Cine trascendental: «The Truman Show», de Peter Weir: La verdad más allá de lo aparente

El realizador australiano dirigió en 1998 esta película que es una mordaz crítica a los reality shows televisivos. Además, la obra trata de la paternidad, del valor de superar los miedos y es una reflexión en torno a la idea de que todos vivimos en una Maya-Matrix. Destacar la genial interpretación de Jim Carrey como Truman y la brillantez del siempre grande Ed Harris encarnando a Christof.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 13.9.2019

«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Jesús de Natzaret

 

Observar y mostrar

Sabemos que a las personas nos gusta observar, curiosear. Observar hasta el punto de que alguna gente parece estar más pendiente de lo que le ocurre a quienes no son de su entorno que a lo que sucede a sus allegados (la comodidad de la distancia versus la vulnerabilidad de la cercanía). De ahí la gran difusión de las revistas llamadas del corazón, los shows televisivos de personajes “famosillos”, los reality shows… Además, gracias a internet y especialmente con la llegada de las redes sociales se ha abierto la veda a saber casi todo de casi todos… Paralelamente las redes también han permitido que nos podamos mostrar con suma facilidad al Mundo, y el mostrarse es también otra tendencia muy humana que va de la mano del observar.

La película pone la atención en ese mostrar-observar a través del medio televisivo. Es una crítica a la manipulación que ejercen los programas reality shows sobre los espectadores, la manipulación de los sentimientos de la gente que los sigue (que a menudo lo hacen para no pensar-sentir su propia realidad), la adicción que les provoca su formato conocido-controlado y sus personajes que poco a poco se convierten en “familiares”… Y también es una denuncia del gran merchandising que generan estos programas, la publicidad abusiva y la venta de todo tipo de productos relacionados. Todo un espectáculo televisivo cuya humanidad esta meticulosamente estudiada para obtener los máximos beneficios económicos (“todo por la pasta”). Lamentablemente shows de este tipo llenan las programaciones de las televisiones mundiales, triste y patético.

 

Padre e hijo

Christof ha creado y dirige muy personalmente el exitoso show que siguen espectadores de todo el Mundo. Truman fue un bebé no deseado que adoptaron y por ello el director se siente padre de “su” protagonista. Christof cree conocerlo porque lo ha visto y moldeado desde su nacimiento hasta los treinta años que ahora tiene. El creador ha moldeado y manipulado a Truman; así por ejemplo le ha generado su miedo al agua para garantizar que no salga de Seahaven, el gran plató-isla en el que se desarrolla el show y en el cual él vive inconscientemente recluido.

Christof muestra su “amor” (que no lo es) por “su” criatura acariciando el gran plasma en el que aparece su rostro. “Amor” que es contacto a distancia, el director en su cabina de control situada en la luna del decorado (un guiño simbólico de Weir, la luna tan vinculada a los sentimientos y estados de ánimo humanos) y Truman siempre en su foco moviéndose por el inmenso plató creyéndose libre siendo su esclavo. Un hijo que no sabe de ese “padre” y un “padre” que jamás lo ha visto ni tocado piel a piel, un padre que no sabe amar.

Tras ese amor distante de Christof se puede entrever una crítica también a la lamentable tendencia actual al no tocarse ni conocerse en vivo. Los ordenadores y los móviles con sus programas y aplicaciones suelen aislarnos. Y la robótica parece buscar sustitutos a las personas más allá de los trabajos indeseados, la compañía o el sexo con un robot sustituyendo a las personas. Todo, entiendo, por el miedo al otro, al daño propio y ajeno que puede producirse, a la sensación de fracaso si no va bien las cosas… en definitiva: por miedo a amar. Tocar plasmas o robots en vez de tocar pieles, muy triste.

 

Ed Harris y Paul Giamatti en «The Truman Show» (1998)

 

Autenticidad y valor

En cambio por su forma de ser que es pura autenticidad, Truman sabe amar a los demás; lo sabe mucho más que su distante creador. El protagonista del reality es realmente feliz mientras que los actores que lo acompañan fingen serlo en un mundo diseñado feliz por el para nada auténtico Christof.

