[Crónica] Un balón en la memoria

Bueno, hilaremos juntos los recuerdos previos al Mundial de 1962, como me has pedido, ese torneo extraordinario donde la Selección Chilena obtuvo el tercer puesto, en dramática definición contra el potente equipo de Yugoeslavia, con el gol de media cancha de Eladio Rojas, vítores que aún pareces escuchar entre sueños y duermevela.

Por Micaela Souto

Publicado el 28.7.2023

Recuerdas, sí, la primera vez que tu padre te llevó al Estadio Nacional, para ver un partido de Unión Española contra Colo Colo. Fue en 1948, tenías siete años. Resultó un empate a uno. Ese año, el campeón fue Audax Italiano, con una ventaja de cinco o seis puntos; la Unión fue vicecampeón y Colo Colo tercero.

Habría que preguntarle a tu hermano mayor, Antonio, Toño, por datos más exactos, pues él compraba todas las semanas la revista Estadio, de la que tuvo la colección completa. Les leía a sus cinco hermanos varones las crónicas y comentarios, sobre todo de Renato González, «Míster Huifa» y de Julio Martínez, «Jota Eme».

Toño encomiaba aquellos textos tan bien hilados, emocionantes, que podían sustituir a la perfección la falta de imágenes, que solo iban a conocerse, visualmente, en 1962, con los primeros televisores blanco y negro, los que permitieron entrar al campo de fútbol, donde se medían aquellos colosos mundiales: Brasil, Checoeslovaquia, Alemania, Italia, España y … Chile. ¿Recuerdas?

Entonces, imaginaste que ibas a convertirte en periodista deportivo, cuando aún no eran colegiados, pero manejaban el castellano mejor que la mayoría de los que hoy ostentan diplomas… Escribías los nombres de los jugadores y te sabías de memoria las conformaciones de todos los equipos de Primera División.

Recortabas con Toño sus figuras, y en grandes cartulinas, armaban alineaciones ideales y las hacían enfrentarse entre sí, aunque siempre ganaban las que dirigía Toño, sin duda el mejor en las pichangas del barrio, en la cancha de El Manzanal, calle Exequiel Fernández, frente a la casa de los Moure Rojas.

La última vez que fuiste al Nacional, con tu padre y los dos tíos gallegos, fue en el Sudamericano de 1951, cuando la Selección Chilena cayó ante la Argentina por un gol a cero. Fue una terrible decepción, más aún luego de constatar que los tres gallegos hinchaban por Argentina y se burlaban de la endémica torpeza de los chilenos.

Tuviste que esperar 65 años para ver un triunfo sudamericano sobre los albicelestes. Sí, el fútbol es como la poesía —que nos perdone Jorge Luis Borges, que lo detestaba— porque sus posibles fuegos siguen viviendo por años aferrados a las cenizas, aguardando la eclosión triunfadora de las llamas.

Pero los recuerdos más vivos del fútbol quizá sean los que tienes de La Cisterna, adonde arribaron ustedes en 1954, el año de la gran selección de fútbol húngara, con el eximio Puskás, que caería en la final contra Alemania, por dos a uno.

La casa quinta tenía una cancha de futbolito en la que ustedes desarrollaron partidos y campeonatos memorables, donde concurrían los amigos del barrio, como recuerda hoy Eugenio Llona en la memoria del Paradero 27.

El Estadio Nacional te quedaba entonces lejos; también el Santa Laura, pero te dabas maña para concurrir, sobre todo a la reunión doble de Independencia, cada sábado por la tarde. El certamen planetario de 1958, en Suecia, lo ganó Brasil, con una selección rutilante donde se estrenó un moreno de 17 años, que sería el rey de todos los tiempos, Pelé.

Así, escuchaste los partidos por la radio (la televisión se estrenaría para 1962), pero veías las jugadas y entreveros contados por los entusiastas locutores, como en una película en colores, cuyos lances solían recrear con su desbordada imaginación.

Todo parecía encaminarse al Mundial de 1962. Los Landa, la familia del talentoso Honorino y del hábil Félix, vivían en la Avenida Progreso, paradero 25 de Gran Avenida. El padre, de origen asturiano, poseía una granja avícola y era cliente de vuestra ferretería. Con el mayor, Javier, alguna vez jugaste en esas duras canchas de La Cisterna, aunque a ti se te han dado mejor las letras que el fútbol, ¿verdad, Mundiño?

