilla.

Una intimidad que soporta reminiscencias biográficas como elemento integrador que un auténtico autobiógrafo como Cuarón se permite: no elogiarse, no chusmear, no juzgar, sí salvarse de la muerte del olvido. Él se rescata en el filmar/se. Roma es la memoria, es el olvido transfigurado, es la re/construcción de lo que fue, quiso ser y, de ahora en adelante, será en cada espectador.

Una intimidad que excede lo cotidiano: del microcosmos familiar al macrocosmos social se juega un rodaje en donde la poesía no retacea protagonismo a la crueldad.

Dos mujeres que se dejan la piel en una “(¿) actuación (?)” hipersensible de intensidad que va in crescendo. Dos mujeres que se “sienten y sientan” en mundos de presunta verticalidad confluyendo y hermanándose (sororidad se dice hoy) en la transversalidad del saberse, inexorablemente, solas con ellas mismas.

Una infancia velada por el amor incondicional de una mujer condicionada en el rol de criada. Unos niños que se saben queridos y también lastimados, cuidados y desprotegidos, limitados en un círculo de pertenencia y dejados al arbitrio de una naturaleza que traga, ahoga hasta que el amor y el sacrificio y la entrega acontecen.

Una gratitud inmensa al camino que nos lleva a las gradaciones de sentimientos contradictorios para dejarnos en la orilla del arte y de las emociones más genuinas. Como espectadora sigo pidiendo más películas como Roma: poesía y reflexión, arte y vida en conflicto. Como mujer me siento interpelada por este artista/curador/director que me mira sin clichés de época (y cuando el cliché aparece va mutando y desdibujándose en estas protagonistas que nada tienen de personajes planos) y por eso me pone ante otras mismas y diferentes miradas de mujeres, ante mi y nuestra soledad -que hasta no hace mucho fue infinita y hoy se va haciendo más empática- para que resuelva y resolvamos “en escena” lo que somos.

Homenaje a las mujeres de su vida – al coraje que tuvieron para sostenerse y permanecer-, homenaje al cine, homenaje a la poesía, homenaje al mundo de desigualdades que todavía nos acecha, homenaje al amor que nos debemos como partícipes de un mismo género: el humano.

 

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Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

 

La actriz Yalitza Aparicio en «Roma» (2018)

 

 

 

 

 

La escritora y crítica argentina, Alejandra M. Boero Serra

 

 

 

Tráiler: