Cine trascendental: «El buscavidas» («The Hustler»): Sobre la competitividad y el éxito

Robert Rossen dirigió este excelente filme dramático en el año 1961 a partir de un guión que firma junto a Sidney Caroll. La obra es una crítica al afán de éxito y dinero tan común en este competitivo mundo en el cual vivimos. Del reparto hay que destacar la gran interpretación de un joven Paul Newman (Eddie) al que acompañan como protagonistas Pipper Laurie (Sarah), Jackie Gleason (El Gordo), Myron McCormick (Charlie) y un genial George C. Scott encarnando a Bert.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 24.12.2019

«Una vida tranquila y modesta trae más alegría que una búsqueda de éxito ligada a un constante descontento».
Albert Einstein

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto esta película y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Competir versus cooperar

Nuestra sociedad occidental se caracteriza por su extremada competitividad, se maximiza el triunfo de un individuo o un grupo sobre los demás como modelo de éxito, de orgullo, de alegría… Y con ese hacer se generan sensaciones de frustración, desánimo, tristeza en los perdedores quienes a menudo se sienten fracasados por no alcanzar ese éxito. Esto ocurre –como es sabido- en todos los ámbitos: el comercial, el político, el artístico, el deportivo…

Pero no todas las sociedades entienden el juego de la vida así, es el caso de los Xhosa africanos. Un antropólogo propuso a unos niños de esa tribu hacer una carrera para ver quien ganaba un cesto lleno de frutas, su reacción fue tomarse de las manos y llegar todos juntos a la meta. Ante la pregunta de por qué lo hicieron, le respondieron: ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si uno de los demás está triste? Ellos han mamado la cooperación, la solidaridad y tienen una palabra que la define: ubuntú (yo soy porque somos todos) ¡Qué gran lección!

 

Ganar o perder

La obra nos muestra en un brillante uso del blanco y negro que enfatiza las sombras, la oscuridad de un modelo social competitivo y agresivo –el nuestro- en donde en realidad todos perdemos. Es un filme con aires de género negro en el que las habituales pistolas o ametralladoras son substituidas por palos de billar. Un retrato de unas gentes adictas al juego por el ganar más y más, un ganar siempre insaciable que pretende esconder vacíos.

Eddie es un joven y brillante jugador especializado en el pool que acostumbra a estafar a otros mostrándose menos eficaz para lograr ganarles en apuestas elevadas. Su ambición le lleva a la gran ciudad para enfrentarse a todo un campeón al que denominan El Gordo. Le acompaña su amigo Charlie, quien siempre intenta frenarle cuando tras haber bebido demasiado –a Eddie le va el alcohol- sigue apostando, pero él nunca le hace caso y acaba perdiendo todo lo ganado. Así le ocurre en su maratoniano enfrentamiento con El Gordo, dándose a conocer allí como lo que es: un gran jugador pero que no tiene control de sí mismo.

Un “maldito tonto” según el bueno de Charlie o un “perdedor nato” en palabras de Bert, un mafioso del juego que vive a costa de los jugadores a los que presta dinero. Bert entiende que el haber bebido es su excusa para perder: “no hay problema si tienes excusa para perder, ganar puede ser un gran peso, un mal hábito. Puedes dejar la carga con una excusa, debes aprender a sentir pena de ti mismo, es uno de los mejores deportes el sentir pena por ti mismo, todos lo disfrutan”. Las palabras del prestamista expresan la verdad de tantas personas atrapadas en el paralizante “pobre de mí” que les impide superar sus problemas, pero esa verdad es en él manipulación interesada. Y Eddie acabará cayendo en sus garras, jugando a sus órdenes, obteniendo exiguos beneficios económicos, lamentablemente seguirá con su actitud ciega dándole la razón a ese explotador sin escrúpulos.

 

«El buscavidas» (1961), del realizador Robert Rossen

 

Prioridades

Eddie conoce a Sarah, una mujer que pronto se enamora de él, que valora el buen fondo de un hombre al que le transforma su pasión obsesiva por ganar, por ser el mejor. Un hombre que rompe con su buen amigo Charlie para liberarse de lo que prefiere entender como su control-interés en vez de ayuda-colaboración. Lo vemos hablándole despectivamente en la vivienda que comparte con Sarah, ella de espaldas con lágrimas en los ojos; las lágrimas del dolor por el hombre roto que anida en Eddie, por el hombre que es capaz de romper con todo aquel que le desvíe de su idea-obsesión.

