[Crítica] «Spencer»: Una siutiquería de nivel internacional

Frente a su público propio y que le es natural, en el Centro Cívico de Vitacura —y en el contexto del cierre de la vigésima versión del Festival de Cine Wikén de esa comuna— se exhibió por primera vez en el país, la nueva entrega del realizador chileno Pablo Larraín, y la cual se estrena en salas comerciales, durante esta semana.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 18.1.2022

Quizás si un hijo de la historiadora chilena Lucía Santa Cruz Sutil fuese cineasta, aquel joven podría tener motivos identitarios urgentes para filmar una cinta acerca de la figura de la desparecida Diana, Princesa de Gales. Hasta el polero argentino, exesposo de Pampita, cuyo nombre no recuerdo, y quien es ahijado de Camila de Cornualles (de antigua conocida como Camilla Parker–Bowles), enarbolaría argumentos de sobra, y con mayor soltura de cuerpo y prestancia, a fin de justificar esa extravagancia entre artística y existencial desde la expoliada y periférica Sudamérica.

¿Pero el realizador Pablo Larraín Matte, posee esas imperativas razones del alma?

El autor nacional dice que se trata de un crédito dedicado a su madre, doña Magdalena Matte Lecaros, y bien, desde esa premisa es fácil justificar el origen afectivo de este filme, que de biopic no tiene nada. Mejor hablemos de ficción desbocada y de un thriller de terror que después deriva en una escapada a lo Thelma y Louise directo al Kentucky Fried Chicken de la Londres cosmopolita de los 90.

Es decir, supongamos que Diana fue una mujer histérica como pocas y cercana a la locura (en especial luego de fallecer su padre en 1992), y que por una situación de origen social y de ubicación cultural se sentía extraña y desadaptada a la realeza británica.

Una mentira del porte de un buque enunciada por el guion de Steven Knight, más todavía si consideramos que la esbelta y malograda rubia fue hija del matrimonio contraído entre John Spencer, VIII conde de Spencer (un título en la nobleza de pares de Gran Bretaña), y de La Honorable Frances Ruth Burke Roche.

Mejores credenciales inglesas, imposible, por lo menos frente a los blasones de la novísima Casa de Windsor, un apellido y un escudo inventados para ocultar el origen alemán de los descendientes de la Reina Victoria (Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha), durante la encarnizada Primera Guerra Mundial.

En fin, a estas siutiquerías genealógicas nos remite el cineasta chileno, un socialité del liberalismo acomodado por derecho propio (imposible negárselo, por lo demás), y a quien el Presidente Electo de la República, Gabriel Boric Font, le dispensa el título de «Querido Pablo», en las redes sociales.

 

Los retrocesos creativos de Larraín

Pero Spencer, digan lo que ordene el clamor de los resentidos de turno, es una película bien hecha, salvo esa espuria caracterización de Diana de Gales mandatada por el libreto de Knight.

Y la verdad que es intragable ver a Kristen Stewart en ese rol, pese a su siempre cautivante belleza: sus movimientos torpes y mecánicos al caminar, y un acento que no termina nunca de cuajar en su sonoridad british «upper class», hacen poco creíble a la actriz estadounidense en la personificación de ese ícono femenino de la crème de la crème que fue y simbolizó la malograda princesa a fines del pasado siglo XX.

Lo más rescatable de esta nueva entrega de Larraín Matte es la música incidental que acompaña a estos 116 minutos de metraje (que tampoco siendo honestos, resultan insufribles): a cargo del compositor Jonny Greenwood, esos sonidos «multi instrumentalistas» constituyen un logrado apartado, y el cual camina por rumbos distintos al resto de los elementos de esta obra, debido, principalmente, a la evidente calidad artística de estas pistas.

Asimismo, la fotografía también tiene un tratamiento lumínico de un primer nivel (Claire Mathon), que le hace honor a los ingentes recursos financieros invertidos en este título por casas productoras de Alemania, Reino Unido, Estados Unidos y Chile. A lo mejor por eso, Larraín ya se cree que está en una posición que le permite desmontar a los grandes mitos culturales y mediáticos de las sociedades del primer mundo industrializado.

Otro aspecto a destacar son las constantes referencias que el director hace en esta obra del filme El resplandor (1980), de Stanley Kubrick: se trata, sin duda, del regreso del autor de la olvidable Fuga (2005), en desmedro de los rincones oscuros y marginales, atormentados en su sufrimiento moral, y los cuales le granjearon la merecida fama en Tony Manero, Post Mortem y El club.

Ahora son las casonas y los espacios de las mansiones y sus señoriales secretos, los que motivan las ambiciones creativas de nuestro director, pero claro, lejos de las alturas de un Yorgos Lanthimos y de sus planos angulares, pese al esfuerzo que en una y otra secuencia, efectúa el chileno por emular al genial responsable de La favorita (2018).

El arte audiovisual de Larraín va en franco retroceso, por lo menos temático y en sus claves cinematográficas, y esa ya es una lamentable realidad desde el estreno de Ema (2019) y de sus imborrables ménage à trois. No obstante, en estos tiempos de primoroso cambio, sin duda, sería dable exigirle un compromiso mayor, sin ir más lejos, con la fantasmagórica historia contemporánea de Chile, a este hijo pródigo e instalado en la vanguardia de la multiculturalidad internacional.

Si ya estamos en la «ese» de Spencer, podríamos pasar a la «ese» de Schäfer. Y de la finca de Sandringham en Norfolk, Inglaterra, podríamos viajar y trasladarnos a las instalaciones de Villa Baviera, fundo El Lavadero, en Parral City, Región del Maule, Chile.

Es cierto, sería un esfuerzo agotador y menos glamoroso con el objetivo de resolver los enigmas propios y verdaderamente incómodos. Pero entonces te aplaudiríamos, y lo que es mejor, te creeríamos con sincera y arrepentida honestidad.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Spencer (2021).