[Crítica] «El aire que nos faltó»: El debut de una novelista cautivante

La escritora chilena Magdalena Salazar Preece (en la imagen destacada) ofrece un texto donde el lector encontrará una historia intensa y dolorosa, y en la cual las relaciones que dicen estar basadas en el amor y la libertad, se transforman en un peso con el que cuesta mucho vivir.

Por Martín Parra Olave

Publicado el 10.4.2022

La familia parece seguir siendo un espacio de sombras y silencios. Un lugar desde donde se catapultan los seres humanos como proyecciones fantasmas o como actos de rebeldía que pretenden dejar atrás ataduras ligadas al padre o la madre.

Así, la escritora chilena Magdalena Salazar Preece (Santiago) nos entrega una novela narrada por cuatro integrantes de una misma familia: padre, madre, hija e hijo. A través de estas voces nos vamos sumergiendo en el mundo de una familia de clase media, donde las relaciones entre cada uno de sus integrantes estuvieron siempre teñidas por los colores de la dificultad, los problemas de comunicación, la enfermedad y la muerte.

La primera voz narrativa que nos encontramos es la del padre anciano, quien en sus elucubraciones va dando cuenta de su presente y de las situaciones pasadas. Es un abogado más bien tradicional, que recuerda desde su soledad en el departamento, que comparte con sus dos gatos, la vida que tuvo junto a su familia:

«En mi velador tengo una foto de nosotros cuatro… Miro esa foto y trato de buscar en mi memoria otros momentos como esos, me dejo llevar por una cinta transportadora de imágenes».

Sin embargo, entre los escombros de sus recuerdos parecen no existir demasiados momentos familiares: «¿tanta era mi ausencia?», se pregunta mientras reconoce que los únicos espacios que él disfrutaba eran los rutinarios, esos momentos de los que no se espera nada.

El padre, de esta manera, es un personaje atrapado en su propia formación que es incapaz de salir de su condición de hombre conservador.

 

Fracturas familiares

La voz de la hija y la del hijo son las que siguen en los capítulos siguientes. A partir de ahora el trabajo narrativo comienza a crecer en calidad, pues si bien es cierto que por momentos el personaje del padre nos parece algo estereotipado, cuando leemos el relato de la hija encontramos cierta singularidad que dota de fortaleza a la historia.

Gracia, así se llama la hija, casi se asfixia al nacer, lo que la ha dejado con dificultades para hablar y limitaciones físicas. Sin embargo, sus pensamientos nos revelan que es capaz de percibir claramente su entorno. A pesar de sus aparentes limitaciones intelectuales, el deseo es algo muy presente en su vida.

Tiene una clara conciencia que su condición es un problema para la familia: «esa tristeza de ellos yo la conozco perfectamente», reflexiona. A pesar de que su madre se ha esforzado al máximo por entregarle fortaleza, esa misma fuerza y cuidados se han convertido en su prisión:

«Mi mamá se convirtió en una leona, pero dentro de una jaula. Ella cree que soporta el dolor por mí. Cree que me hace libre, pero no de ella». Así es como se van configurando las relaciones encadenadas, que en vez de otorgar libertad generan dependencia y apegos que se convierten en trabas.

Por su parte la voz de hijo responde a la del rebelde de la familia. Es el clásico hijo que no desea seguir el camino del padre y se refugia en las complicidades de la madre para pavimentar su propio destino. Es quizás este muchacho quien mejor describe lo que se vivía al interior de la familia:

«Fui un mal hijo si así se lo quiere ver, pero ustedes también estaban encerrados en una capsula respirando un oxigeno común, en un adiestramiento enervante», y quien cuestiona además que la culpa por lo que le sucedió a Gracia haya sido tan determinante para la familia.

La novela de Magdalena Salazar cierra con la voz de la madre de Gracia, una hablante que da cuenta de la dificultad de superar dos situaciones. Primero, la condición con la cual quedó su hija luego de asfixiarse al nacer. Y en segundo lugar, la muerte de ella, que significó una profunda depresión y la separación definitiva de su esposo.

«Y el gran pero de toda esta historia fue Gracia. Porque murió. Y con ella se desmoronó la montaña», es decir, en la madre se produce una imposibilidad de encontrarle nuevamente sentido a su vida a partir de esta pérdida.

En definitiva, esta es una novela interesante que nos muestra, una vez más, las fracturas que coexisten al interior de la familia, cuyo espacio es cada vez más cuestionado en la narrativa contemporánea, pues parece ser el lugar desde donde se originan las heridas y traumas que explotan y se desencadenan fuera de ella.

De esta forma, el lector encontrará en estas páginas una historia intensa y dolorosa, donde las relaciones que dicen estar basadas en el amor y la libertad, se transforman en un peso con el cual cuesta mucho vivir.

 

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Martín Parra Olave es licenciado en gobierno y gestión pública de la Universidad de Chile y magíster en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente cursa el doctorado en literatura impartido por la última Casa de Estudios antes mencionada.

 

«El aire que nos faltó», de Magdalena Salazar (Emecé Editores, 2022)

 

 

Martín Parra Olave

 

 

Imagen destacada: Magdalena Salazar Preece.