A partir de ese dejar atrás al amigo es Sarah el único referente que puede evitar la destrucción a la que parece abocado Eddie en las indeseables manos de Bert. Sarah es una mujer con problemas que como Eddie suele evadirse bebiendo, pero a diferencia de este ella es consciente de su adicción y de la naturaleza de sus problemas personales, de la pesada carga de una infancia dolorosa marcada por el abandono. Esa consciencia hace que busque constantemente dejar las cosas claras con Eddie, ella le ama y así se lo dice pero como ha sufrido en otras relaciones no quiere que vuelva a repetirse; considera a esos hombres que se fueron como inventados, no reales y quiere que Eddie sí sea real.

Y Eddie se siente atraído por ella, está a gusto compartiendo su hogar pero le confiesa que no sabe lo que es el amor y ante su “yo sí”, le espeta: “¿tu idea del amor es vivir encadenado?”. Así, cuando se dispone a ir de gira con Bert no piensa en ella, se despide con un engañoso volveré que Sarah convierte en un voy contigo. Ella le ha dado cobijo en su hogar, lo ha cuidado siempre, especialmente cuando le rompen los dedos por ganar con su método de hacerse pasar por menos. Sarah le cuida “a pesar de” con su “aquí estoy”, él escayolado, inquieto, enrabiado sin un gracias como reconocimiento a su entrega.

Sarah acepta ser amante de un hombre muy centrado en sí mismo cuya prioridad no es el amor por ella sino la pasión por el juego. Así, en su primera salida fuera de lo habitual los vemos de picnic rodeados de naturaleza. Ella se muestra satisfecha y él habla –cómo no- del juego: “Cuando voy ganando me siento como un jockey debe sentirse en un caballo a toda velocidad. Es genial cuando haces algo bien y lo sabes”, añadiendo con pasión de que para él el taco de billar es un trozo de madera con sensaciones, de que siente cómo ruedan las bolas sin necesidad de mirarlas. Y se revela frente a la opinión de Bert queriendo saber qué piensa Sarah, ella para nada cree que él sea un perdedor como opina su “socio”.

Ya en la gira profesional Bert y Sarah hablan. Ella lo cala pronto y ve quien es, le suelta: “con usted no existe el mañana, usted es dueño de todos los mañanas porque los compra baratos hoy”, Bert sabiéndose descubierto le espeta con furia que cuando Eddie alcance la gloria ella le estorbará: “viva y deje vivir mientras pueda”. Ese parece ser su destino, dejar “vivir” a Eddie que significa un dejarle caer lejos de ella. Lo vivencia una noche de fiesta y billar a la que acuden los tres invitados por un magnate. Sarah -muy sola- copa en mano entre la multitud de invitados observándolo todo, observando a Eddie feliz plenamente integrado y Bert desestabilizándola con sus comentarios. Eddie la acompaña a descansar y se va a lo suyo, pierde y como Bert no quiere seguir va a por su dinero; lo vemos entrar en la habitación donde descansa Sarah para cogerlo sin interesarse para nada por cómo se encuentra. En este acto se deja y le deja claro cuál es su prioridad.

Y pierde el dinero llegando a implorar a Bert seguir jugando, momento en el que Sarah entra pidiéndole que no le ruegue. Pero él como hizo con Charlie le dice que se vaya, ella muy certera intenta hacerle ver lo que hay: “¿No lo entiendes?, ¿esto no significa nada para ti? Ese hombre, este lugar, esta gente. Usan máscaras y debajo de ellas son pervertidos, desviados, lisiados (ella cojea y así la ven esas gentes). No tienes que usar una máscara. ¡Ese es como el que te quebró los pulgares! No te quebrará tus pulgares pero sí tu corazón, tus agallas… y por el mismo motivo: porque te odia por lo que eres”, de nada sirven sus palabras porque él sigue rechazándola con fuerza y ahora sí Bert accede a que reemprenda el juego.

