[Crítica] «Escuchando al cine chileno»: La música y su protagonismo escénico

El investigador José María Moure Moreno desarrolla un interesante y provocador estudió crítico de musicología aplicada al desarrollo de la industria audiovisual local (Mago Editores, 2021), y en donde propone un encuentro epistemológico entre disciplinas y quehaceres estéticos diversos, a fin de conseguir una amplia interpretación del elemento sonoro en el proceso fílmico y creativo desplegado en estas latitudes.

Por Víctor Hugo Díaz

Publicado el 4.5.2021

La música, la más intangible y universal de las artes, esa que llega a donde las palabras no alcanzan, ha servido de base y complemento a otros formatos artísticos desde tiempos inmemoriales.

Los rapsodas por ejemplo y los trovadores, acompañaban sus versos con un instrumento, para así inyectar a su canto mayor brillo y resonancia, para hacer que las palabras se esparcieran por el mundo, intensamente, más allá de su voz.

En tiempos del cine mudo, era un pianista el encargado de interpretar, en las salas de cine, melodías más o menos afines con la trama de los filmes; en ocasiones, se agregaba un violín o un celo. La música prevenía a los espectadores o contribuía a la expresividad de la comedia, el melodrama o la tragedia que las imágenes narraban.

Las palabras entonces eran el complemento, esas breves frases que aparecían sobre impresas en la pantalla, para aclarar lo que pudiera parecer confuso o para resaltar acciones y desenlaces.

Hoy, José María Moure Moreno, joven músico chileno, residente en Barcelona, nos presenta a quienes valoramos la filmografía nacional, su valioso ensayo, Escuchando al cine chileno, a través del cual este destacado artista, desarrolla una desafiante interpretación de los aportes musicales y sus connotaciones estéticas en filmes clásicos del cine “Hecho en Chile”, producidos entre 1957 y 1969.

Este fenómeno corresponde al denominado período fundacional, salvando la aparente paradoja de llamarlo “nuevo cine chileno”, concepto usado para distinguirlo del “cine industrial o comercial”.

Dicho proceso se desarrolla en una época de “pobreza franciscana” para directores y productores, para artistas y todos quienes integraron este abigarrado —y a menudo anónimo— equipo humano que hizo realidad estas importantes producciones cinematográficas.

Pues bien, en cinco capítulos, el autor analiza e interpreta siete obras fílmicas, a saber: Tres documentales, en los que sobresale el novedoso aporte musical de Violeta Parra, Trilla, Andacollo y La Tirana; esto, en el primer capítulo; el capítulo II aborda el documental (largo metraje) La respuesta, testimonio de la hazaña colectiva del lago Riñihue (1960); el capítulo III está dedicado al filme Largo viaje; el IV a Valparaíso mi amor; y el V cierra con El Chacal de Nahueltoro.

Es un desafío ambicioso el que Moure Moreno sortea con acierto en éste, su primer libro, publicado por Mago Editores, en su colección Investigaciones, en cuidada y fina edición.

El lenguaje ante el lector se presenta claro, preciso y necesario. Aquí el músico desarrolla un interesante y provocador estudió crítico de musicología aplicada al cine chileno, proponiendo un encuentro epistemológico entre disciplinas y quehaceres estéticos de tremendo interés para una amplia interpretación de todo proceso creativo.

 

Un homenaje a Violeta Parra

Hemos hecho el ejercicio de leer la obra y luego disfrutar de los filmes considerados por el autor, bajo esta nueva perspectiva de apreciar la música y el cine complementados, según este singular prisma interpretativo. El resultado ha sido enriquecedor, permitiendo apreciar nuevos enfoques y reviviendo en plenitud, estas producciones fílmicas paradigmáticas de nuestro cine.

Esta iniciativa abre las puertas a un terreno fértil y propicio para las nuevas generaciones de músicos y estudiosos. Así lo plantea Moure Moreno en parte de la introducción:

“La música en el cine chileno es un tema de estudio reciente. Durante años, ha existido una ausencia de este tópico en los estudios históricos y musicológicos, en contraste con una vasta bibliografía sobre la historia del cine nacional, y la misma omisión ha existido en la crítica especializada y periodística, así como en la prensa. Afortunadamente, los estudios de la música en el cine chileno han comenzado a surgir, fundando un nuevo campo de investigación que se ha adentrado en las composiciones para filmes y el funcionamiento de la banda sonora en general, dentro de las producciones audiovisuales. Me parece que investigar y escribir sobre las bandas sonoras de un determinado cine o conjunto de películas, no sólo permite poner en valor la música utilizada en esa filmografía, sino también ampliar la comprensión acerca de los filmes estudiados y proponer discusiones o diálogos en torno a ellos.”

El autor rinde tributo a Violeta Parra, a su lúcida capacidad de penetración en el alma popular chilena. Así lo expresa, citándola con propiedad en su aporte a los documentales señalados:

“La voz de Violeta cumple la función de la cantora que no se encuentra presente en la imagen, y también la de los campesinos que trabajan el trigo”.

Ese es el folclore auténtico, el que enraíza, no el que parodia el costumbrismo latifundista de Champions.

Sergio Bravo, en Mimbre y trilla; Nieves Yancovic y Jorge di Lauro, en Andacollo; Leopoldo Castedo, en La respuesta; Patricio Kaule, en Largo viaje; Aldo Francia, en Valparaíso mi amor; Miguel Littin, en El Chacal de Nahueltoro, se ligan, mediante el abrazo de la música y la imagen, con Violeta Parra, Tomás Lefever, Gustavo Becerra y Sergio Ortega. Todos personajes fundamentales de nuestro cine.

 

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Víctor Hugo Díaz nació en Santiago de Chile en 1965. El año 2004 ganó el Premio Pablo Neruda en su Centenario, por su trayectoria y obra poética, otorgado por la Fundación del mismo nombre. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas y antologías, además cuenta con numerosos trabajos críticos acerca de su bibliografía.

 

 

 

Víctor Hugo Díaz

 

 

Imagen destacada: Mago Editores.