[Ensayo] «Algo habrán hecho»: La literatura política (y necesaria) de Rodrigo Barra Villalón

En su debut en el arte de relatar historias, el autor y editor chileno (todo un «bon vivant» de las letras nacionales) nos ha dejado en claro que para lograr una sociedad más justa y tener un mejor futuro como país, primero debemos hacernos cargo de nuestro atormentado pasado, con sus mitos y personajes siniestros, incluidos.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 5.12.2020

Libro de muchas voces, relatos enlazados por personajes que asoman en otros relatos, una y otra vez, cuyas relaciones van conformando una red, no hablemos sólo de novela, lo importante es que las diferentes voces se hacen cargo del pasado, en un ejercicio de memoria encomiable.

El propio Jaime Guzmán declaró alguna vez que la pena de muerte era una «instancia de rehabilitación». Su figura era controvertida, sus pensamientos arbitrarios, un ser que ejerció el poder en las sombras.

El artífice de una Constitución que nos rige hasta la segunda década del siglo XXI, y la cual hizo compatibilizar al «gremialismo católico» (independencia de gremios y universidades) con «neoliberalismo» (doctrina de Milton Friedman), buscando instaurar una «democracia protegida» bajo conceptos que consideraba de justo derecho como la propiedad privada y el principio de subsidiariedad.

Guzmán era un seguidor de Maquiavelo (aunque católico de Misa). El fin justifica los medios, las atrocidades de la dictadura eran necesarias para apartarnos del comunismo ateo. Otro seguidor (al interior de la iglesia) Raúl Hasbún revestía la masacre como un acto de salvación y su particular teología (de la masacre) como «no teman a los que matan el cuerpo, el enemigo mata almas». Ambos justificaban las violaciones a los derechos humanos.

Rodrigo Barra Villalón (1965) en un logradísimo relato («La pena de Jaime») resucita a Hamlet para oponer otro punto de vista del Derecho: «El que encubre o impulsa a otros a matar, es un criminal». El personaje de Shakespeare nos abre los ojos desde la esquina del arte. Hamlet mata a un rey usurpador en venganza y en nombre de la Justicia.

El propio Jaime Guzmán sabía que, al haber asesinado, algún día correría la misma suerte. Era despiadado, pero inteligente. El mismo invocaba la pena de muerte, esa instancia de rehabilitación, quizás contraria a sus principios católicos.

Los diez primeros relatos, bajo el rótulo de «Una historia violenta (¿Cronenberg y sus historias truculentas plagadas de vísceras expuestas?), consiguen ponernos en el lugar de los sobrevivientes del Golpe de Estado, tanto víctimas como victimarios, pero prefiriendo buscar el horror de esos años en las voces de cómplices civiles de la dictadura, sus ideólogos, así como los conscriptos mandados a cumplir órdenes despiadadas («les robaron sus vidas») o los propios torturadores provenientes de las facultades de Medicina.

Oponiendo el miedo que sintieron los torturados en el cuartel La Firma o en las llamadas clínicas (Londres, Almirante Barroso, Cuatro Álamos), un mochilero extraviado enviado a Colonia Dignidad, el enclave donde se ocultaron algunos esbirros del régimen.

Los cómplices pasivos reunidos en el encuentro de los «77 de Chacarillas», otra vez Guzmán orquestando, el autor denuncia a esta figura nefasta, primero lo ridiculiza, pero en otro relato da cuenta de su responsabilidad y justifica su muerte. Son relatos valientes, no es fácil ponerse en los zapatos de los genocidas.

Barra Villalón utiliza una estrategia arriesgada, a saber: introducir información histórica dentro de diálogos extensos que, a veces resultan maquinales, y el lector debe abandonar el mundo de la ficción y estrellarse en lo concreto de los hechos.

Esos diálogos, a veces parecen monólogos alternos, como es el caso de la madre de Joaquín Kilian. Él es un miembro del Partido Comunista que se encarga de imprimir volantes para ser distribuidos en las protestas (eficaz arma contra la censura de medios), en cambio, la madre responde al calificativo de «momia» y detalla, en ejercicio muy didáctico, el pensamiento de los enemigos del régimen.

Ella es una civil que vivía en una burbuja: «Nadie ha encontrado ningún cuerpo», dice. Cuando Joaquín le cuenta lo sucedido luego de la gran protesta del 86, referido al caso quemados, donde rociaron con bencina y quemaron vivos a Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana, la madre sin ningún pudor (justificando la atrocidad) le responde: «Algo habrán hecho».

Esos relatos están bien descritos, responden a un híbrido entre ficciones asumidas por esbirros que realmente existieron, intercalados con informes de investigación periodística.

Jaime Guzmán atraviesa el libro completo y se detallan episodios de proselitismo, incluso su psique es escarbada por el autor, hasta intuir las causas que concurrieron en su asesinato. Es un puzzle intrincado, con puertas de entrada y salida, para darle una cohesión de unidad al pasado de nuestra nación.

A pesar de la dicotomía entre la madre cómplice y el hijo luchador social (Kilian), donde este último asume una especie de voz de la razón, de todas maneras, es un capítulo logrado y emotivo que calienta la sangre de quien lo está leyendo.