Esa fuerza desatada le hace ganar una cantidad importante, Eddie comenta al magnate que lo ha derrotado y él le responde que tiene que regresar en alusión a Sarah, que es su derrota no reconocida. No sabiendo cómo presentarse ante ella tras lo sucedido, Eddie decide que Bert se adelante. El usurero remata su faena hablando con una Sarah que espera a su hombre con la maleta hecha, le miente afirmando que Eddie le dijo que le diera algo de dinero. A Bert le enerva su saber, su conciencia y quiere apartarla; Sarah ve claramente su falsedad, su malicia y le habla de su mirar de vencedor de hombres, de vencedor de Eddie al que dice que es: “Como si le hubiera quitado su dinero y ahora quiere su orgullo”, asegurando que quiere el dinero y el placer de verlos desmoronarse. Bert que reconoce su verdad la besa entiendo como forma de expresar su deseo relacionado en parte con lo de derrotar a Eddie y en parte por la atracción que surge entre los opuestos que ambos encarnan. Y ya desesperada Sarah se acuesta con él tras lo que se suicida en el baño, antes con su lápiz labial escribe sobre el espejo: pervertidos, desviados, lisiados. La mentira de Bert ha decantado ya la balanza, ella ya da por perdido a Eddie a quien considera uno más de los que usan máscara para no sentir y obrar impunemente.

 

Paul Newman y Piper Laurie en «El buscavidas»

 

Amor perdido

En la última escena se nos muestra el salón de billar en el que están Bert y El Gordo. Eddie entra desafiante y pide jugar con él con todos sus ahorros, su rival acepta. Durante la partida nuestro protagonista se dirige a Bert recordándole sus consejos y asegurando que ahora tiene carácter, lo consiguió tras la muerte de Sarah. La mujer que tanto le amaba y no supo amar es ahora la fuerza que le hace ganar con seguridad y aplomo a El Gordo. Y Bert –insensible- le exige su dinero, pero Eddie mirándolo le pregunta qué ocurría sino le paga, el usurero riéndose asegura que le volverían a quebrar los dedos. Eddie no se achanta y le habla de Sarah, de que fueron ellos quienes la mataron para acabar confesando que la amaba: “la cambié por una partida de billar”, remata.

Eddie ha tenido que perder a Sarah para “darse cuenta” de que la amaba, muy triste ese tardío “darse cuenta”. Y viéndose reflejado en Bert –por lo que se refiere a su afán de ganar, en especial ganar dinero- le pregunta si ella o alguien han significado algo en su vida. Lo dice a oídos de El Gordo y de todos esos hombres que pasan las noches en el salón de billar, hombres que juegan y beben en sus soledades compartidas. Y le hecha en cara al prestamista que le etiquete como perdedor afirmando que lo hace porque está muerto por dentro y no puede vivir a menos que mate a todos los que le rodean. Eddie asegura llorando que si aceptase seguir con él, sería aceptar que ella nunca vivió ni nunca murió -como decía Sarah: no fue real- pero que ambos saben que sí existió. Y acaba amenazándolo de muerte en el caso de que alguien le agreda, Bert “tocado” por un Eddie con carácter acepta acabar con su esclavitud.

Potente escena de empoderamiento tardío de un hombre con buen fondo pero muy desconectado de sus sentimientos que se enfrenta a quien le ha llevado a perder su amor. Bert encarna el arquetipo del materialismo sin alma, y Eddie cegado por su ambición por el dinero y la gloria, por el éxito que “hace girar el Mundo” -en palabras del usurero- acepta un pacto que le aleja de lo único bueno que le quedaba tras apartar a su amigo Charlie, le aleja de Sarah, una mujer que le amaba. Quizás el amor de Sarah podría ser demasiado posesivo -ella también tenía sus problemas- pero era amor de verdad. ¿Para qué el “éxito” de ganar lo material si no se tiene a nadie con quien compartir de verdad su disfrute? Esa es la realidad de tantas personas que como Bert creen que el dinero lo es todo y en esa creencia asfixian sus corazones perdiendo su humanidad y aislándose de los demás.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El buscavidas» (1961)

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Paul Newman en un fotograma de El buscavidas (The Hustler, 1961), del realizador estadounidense Robert Rossen.