[Ensayo] Mi verdad: Carta abierta de Diego Ancalao a los pueblos de Chile

Sé que vienen tiempos difíciles, pero Ngenechen, nuestro “Gran Padre”, me ha permitido subir a la cima de la montaña, y he visto la tierra de justicia e igualdad a la que un día mi pueblo llegará. Así que hoy no le temo a ningún hombre, porque he visto la grandeza de mis antepasados y porque otra vez mi Mapu me levanta para vencer.

Por Diego Ancalao Gavilán

Publicado el 12.9.2021

“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas y mi honda es la de David”.
José Martí

 

Introducción: Procesando en silencio el duro momento

A lo largo y ancho de estos días difíciles, y hasta hoy que escribo esta carta, había decidido procesar en silencio y en una reflexión profunda, las circunstancias acaecidas con mi frustrada candidatura presidencial.

Esta decisión va mucho más allá el contexto actual, se trata de responder a quienes me han llamado para apoyarme, pese al escarnio público y la tentación de juzgar sin información clara, a ellos me dirijo primero, y se relaciona con el respeto que le debo a todas y todos quienes creyeron y se comprometieron con el proyecto de cambio que busco representar.

También se relaciona con la lealtad a mi querido pueblo mapuche, con la responsabilidad que asumo ante toda la ciudadanía que fue testigo de este episodio y, por cierto, con el amor que me vincula a mi propia familia, que ha padecido conmigo este momento.

Como seguramente le ha pasado a usted, yo también he vivido la experiencia dura de caer en una desgracia involuntaria. Cuando esto ocurre una gran mayoría se aleja y te desconoce, muchos te juzgan a priori solo influidos por una especie de sentencia mediática. Esta se parece mucho a un linchamiento en la plaza pública; otros categóricamente te meten en el “saco” de esa clase política que ya nadie quiere y que en buena medida son la causa de los males de nuestra democracia.

Sin embargo, estas circunstancias también revelan a los verdaderos amigos y amigas, a todos quienes siempre estuvieron conmigo con una incondicionalidad que me ha emocionado y me ha sostenido. A los primeros, los entiendo y a los segundos, les manifiesto todos mis mejores afectos.

Una de las cosas que han golpeado fuertemente mi mente y mi espíritu en este periodo, ha sido el hecho de sentirme parte de la historia de sufrimiento del Chile pobre y de mi pueblo. Todo esto ha fortalecido mi orgullo de ser mapuche y mi admiración inconmensurable por mis ancestros.

Porque me acompañan ellos, los que forjaron el carácter de mi territorio que jamás ha dejado de luchar por seguir existiendo. El intento de exterminio y asimilación que hemos sufrido a manos de los conquistadores primero, y luego del propio Estado de Chile.

Muy lejos de domesticar nuestra voluntad, nos ha consolidado en nuestra convicción de validar nuestro derecho a ser lo que somos y a habitar nuestra tierra según nuestras costumbres, cosmovisión y cultura.

Señalo esto, entendiendo lo que ocurrió en la etapa final del proceso de patrocinios, que debían posibilitar mi candidatura. Soy plenamente consciente que faltó mayor prolijidad, que radican de modo muy central en la confianza que deposité en las personas equivocadas. Esta confianza mal otorgada la asumo en toda su magnitud.

 

El precio de sostener un sueño

Aún con ese peso sobre mis hombros, percibo que también estoy pagando los costos de proponer a Chile un nuevo proyecto político y el riesgo de plantear el Kume Mongen o “Buen Vivir” como una nueva visión del desarrollo.

Hablo de riesgo, porque quienes se vieron amenazados por esas propuestas, buscaron todos los medios posibles para socavar mi candidatura y acallar mi voz, en cuanto se percataron que nuestra campaña podía encontrar eco en los corazones de una amplia ciudadanía indignada por los abusos y las desigualdades de un sistema individualista, centrado en la lógica competitiva del mercado.

Quienes se han privilegiado de ese sistema injusto y deshumanizante, buscan sostener esa posición a toda costa. Esa elite endogámica, acostumbrada a servirse de esas “reglas del juego” que ellos mismos diseñaron para controlar el poder, hoy ve como la gente común no solo ya no confía en ellos, sino que los desprecia de un modo radical.