Truman empieza a darse cuenta de que vive engañado. Se da cuenta de la falsedad de mucha gente de su entorno -especialmente de “su mujer”- e inicia su liberación rompiendo la rutina de su vida, desafiando los-sus límites. La fuerza –el valor- para acometer él solo su liberación es precisamente el amor, el amor auténtico que siente por Sylvia una actriz secundaria que echaron bruscamente del show cuando empezó a explicarle la verdad tras las apariencias. Truman guarda un retrato de ella que ha elaborado con trozos de otras mujeres parecidas y una prenda suya con una placa muy significativa que dice “¿Cómo terminará todo?” o el deseo de ella –y de tantos- de que él se libere y se reencuentren.

Con la fuerza del amor por Sylvia es capaz de burlar todas las vigilancias superando su miedo al agua para alejarse de la costa conocida, en una embarcación a vela. Esta acción valerosa no prevista desata la ira de Christof quien ha perdido por primera vez el control-dominio sobre “su” hijo. El creador para nada es un buen padre, lo vemos generando una tormenta a sabiendas de que Truman puede morir. Nuestro ya héroe cae al agua pero logra salir a flote y grita desafiante: “¿Esto es todo lo que puedes hacerme? ¡Tendrás que matarme!”. Christof persiste “infartado” de cólera-rabia, una gran ola avanza y hace que Truman caiga golpeado conmoviendo por fin al “padre” que ceja en su absurdo obrar.

Y Truman se levanta prosiguiendo su rumbo. Lo vemos satisfecho por tanto logrado, la cara con las heridas de la superación al viento. Hasta que llega al final del plató, al decorado-horizonte que mira y toca perplejo, lo golpea y llora desesperadamente. Abandona la nave para caminar por el borde del decorado hasta llegar a unas escaleras que le conducen a una puerta de salida, la salida del mundo hacia el Mundo.

Weir en una larga escena que en mi opinión es el tuétano de la obra nos muestra el momento en que Truman empuja la puerta y cómo Christof habla con él desde su acostumbrada distancia. El creador le cuenta la verdad ocultada desde que nació adornada a su conveniencia para no sentir la gran responsabilidad que él tiene en su falsa vida de apariencias, le explica que hacen un: “programa que da esperanza y dicha e inspiración a millones de personas, tú eres la estrella”, él le responde: “nada de esto fue real” y Christof asegura: “tú eras real, por eso era tan bueno verte”. En ese momento Truman le da la espalda, entiendo que como forma de desaprobar la falsedad que él ha creado.

Christof sigue hablándole acerca del Mundo real y las ventajas del mundo Seahaven. Es significativo cuando en su arrogancia le dice: “Te conozco mejor que tú a ti mismo”, allí Truman se revela con un: “¡Nunca colocaste una cámara en mi cabeza!”. No obstante el pulso sigue, pretendiendo dominarlo, Christof remata: “Tienes miedo, por eso no puedes irte. No te preocupes, lo entiendo”, lo dice mientras acaricia su rostro en el plasma (el distante plasma). E intenta evitar su fuga hablándole sobre que lo ha observado durante toda su vida, Weir nos lo muestra sonriente recordando algunos momentos; todo para volver a coartar su libertad: “No puedes irte. Tú perteneces aquí, conmigo. Háblame”. Christof en su obrar-ser encarna el arquetipo del padre (o la madre) que por el hecho de dar vida al hijo se cree en el derecho de poseerlo; la antítesis del buen padre que siempre antepone a la hija o al hijo a sí mismo.

