“El Divino Anticristo”: La potencia de un ser al borde de la realidad

La obra protagonizada por Mateo Iribarren y dirigida por Natalia Grez rescata la figura del conocido vagabundo que habitó las calles del centro de Santiago vestido de mujer y con un carro de supermercado. El montaje fue parte del ciclo #TeatroPorLaDignidad y se exhibió hasta este último fin de semana (domingo 11 de enero) en la Sala Gabriela Medina de Sidarte.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 14.1.2020

La pieza en cuestión se presenta estos días en una breve temporada en el teatro Sidarte de barrio Bellavista, en el marco del ciclo “Teatro por la dignidad”, escrita y protagonizada por Mateo Iribarren, dirigida por Natalia Grez, y con la actuación de Violeta Molyneux en el papel de Lily.

El montaje surge de una reflexión en torno a la enigmática figura de este vagabundo ilustrado que hizo suyas las calles del barrio Bellavista y Lastarria, junto a su carro de supermercado en donde guardaba sus más preciosos e irreverentes tesoros. Un personaje que oscila quijotescamente entre la razón y la cordura, y que no tiene tapujos en autodefinirse intergenericamente, lo cual exhibe por medio de sus ropajes cuasi femeninos que se emparentan a los atuendos religiosos que utilizan monjes, sacerdotes y mujeres. Un personaje indeterminado, isabelino y estrambótico, consciente del caos que habita en el mundo, así como también, de la decadencia que impregna a la sociedad. Un personaje que por decisión propia y convicción ermitaña, se alejó de su familia, su trabajo e incluso de la realidad en la que se encontraba, para adentrarse en los intersticios de la marginalidad, para habitar en el margen de la ciudad estando en el núcleo de ella.

Porque la otredad no se encuentra solo en los campamentos periféricos, la pobreza no se haya solo debajo de los puentes y carreteras, el margen está indisolublemente presente en las calles de la ciudad, como un huésped permanente, durmiendo entre cartones bajo una estación de metro, habitando una carpa en algún bandejón, existiendo tras las fachadas uniformes de casas con subsidio básico, haciendo filas en los consultorios en la madrugada, en la mirada somnolienta de los trabajadores que toman locomoción antes incluso que el desayuno, en el patio de los colegios cuando los niños se forman al frío esperando la instrucción inicial. Ahí y en muchos otros lugares habita la marginalidad, esos otros que constituyen el margen incluso dentro de los círculos privilegiados, dividendos a treinta años, endeudamiento crediticio, postulación a becas del Estado, asignaciones familiares, sueldos mínimos por jornadas máximas, tiras de pastillas en bolsitas de papel blanco y pensiones de gracia. Ahí, en el margen que se forma entre la periferia y el epicentro de la ciudad, habitaron el mismísimo Divino Anticristo y la Bailarina del Bella, dos seres unidos por la miseria y la desolación.

En la pieza, caracterizada por su estética minimalista, solo hay lugar para los dos personajes y el carro de supermercado, porque están solos en el mundo, y pese a que la ciudad es su escenario, no es una casa que los acoge ni reconforta. No hay familia ni amigos para ellos, solo una soledad pegada en la piel, una ausencia que carcome las entrañas, y una necesidad infinita de auténtico contacto, no mediado por el abuso ni la violencia, un contacto que no los victimice ni los transforme en carne de cañón a cambio de dinero, comida o sexo, sino que un contacto que les permita generar una comunión afectuosa y sincera, la cual hallan justamente entre ambos, pues el Divino Anticristo y la Bailarina del Bella se cuidan, protegen y comunican, pese a que ella no entiende a cabalidad las palabras rebuscadas, arcaísmos y retórica que él utiliza; y pese a que él no comprende totalmente el lenguaje corporal con que ella desea expresarse y la sencillez de su alma inocente y herida por las vivencias.

El Divino Anticristo habla de conspiraciones políticas, extraterrestres, caos mundial, crisis social y decadencia social. Oscila entre el pesimismo trágico de Nietzsche, y una locura esquizoide que a ratos es apocalíptica y a ratos entre escéptica y resignada. Su visión está un paso más allá que la de Lily, y un paso más allá que la del resto de nosotros, la sociedad, que somos incapaces de ver el devenir de este mundo que se autofagocita hasta su propia aniquilación. En pleno “estallido social”, el montaje de El Divino Anticristo parece anunciarnos el fin de una era y la urgencia del cambio, de la renovación de todos los pactos elaborados por la sociedad. Junto con ello, devela a través de sus protagonistas, la carencia e injusticias que produce un sistema socioeconómico y cultural como el nuestro.

Un burgués gentilhombre, ilustrado, riguroso y libertario, contradictorio como Chile, Latinoamérica y el mundo, ese es el Divino Anticristo. Una joven milenial, alegre, erótica, rebelde e ingenua; hija de las calles, del abuso, los vicios y el abandono, esa es Lily, la compañera del viejo loco vestido con harapos de mujer y que usa palabras a veces ininteligibles para ella y los demás; compañera en el tránsito inexorable de la miseria y de la desolación.

Este montaje escrito y protagonizado por Iribarren, algo tiene de los personajes de Luis Barrales, hay algo de su Hans Pozo y Linda en Lily, incluso de las Niñas araña. A su vez, este diálogo y comunión que entablan Divino Anticristo y Lily, en algo recuerdan a los protagonistas de las obras del célebre Juan Radrigán, sobre todo a los de Hechos consumados. Quizá porque todos comparten la experiencia de la marginalidad, y ese deseo inefable por hallar el contacto, el afecto y la comunión en un otro semejante, en un otro que conozca y comprenda la experiencia existencial de habitar en el margen.

Cabe destacar, además, que algunos textos del propio Divino Anticristo fueron incorporados al texto dramático a partir de la investigación que el actor y director teatral Mateo Iribarren utilizó para conocer y dar forma a este icónico personaje, parte ya del patrimonio cultural santiaguino, y que el montaje cuenta con música en vivo a cargo de Pablo Menéndez.

Para terminar, recordar algunas de las preguntas que emergen desde la producción escénica que dio vida a esta pieza, y destacar la escena final, en que el Divino Anticristo lleva a Lily sobre su carro de supermercado, a recorrer las calles de Santiago, convertida en una mater, en una virgen coronada por luces navideñas, semidesnuda y con el brazo en alto, como el cuadro del francés Delacroix, La libertad guiando al pueblo, y que hace alusión a la Revolución Francesa, un contexto de crisis y de transformación.

¿De dónde viene el Divino Anticristo? ¿Cómo fue que se detonó esta catástrofe mental que lo tiene más cerca de la santidad que de la locura? ¿Cómo era el Divino cuando era humano? Después de una acuciosa investigación, Mateo Iribarren escribe y personifica a este entrañable personaje de las calles del centro Santiago. Lo acompaña Lily, un personaje también callejero que está basado en “La bailarina del Bella” asesinada terriblemente hace algún tiempo en la convulsionada ciudad.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Ficha artística:

Dirección: Natalia Grez.

Dramaturgia: Mateo Iribarren.

Producción: La Teta Izquierda.

Músico: Pablo Menéndez.

Técnico: Vicente Iribarren.

Elenco: Mateo Iribarren y Violeta Molyneux.

 

 

Crédito de la imagen destacada: Teatro Sidarte.