Dado ese juicio que comparto y que he sustentado en su raíz, me propuse desarrollar, consciente de las dificultades, un proceso completamente independiente de esas elites, sin recursos y solo respaldado por la generosa voluntariedad de quienes creyeran en nosotros.

Para quienes venimos de la pobreza más aguda y que vivimos la discriminación por el solo hecho de ser indígenas, todo siempre es más difícil. Nuestras redes de apoyo son quienes viven nuestra misma experiencia de exclusión, salvo honrosas excepciones, es allí donde está nuestro depósito de esperanza.

Pero nosotros tomamos el camino largo y pedregoso, a sabiendas que despertaríamos las peores prácticas de la vieja política. Creo que mi voz se volvió un signo peligroso, una alerta crítica porque representaba a una muchedumbre de voces que por tantos decenios permanecían en la oscuridad del olvido.

Cuando los recursos disponibles, son aquellos que emanan del sacrificio de muchas personas convencidas de un mismo sueño compartido, lo que queda es el trabajo de voluntarios y voluntarias que se comprometen, desprovistos de cualquier interés personal.

Reconozco que no tuve los sistemas de control necesarios para ver a quienes ofrecieron su apoyo, escondiendo intereses espurios e intenciones cargadas de traición y engaño; no solo a mí, sino principalmente al proyecto que impulsamos.

Pero, haciéndome cargo de la resiliencia de mi pueblo, entiendo todo esto como un gran aprendizaje respecto a cómo continuar esta tarea. Ahora la veo con más claridad, y con un nuevo y más alto horizonte. Me niego a creer que un grupo minúsculo de gente mal intencionada, sea capaz de destruir el gran proyecto del buen vivir.

Y este sueño del Küme Mongen, no ha sido un mérito mío o de muchas otras personas afines, sino que proviene de las más antiguas culturas indígenas que entendían al ser humano como eminentemente digno, a la comunidad como la fuente de la convivencia armoniosa.

Porque lo central son los bienes compartidos como medios, para que a nadie le falte lo esencial, viendo a la naturaleza como la “madre tierra”, generosa, abundante y disponible para todas y todos de igual forma.

Me permito denunciar el intento de asesinar mi imagen sin derecho a defensa y olvidando la presunción de inocencia, lo mismo que a la Lista del Pueblo. En efecto, la Lista del Pueblo es una expresión de ese Chile que despertó y que busca su destino, con dificultades y falta de experiencia, pero con una legitimidad absoluta en su origen y en sus visiones, que no serán demolidas por los obstáculos propios o ajenos con los cuales se les pretenda despreciar.

Lo esencial es que ese Chile profundo, mestizo y olvidado, mantenga la fuerza que lo impulsó a movilizarse y que lo llevó a representarse a sí mismo, sin intermediarios ni representantes que olvidaron que recibieron el mandato de servir al bien común.

Nuestra lucha, validada por el ejercicio pleno de la soberanía popular, la hemos construido desde el sistema democrático, con un dialogo permanente, con la búsqueda de acuerdos y cuidando la paz social como un bien preciado.

Pero este “monstruo de mil cabezas” se niega a morir y se ha propuesto criminalizar todo aquello que lo amenace, condenándolo previamente, sin un debido proceso y utilizando los medios de propaganda con los que cuenta. Como decía Malcom X: “Los medios de comunicación pueden hacer que ames al opresor y odiar al oprimido”.

Y es, tristemente, lo que ocurre hoy.

Así, el presidente del Servel con su curiosa pero muy bien orquestada diligencia, se adelanta y me condena en una declaración pública. Y lo hace de una manera ilegal y arbitraria, sin cumplir con el acto moral básico de notificarme de la resolución, sin darme ningún espacio para saber de qué se trata, sin hacer uso de los cinco días legales para responder o resolver; a diferencia de lo ocurrido con los partidos políticos.

Porque así consigna esta injusticia, con toda crudeza y claridad chilena, el columnista Luis Casado: “No hay que escupir p’al cielo, dice el proverbio. Unos días más tarde los titulares de la prensa… dejan con el culo al aire a los desdeñosos arrogantes que se mofaron del weichafe: Partidos políticos y el Servel se enfrentan luego de inédito rechazo a más de 200 candidaturas… Ambos bloques coincidieron en acusar al Servicio Electoral de problemas técnicos y de un supuesto ‘cuoteo’ de su Consejo”.