Afortunadamente Truman lo tiene claro, para nada quiere seguir con semejante dependencia, quiere vivir su vida. La ha arriesgado para llegar hasta allí, para conocer la verdad y decide seguir, traspasar el umbral al Mundo aunque de entrada sea un simbólico espacio negro (para él todo está por descubrir, por iluminar). Fiel a su forma de ser, antes de hacerlo se despide de la audiencia con su habitual saludo diario: “Si no llegara a verlos, buenos días, buenas tardes y buenas noches”. Ya es libre y Christof se siente derrotado. Sylvia corre feliz al estudio a su encuentro y la audiencia celebra su valor para a continuación buscar otro programa al que seguir enganchados…

 

«The Truman Show» (1998)

 

Matrix en común

Muchas personas a lo largo de la historia han hablado de que vivimos en Maya o en una Matrix. No sólo los mayas americanos y otras antiguas civilizaciones, también gente de renombre de tiempos más cercanos como Pedro Calderón de la Barca, Albert Einstein o Jorge Luis Borges expresaron su convencimiento de que esta vida es un sueño que se nos presenta tercamente como real.

Hoy en día gracias al desarrollo de la cinematografía y la programación informática es más fácil acercarse a entender el posible funcionamiento de este sueño en el que transitamos todos, esta vida no enteramente real que podríamos denominar “Matrix en común” en tanto nos afecta-incumbe a todos.

En este sentido, la saga The Matrix de las hermanas Wachowsky y la película de Steven Spielberg Ready Player One ayudan a comprender cómo podría funcionar esta “Matrix en común” en la que transitamos. Especialmente reveladora es Ready Player One al mostrarnos un futuro donde las personas han creado distintas matrix lúdicas de gran realismo con escenarios cambiantes en las que los jugadores adquieren múltiples roles y personalidades. Y la muerte en esas matrix es sólo algo temporal en función de las reglas del juego concertadas; se siente el dolor que produce pero en realidad no pasa nada, mueren sólo los personajes o avatares utilizados pero no las personas plenamente reales que pueden volver a “nacer” sin mayor problema en otro u otros avatares.

Así, podemos entender -es mi sentir- esta “Matrix común” en la que nos movemos como un gran juego u obra extraña, grotesca o como queramos calificarla en el que todos estamos implicados. De alguna manera todos lo sabemos pero no lo recordamos, no somos conscientes de la realidad simultánea fuera de esta “Matrix en común”; hemos aceptado participar como quien acepta interpretar una colosal obra tal y como ocurre a pequeña escala en The Truman Show. Estos símiles pueden sonar paranoicos, pero ¿acaso no es a menudo –y cada vez más- paranoica esta vida que llamamos realidad?

En The Truman Show un hombre de nombre tan evocador como Christof (Cristo) ha construido un mega decorado de apariencia real que es todo un mundo. Seahaven es una matrix en donde Truman (cuyo nombre tanto se parece a Trueman u hombre auténtico) ha nacido y se ha hecho adulto sin ser consciente del gran engaño en el que vive. Todos saben la Realidad con mayúsculas menos él, la Realidad que desconoce está fuera de esa matrix limitada y limitante. En Seahaven todos actúan excepto el inconsciente protagonista, él es un hombre auténtico, el único que se muestra al natural. Esa realidad queda reflejada en una simbólica puerta doble de la villa donde está inscrito el famoso lema: “Unus pro ómnibus, Omnes pro uno” («Uno para todos, todos para uno»).

Cuando le preguntan al creador Christof cómo ha tardado tanto en darse cuenta Truman del engaño, responde: “Aceptamos la realidad del Mundo que nos presentan. Es así de simple”. Genial respuesta que a mi entender es extrapolable desde un “pequeño” mundo como Seahaven a un gran Mundo casi infinito como el nuestro.

Mientras que en The Truman Show todos son conscientes de la matrix excepto Truman, en nuestro Mundo -en nuestra “Matrix en común”- parece que todos somos inconscientes, todas y todos somos Trumans. Y me pregunto entonces siguiendo con este planteamiento, ¿habrá pues una sola persona consciente del engaño global en que vivimos?, ¿fue esa persona, es y será precisamente Cristo?

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Laura Linney en «The Truman Show»

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Jim Carrey en The Truman Show (1998).