[Crítica retro] «Billy Lynn»: Lo que el cuerpo sabe

El penúltimo título en la filmografía del director taiwanés ganador del Oscar, Ang Lee, asume las características de un profundo drama bélico, que indaga en las consecuencias emocionales, sociales y biográficas que tuvo la Guerra de Irak (2003-2011), y sus secuelas, sobre la humanidad de un joven soldado estadounidense. Una cámara de estilo francés (por sus primeros planos frontales), y las actuaciones de Joe Alwyn y de Kristen Stewart, se complementan con un elaborado libreto, a fin de presentar una obra de múltiples aristas y sentidos artísticos y audiovisuales.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 20.2.2021

“Es completamente ilógico / Que salgamos así, la verdad / Y que creamos que hemos de volver”.
T. S. Eliot, en Inventos de la liebre de marzo

De lo mejor que hemos visto en el tiempo reciente. Billy Lynn (2016), de Ang Lee (1954), se sumerge en el inconsciente y en la sensibilidad de un joven “marine” norteamericano, que regresa a su hogareña Texas, a fin de ser homenajeado, junto a sus camaradas, por las heroicas acciones de guerra en las que participó.

Un sólo día de tiempo diegético “real”, que equivalen a veinticuatro horas donde el conscripto recuerda, analiza, y entrega las claves de sus decisiones pasadas y las circunstancias que explican los actuales momentos de tensión física y emocional, que padece a lo largo de la pieza.

Esa perspectiva se declara mediante secuencias y planos captados a través de “tomas” frontales y cercanas, que citan a la cinematografía francesa de los años 60 (Nouvelle Vague), y en técnicas que hacen comprender el abismo existencial y psicológico en que se haya el joven militar, después de padecer las heridas correspondientes a una situación límite, como lo es enfrentarse a fuerzas insurgentes, en un país extranjero y lejano.

Un filme que también muestra la soledad radical de un joven hombre de 20 años, que permanece casto, pero que ya ha presenciado la frialdad de una muerte violenta, en la totalidad de sus dimensiones.

Dos brillantes intérpretes de las nuevas generaciones, ayudan a expresar con emoción estética la situación argumental descrita: Joe Alwyn (Billy), y Kristen Stewart (su hermana Kathryn).

Ambos, en la encarnación de unos roles estelares abordados de una manera soberbia y con grandes cotas de desdoblamiento actoral, en cuanto a la multiplicidad de posturas anímicas adquiridas por las psicologías de sus personajes, se refiere.

Y entre medio se habla de amor erótico, traiciones románticas, de la fidelidad que se deben a una hermosa hermana abandonada por su novio, luego de un accidente de tránsito. Un lente que menciona encuentros de amor místico, en los cuales los ocasionales “perros románticos” se prometen lealtad a distancia y la futura consumación del fuego carnal que los consume, en un viento seco, y protegidos por las graderías de un coloso de cemento.

El guión es perfecto, y la cámara de Lee seduce por su disposición a moverse y a retratar lo que el ojo y la intuición exijan. Una vigilancia rutinaria en una precaria feria urbana del medio oriente, o la exaltación desquiciada, propia de un campo de batalla.

Después, el reflejo identitario de un padre postrado y enfermo, y de esa bellísima Kathryn (Stewart), tatuada por las cicatrices, el desencanto y el resentimiento. La manera de narrar: continuos flash back, que introducen tácticas diferentes a un relato que podría parecer tortuoso y por momentos “aburrido”.

No obstante, esa decisión de montaje le otorgan una coherencia, y un factor sorpresa importantes a Billy Lynn, especialmente en el instante de acoger las diversas instancias cotidianas de un muchacho de clase media profesional (con lo que eso significa en los Estados Unidos), y el cual acude a la conflagración iraquí debido a minucias erróneas y absurdas.

Mientras, acude un lazo etéreo y místico: Faison, se llama la heroína (personificada por la actriz  Makenzie Leigh). En un estadio de fútbol americano, y cuando las preguntas de un grupo de periodistas aumentan el hastío, y un sentimiento de trastorno adaptativo. Una mirada y el juramento: “Voy a rezar por ti”.

Besos, caricias, un acercamiento inolvidable. Billy, así, es un rol excepcional. Joven preparado intelectualmente, es un cero a la izquierda si diseccionamos sus comportamientos sociales y afectivos.

Ya sufre de alucinaciones, y la soledad ha dejado sus huellas, tanto internas, como físicas: la mirada profunda, la facilidad de discutir intelectualmente, la rebelión contra los sentidos, a cambio de conceptos abstractos e irrenunciables, como el honor y la libertad.

La cámara se detiene, gira, avanza, se tranca, se acerca, adopta una posición central, y fotografía a ese individuo desorientado, pero dueño de unas convicciones admirables. De esa forma, presenciamos una película de trama poderosa, profunda e inquietante: a esta pretensión de relativo sosiego (amenazado por el transcurrir de una memoria atormentada), se suceden un futuro próximo, el regreso a los campos de Marte, en el asesino e inhóspito desierto babilónico.

Y el cuerpo sabe de cosas que nosotros obviamos. Conoce de las pérdidas, de las frustraciones, de los remordimientos, del deseo sexual y de sus sensaciones y volúmenes hormonales, agobiantes, asfixiantes.

El tópico biológico subyace acá, de un modo perpetuo: en nociones como la castidad, y en el compañerismo y en la amistad suscitada entre pares de armas. Una cinta en el estilo del séptimo arte norteamericano, comparable a Salvar al soldado Ryan (1998), de Steven Spielberg, y a El francotirador (2014), de Clint Eastwood.

Una estética cinematográfica de la década de 2000, que se observa crítica de la política exterior norteamericana, no obstante ensalzar las virtudes de esos ciudadanos de la ruralidad profunda, convocados a luchar por gestas que muchas veces ni siquiera comprenden. Lejos de ser aquel el caso de Billy, sin embargo.

Esta es la guerra de un solitario sensible, que llora ante la sangre, y que empero se esfuerza por combatir y vencer (asesinar) a su contrincante hasta la última gota de crueldad. Lynn es un poeta inmerso en una conflagración de “carniceros”, y su cuchillo y su fusil escriben versos, entre las dunas golpeadas por el sol, y la sustancia de derrotas sentimentales (con nadie), y que por eso duelen todavía más.

Perder ante la sombra de nosotros mismos, por desequilibrios propios, por la incapacidad de resolver las dudas y preguntas que nos impiden vivir tranquilos.

Billy Lynn es una cinta fenomenal: si parece una película de tema bélico, rodada por Richard Linklater. Así de profunda y romántica se desenvuelve su trama, ahogada por las balaceras irracionales y los odios incomprensibles.

Ang Lee es un realizador sobre el cual confluyen una destreza audiovisual de un nivel superior, y la ayuda de libretos escritos por talentosos y dedicados guionistas (en esta ocasión, bajo la conducción de un texto matriz, basado en la novela homónima de Ben Fountain).

Y la ingenuidad de Billy, un artista eximio para acometer luchas sangrientas y terribles, pero quebrado y dolido, avergonzado, triste, con el propósito de lanzarse a empresas amorosas y filiales, en un título cinematográfico de alta prosapia y estirpe estética.

Peliculón, se les dice.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Billy Lynn (2016).