[Crónica] Edmundo Moure en España: Dalí, alucinaciones y pasmo

Lo mejor del dormitorio nupcial de Cadaqués resulta ser el espejo oblicuo, instalado en el extremo norte, con orientación hacia el este, para que el rayo inaugural del amanecer diese en el rostro de Dalí, siendo éste el primero en recibirlo en toda la Península Ibérica: privilegio de orate y monarca de las artes.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 28.9.2021

Alucinante… Recurro a este adjetivo que gusta a mi buen amigo, escritor y pintor, poeta de imágenes gráficas, Antonio Chaves Cuiñas, para referirse a impresiones que nos sobrepasan.

El estallido de la luz que ciega, como relámpago súbito, cuya potencia lumínica excede la capacidad inmediata de respuesta visual. Lo que no puede asimilarse por la potencia de su impacto, revelación y desvelamiento inasimilables en su estallido.

Eso y muchas cosas más es y provoca Salvador Dalí, animal artístico, narciso surrealista en grado geométrico. Hubiese vuelto loco a Freud, derritiéndole, en infinitas y coloridas delicuescencias, sus instrumentos de trabajo, sus libros de ciencia, sus carpetas de pacientes y padecientes, hechas un magma de lava y locura que reptaría, traspasando todos los límites en que la belleza y la fealdad estéticas se juntan; ese vórtice de lo absurdo y lo grotesco, escatimándonos el imposible razonamiento tras el vértigo de los espejos cóncavos disolviendo el «código ergo sum».

—El surrealismo soy yo, —gritó Dalí, con los ojos desmesurados y el bigote colérico, imán piloso de sus cotidianas desmesuras… Y lo expresó en catalán, para que fuese aún más único e irrebatible.

Descalificado por la propuesta espartana del esteticismo nazi, con sus águilas bronceadas y sus banderas sofocantes, el absurdo Daliniano resultaba diabólico, erigido contra el único realismo posible: el del poder, administrado por la muerte a paso de ganso, parca uniformada con festones de gloria púrpura.

También ha sido despreciado por los estéticos cánones socialistas, con la aplicación aséptica de una palabra rotunda: decadente. A lo que se agregaría la inutilidad expresiva y la huida cobarde de lo concreto contingente.

 

El dormitorio nupcial de Cadaqués

Salvador Dalí nació y murió en Figueres, villa del Ampurdán, Cataluña. Él mismo propuso y diseñó el museo, que es gigantesco catafalco, cámara mortuoria digna del faraón de la pintura moderna, aullido contra la muerte, a la que intentó conjurar con la suma infinita de trazos, colores, filigranas, brillos, detalles sobre detalles para embaucarla, extraviándola en el laberinto de su arte dislocado.

En el sitio se alzaba un teatro comunitario, destruido por la aviación italiana que servía a los franquistas conjurados. Lo eligió Dalí, reconstruyéndolo con sus también desorbitados medios económicos. Dijo:

—Mi vida ha sido teatral y bien merezco este recinto para perdurar.

Si no pudo vencerla —a ella, a la blanca desdentada que acecha en los senderos que se bifurcan—, sí fue capaz de retardar su tranco inexorable, aunque ésta se vengó, llevándose primero a Gala, es decir, propinándole una doble muerte.

De modo que Salvador Dalí abandonó su cripta encantada de Cadaqués, dejando allí dos cuadros inconclusos de su eterna Musa.

La alba morada es también un museo, aunque menor, con algo de rústico que parece contener los torbellinos del surrealismo. La casa de Cadaqués es un enorme vestido enjalbegado, hecho para Gala, como si Dalí hubiese ido probándole, al bello maniquí viviente, una a una, las habitaciones decoradas, para hacerla feliz.

Lo mejor del dormitorio nupcial de Cadaqués resulta ser el espejo oblicuo, instalado en el extremo norte, con orientación hacia el este, para que el rayo inaugural del amanecer diese en el rostro de Dalí, siendo éste el primero en recibirlo en toda la Península Ibérica. Privilegio de orate y monarca de las artes.

Sí, Cadaqués está ubicado en el punto más oriental de España, así es que la prevención y el cálculo se unieron para lograr un prodigio sencillo y nada surrealista, más cercano quizá al ingenio de Da Vinci.

Recordé a Neruda, cuando escribió, de Isla Negra:

—Alguien dejó colgado el mar en mi ventana.

Alucinante: Figueres, Cadaqués y Salvador Dalí, trío fantástico armado contra la muerte y el olvido.

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

Este miércoles 29 se lanza «Memorias transeúntes» (Editorial Etnika) en Galicia

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Dormitorio nupcial de Dalí en su Museo de Cadaqués.