Bueno, hilaremos juntos los recuerdos previos al Mundial de 1962, como me has pedido, ese torneo extraordinario donde la Selección Chilena obtuvo el tercer puesto, en dramática definición contra el potente equipo de Yugoeslavia, con el gol de media cancha de Eladio Rojas, vítores que aún pareces escuchar entre sueños y duermevela.

 

La omisión de Enrique «Cua Cuá» Hormazábal

A comienzos de 1957, la noticia de que Fernando Riera, el prestigioso jugador y flamante entrenador, titulado en Francia, en 1954, asumiría la conducción de la Roja, encendió las esperanzas de todo un pueblo futbolizado, aunque sus equipos lucieran mediocres resultados internacionales.

Pero la ilusión de acceder al podio, siendo locales, hizo creer a la hinchada en una inminente proeza del equipo, donde lucían muy buenos jugadores, un plantel de lujo, parecido a esa «generación dorada» que nos ha ido abandonando, poco a poco, bajo el peso irremontable del balón de Cronos.

Entre los convocados, advertiste la sombra de un ilustre ausente: Enrique Cua Cuá Hormazábal, uno de los jugadores más talentosos que ha tenido nuestro país, de notables condiciones, inteligencia y visión de juego, además de una técnica sobresaliente.

¿Qué ocurrió para que fuese desechado? Fernando Riera lo desestimó por sus continuas indisciplinas y rebeldía. Cua Cuá se sentía un crack indiscutible —lo era, sin duda—, pero su comportamiento fuera de la cancha era reprochable y disoluto.

Llegaba tarde o no concurría a los entrenamientos. Sostenía que estaban demás para él, que no necesitaba de tanta gimnasia; que él era un jugador de fútbol. Entró en conflicto con ese entrenador riguroso, profesional y metódico, que se llamó Fernando Riera, quien también tuvo que frenar las indisciplinas de esa gran promesa que fuera Honorino Landa, por razones distintas a Cua Cuá.

Sí, tú me lo contaste, Mundiño. Fue en 1958, al parecer. Colo Colo jugaba en el Nacional contra Santiago Wanderers. Cua Cuá Hormazábal se veía errático, sin «chispeza» ni ánimo. De pronto, abandonó la cancha, hacia el sector de las tribunas, y vomitó copiosamente sobre la pista de atletismo. Una exclamación de asombro recorrió el Estadio, se oyeron algunas pifias, mientras el mediocampista se dirigía, bamboleante, hacia los camarines. En el argot futbolero, Hormazábal «se había mandado una buitreada completa»:

Hormazábal marcó 85 goles en 178 partidos disputados entre 1956 y 1965 en el «Cacique», club al que llegó tras ser una gran promesa en Santiago Morning, elenco en el que dio sus primeros pasos en 1948.

En la Selección Chilena jugó 31 partidos y anotó 13 goles, siendo parte de los fracasos en los procesos clasificatorios para Suiza 1954 y Suecia 1958, que terminaron con La Roja sin ir a esos Mundiales.

No obstante, su gran rendimiento en la selección y en los «albos» lo situaron en el radar de Fernando Riera, quien en su llegada lo consideró para sus trabajos con miras a la cita planetaria de 1962.

Recuerdas bien, ¿verdad?, que Fernando Riera le dio oportunidades, considerándolo como una de las mejores figuras del fútbol chileno, pero Cua Cuá no pudo doblegar su propio temperamento ni aceptó la disciplina impuesta, por lo que hubo de abandonar el equipo o, más bien, ser marginado por el entrenador, quedándose sin participar en la Copa del Mundo 1962, a despecho de numerosos hinchas que lo consideraban irremplazable en su puesto de armador de juego.

Enrique Cua Cuá Hormazábal manifestó, poco después del término del certamen, en la Revista Estadio: «De haberme dado cuenta antes podría haber llegado al Mundial. Pero me empeciné en algunas tonterías. Creo que hubo terquedad de las dos partes, sólo que el que tenía que agachar el moño era yo. Si me hubieran apretado un poco, si me hubieran dado una oportunidad».

Era algo más que «agachar el moño», pero él no lo entendió así. Según me contaste, Cua Cuá terminó su carrera en los «albos» y siempre estuvo ligado al fútbol como una pasión de vida lúdica. Falleció el 18 de abril de 1999, a los 68 años.

Aún recuerdas sus pases magistrales y sus goles de media cancha.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Chile en la Copa América 1955: Enrique Hormazábal, René Meléndez, Jorge Robledo, Manuel Muñoz y Guillermo Díaz.