¿Qué es salvar a un hombre? Joaquín se responde a sí mismo: «No es mutilarlo, desaparecerlo o quemarlo».

El libro de Rodrigo Barra no es una protesta sin sustento. El estallido social corresponde al clamor de los ciudadanos por ponerle fin a los abusos del modelo neoliberal instaurado por la dictadura de Pinochet. Ese capitalismo rampante ya es parte del ADN de los habitantes y sin darse cuenta, protestan por un mejor futuro económico para ellos mismos.

Hay algo de egoísmo en pedir que el Estado solucione todos los problemas como si fuéramos un país de nivel europeo. El movimiento social no parece hacerse cargo de desentrañar el pasado. Les interesa el futuro, siendo que todos saben que un país sin memoria es un país sin alma.

Barra Villalón se adentra en esa alma del pasado, mediante una introspección en los excesos y miedos de victimarios y víctimas. Conocemos de los trabajos «bien hechos» del Doctor Tormento y del jefe del comando conjunto Roberto Fuentes Morrison. La sangre fría de Álvaro Corbalán y el Guatón Romo.

Incluso dentro de los «sapos» infiltrados podía surgir algo de humanidad («objetivo no hallado») mientras cientos de civiles delataban a familiares y amigos.

En su exhaustivo repaso de la historia el autor nos trae al presente el «Plan Cóndor» para intercambiar datos de acciones subversivas que ocurrían en las distintas dictaduras de Sudamérica. Se mezclan mitos de pescadores con un recorrido por los conflictos con países vecinos.

En la sección «Intermezzo», el autor nos deslumbra con un relato de intercambio de personalidades, una fuerte jaqueca y saltos temporales. «6 y 6 a.m.» se titula y mezcla eventos científicos («la partícula de Dios») con distintas realidades dimensionales producidas por los hoyos negros. Es un thriller: hay sexo, prostitución y asesinato.

El cuento siguiente («Proyecto Phoenix»), es un salto mayor en el tiempo, una excusa para mantener en animación suspendida a un sujeto de prueba (Chile colaboraba con la CIA por esos años) y despertarlo cien años en el futuro para imaginar un país libre de las garras del capitalismo.

El derecho de propiedad ha sido limitado con el fin del derecho a herencia. No más oligarcas al frente de la nación. Existirá una planificación centralizada del Estado, donde este último ha sido separado del Gobierno.

En el Estado trabajan los rectores de la sociedad, los más capaces y honrados, y las decisiones de corto plazo recaen en el Gobierno constituido por la clase política. La planificación del Estado es necesaria para balancear las exigencias sociales. Cuando muere una persona, sus propiedades pasan al Estado, que vela por la igualdad de deberes y derechos dentro de la población.

Todo lo anterior es un ejercicio fantástico, el autor nos ha dejado claro que para lograr una sociedad más justa y tener un futuro como país, primero debemos hacernos cargo de nuestro pasado.

El intermedio que propone el autor se refiere a pensar acerca del futuro que queremos abrazar, muy en concordancia con los tiempos actuales, donde los ciudadanos votamos a través de un Plebiscito para redactar una nueva Constitución para los próximos 50 años.

La segunda parte del libro («El silencio culpable»), a continuación del intermezzo, tiene que ver con la vida de los hijos de la dictadura. Con los que fueron actores pasivos de los acontecimientos, aquellos que vivieron sumidos en el conformismo.

El narrador (personaje) hace un llamado: «Tener una opinión no es un derecho, es un deber», que entronca con el derecho de votar en las elecciones, para que se desencadenen los cambios.

Hay que votar para no tener un país con daños colaterales (abusos contra los derechos humanos); debemos ejercer el derecho legítimo a protestar contra el gobierno (un ingenioso pasaje de un cantor popular y de una madre que «baila sola» ante las autoridades castrenses).

En el epílogo, el autor nos emociona con la historia de sus hijos. Rodrigo Barra Villalón no quiere vivir en un país segregado donde los ricos y los pobres se educan por separado. Hace un llamado a que la educación abrace las diferencias entre los seres humanos y corrija sus parámetros de evaluación.

«Las élites tienen miedo a que se repita la Unidad Popular», esa pesadilla de tomas y expropiaciones. Como tienen miedo, se aíslan y construyen muros en sus casas de La Dehesa y alrededores, como El Arrayán y la Comunidad Ecológica de Peñalolén.

«No votar es un error», sostiene el autor. Mientras la dictadura hablaba de una «mayoría silenciosa», luego del Plebiscito del 88, ellos se transformaron en una «minoría bulliciosa». Ejercer el voto es la única vía para contrarrestar a esa minoría.

El libro es un llamado a hacerse cargo de nuestra historia y a participar en la redacción de una nueva Ley Fundamental para la República con el objeto de vencer el conformismo y construir el país que anhelamos.

 

*Si usted desea adquirir un ejemplar impreso de Algo habrán hecho, de Rodrigo Barra Villalón (Editorial Zuramerica, 2019), por favor, siga este enlace.

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013)El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014), El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015), además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Su último libro puesto en circulación es la novela Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020).

Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Algo habrán hecho», de Rodrigo Barra Villalón (Zuramerica Ediciones, 2019)

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Rodrigo Barra Villalón (1965).