Para estos tiempos de persecución y amenaza, es un imperativo ético dejar absolutamente claro que no soy un delincuente, jamás he cometido un delito, según afirma el mentiroso decir de los medios de comunicación amarillistas, de los que me defenderé de la persecución del Estado y de los poderosos.

 

La mala memoria con sus propios defectos

La democracia que hemos conocido, se ha hecho a la medida de sus creadores. Y no pretendo calumniar a nadie, sino exponer hechos conocidos por todos. El financiamiento fraudulento del sistema de partidos, en que se mezcla dinero y política y en general los actos de corrupción de buena parte de la institucionalidad democrática pública y privada, nunca han tenido sanciones proporcionales a las causas perseguidas. ¿Es esto casualidad o un acto deliberado para mantener el status quo?

Esa misma casta de poderosos, consecuente con el estilo de los viejos fariseos, hoy rasga vestiduras para denunciar actos que le parecen reprochables. Por cierto que esto no justifica ninguna falta de transparencia o actos contra la ética pública, pero pediría un poco de pudor a quienes sin escrúpulos y con una hipocresía evidente “ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.

A la hora de juzgar a los adversarios que no persiguen los cambios que Chile necesita, existe una inequidad subyacente y una especie de dictadura democrática.

Como es bien sabido, los diversos gobiernos, independientemente de sus domicilios doctrinarios, han demostrado su falta de voluntad política para proteger la vida y la propiedad de los mapuche e indígenas, versus la protección de los intereses de empresarios agrícolas, forestales e inmobiliarios. Esto es un solo ejemplo de un dato que todos habíamos asumido como natural.

Cuando se concluye que un gobierno no protege a los más débiles, la gran cuestión aquí es: ¿quién resguarda al más vulnerable? En el planteamiento de Giorgio Agamben, aquello se describe como un lugar que no cubre el derecho, peligroso intersticio en el que no existen garantías.

Esto es el estado de excepción en su más cruda realidad, aquí las palabras de la ley parece ser que no deben ser observadas, dejando a estos sujetos en la condición de desperdicio del sistema.

 

El apartheid chileno y el Buen Vivir, que me impulsa a elegir el camino democrático

Hablo en mi condición de persona que ve Chile desde un punto de vista intercultural, porque soy mapuche y al mismo tiempo soy del Chile pobre. Desde aquí le hablo a ese segmento de la sociedad racista y arribista, donde no importa lo mucho que escuchemos hablar de democracia.

Me parece, que la única diferencia entre la Sudáfrica pre Mandela y Chile, es que allí predicaban la separación y la practicaban; en cambio en Chile predican la integración y practican la segregación. Síntoma de una sociedad profundamente enferma.

Pero, debo decir que respeto más al que me ataca directamente y no al que se esconde detrás de sicarios contratados para no manchar sus manos. Como me ocurrió.

El 99% del poder legislativo está en manos de la partidocracia, que defiende intereses corporativos y privilegios políticos. Con menos del 3% de adhesión ciudadana deciden el futuro del 90% de los independientes, ¿es esto razonable?

Entonces, ¿cuáles son los medios para lograr la justicia cuando los gobiernos y las instituciones estatales no lo hacen?

¿Es más noble en una persona sufrir los golpes y dardos de las víctimas de la psicología del rebaño —como decía Nietzsche— o de los poderosos? Para mí la respuesta ha sido siempre el camino del entendimiento y la búsqueda del bien común que debemos procurar.

Justamente por esto inicié este duro camino político que enfrento, pues siempre estuve consciente de las consecuencias. Porque si te sientas a esperar a que las personas que están en el poder hagan lo que deberían, la espera será demasiado larga.

Sé que vienen tiempos difíciles, pero Ngenechen, nuestro “Gran Padre”, me ha permitido subir a la cima de la montaña, y he visto la tierra de justicia e igualdad a la que un día mi pueblo llegará.

Así que hoy no le temo a ningún hombre, porque he visto la grandeza de mis antepasados y porque otra vez mi Mapu, esta tierra me levanta, así como Gea (madre tierra) levantaba con más fuerza a su hijo Anteo para vencer, cada vez que caía.

 

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Diego Ancalao Gavilán es licenciado en educación de la Universidad de La Frontera de Temuco, analista político mapuche y presidente de la Fundación Instituto de Desarrollo del Liderazgo Indígena.

 

Diego Ancalao Gavilán

 

 

Imagen destacada: Diego Ancalao Gavilán.