[Ensayo] «Joyland»: La familia y la tradición como cárcel

El filme del realizador paquistaní Sam Sadiq —el cual se estrenó durante el primer semestre de la temporada en la cartelera española—, obtuvo el prestigioso Premio del Jurado en la categoría «Un Certain Regard» del Festival de Cannes 2022.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 31.10.2023

Donde la mente se halla sin temor y la cabeza se yergue alta
donde el conocimiento es libre
donde el mundo no se ha roto en pedazos
por estrechas paredes domésticas
donde las palabras vienen del fondo de la verdad…
… en ese cielo de libertad. Nada más. Nada más.
Rabindranath Tagore

Con esta ópera prima, el guionista y director paquistaní puso al desconocido cine de su país en el foco mundial. Joyland (2022) se presentó en el 75° Festival de Cannes obteniendo el premio del Jurado de la sección Un Certain Reguard y fue galardonada como Mejor película extranjera en el 38° Independent Spirit Awards.

En ella, Sadiq nos ofrece un excelente retrato de las nefastas consecuencias sobre la población del severo sistema patriarcal de radicalidad religiosa que rige en Pakistán. Con sensibilidad exquisita y muy buen oficio, nos pone en la piel de unos personajes atrapados por las «estrechas paredes domésticas» (en la poética del insigne Tagore) y también sociales que conforman su asfixiante realidad.

Según expresó el realizador en la entrevista concedida al medio Euronews su interés principal fue honrar al colectivo trans que en su país malvive en los márgenes por el estigma negativo que sufren debido a su condición sexual.

Un interés que surge tras trabajar como voluntario para una ONG que ayuda a la comunidad trans de su ciudad, la muy conservadora Lahore y que es precisamente donde se ambienta el filme; en sus palabras: «Me sentaba y conversaba con ellos, documentaba sus experiencias. Tomé todo lo que pude de su verdad emocional».

Y según confiesa todo ese trabajo de campo le ayudó y mucho personalmente: «Ha sido un proceso catártico. En lugar de estar inmerso en mi trauma, Joyland me ayudó a ampliar mis perspectivas. Me ha salvado la vida».

Pero pese a la evidente crítica al maltrato a la comunidad trans y otros colectivos como el homosexual y las mujeres en general que sufren discriminaciones en Pakistán, la película la siente él como amor patrio: «una desgarrada carta de amor a mi tierra», en sus palabras.

Se nota ese pálpito en cada escenario, en cada plano, en cada enfoque y en cada situación de la historia dramática retratada. En efecto, Sadiq conmueve en lo hondo por su capacidad de hacernos vivenciar el sentir humano de sus personajes y el modo de ser de una sociedad que busca nuevos horizontes más allá de los limitadores dictados tradicionales.

Y es que pese al protagonismo de Biba (Alina Khan) como artista trans que con coraje se abre camino al estrellato sorteando todo tipo de dificultades, el drama se focaliza también —e incluso con mayor riqueza de matices— en el sensible Haider (Ali Junejo) y su familia quienes sufren en propia piel la asfixia del entorno familiar y social al que pertenecen, una cárcel mental fundamentalista a la que alimentan en mayor o menor medida con sus inseguridades y miedos.

Llegado a este punto y antes de proseguir creo necesario destacar la gran calidad actoral del reparto que encabezan los citados Alina Khan y Ali Junejo, todos los intérpretes rezuman autenticidad en sus personajes, personajes que vale decir bien pudieran ser reales.

 

Fantasmas por la asfixia

La película arranca con una bella escena —una de muchas— en la que vemos a Haider cubierto con una sábana blanca cual fantasma jugando con sus dos sobrinitas en la vivienda familiar que comparte con su mujer Mumtaz (ellos no tienen hijos), el matrimonio formado por su hermano Saleem y su mujer Nucchi (los padres de las niñas) y Abba el patriarca del clan Rana quien pese a su invalidez gobierna con mano firme la vida de todos ellos.

Así como Saleem encarna el modelo de hombre fuerte y duro que se exige, Haider está en las antípodas del arquetipo patriarcal: él es un joven muy sensible y como tal se muestra incapaz de emular a su hermano.

Lo vemos intentando degollar a un cabrito —la única escena que cuesta calificar como bella— alentado por el patriarca, no puede hacerlo y finalmente es su esposa Mumtaz quien acaba sacrificando al animal. Un acto que impacta y que muestra lo que en esa familia —y en esa comunidad a la que pertenecen— se considera honorable, por eso allí están con total «normalidad» las sobrinitas observando sin pestañear semejante baño de sangre.

Y es que hay que celebrar que tras dos niñas «por fin» ha nacido el ansiado y distinguido varón —el primer nieto del patriarca— y como marca la tradición hay que obsequiar a familiares y amigos con las mejores carnes.

En su entender de sombrío arraigo religioso, Dios «bendice» esos sacrificios carnívoros pero «condena» el mostrar —ni que sea mínimamente— la carne viva humana, especialmente condena el mostrarla en las marginadas mujeres.

Resulta, en este sentido, muy simbólica la decisión de cubrir con una sábana una monumental imagen de una bailarina (Biba, la más que amiga trans de Haider) que el patriarca descubre en el terrado de la vivienda familiar.

Biba bailarina como fantasma del mismo modo que el Haider que juega con las niñas: una mujer que se deja llevar en desenfreno «desnudo» y un hombre que se muestra en «inocencia» son fantasmas en semejante microcosmos de intolerancias y de asfixias.

Un microcosmos cárcel en el que priva más «el qué dirán» castrante al que dice y expresa cada cual en su diferencia de ser y entender.

 

Terrados, el aire libre

Y simbólicas son las distintas escenas que suceden en los terrados de Lahore donde algunos de los personajes dialogan «al aire libre» o la imagen de la libertad a «cielo abierto» que anhelan los pocos asfixiados que son conscientes de la cárcel ideológica comunitaria en la que día a día pierden su identidad:

Lo es la nocturna en la que vemos a Haider y Mumtaz hablando en sinceridad de su sentir tras «esconder» la gran imagen de Biba danzante que será «fantasma» al amanecer. En esa conversación a la luz de la luna Muntaz se muestra muy empática con su esposo, le apoya y le anima como bailarín del espectáculo nocturno de la artista trans pese a que ella se siente muy sola; probablemente no lo haría si supiera la verdad de sus prolongadas ausencias.

Porque Haider poco a poco va sintiéndose atraído por Biba. Los vemos juntos ensayando con el resto de bailarines, lo hacen en un liberador terrado pero a plena luz del día. En esos bailes —y en ese deseo— pretende él desprenderse de complejos y ataduras heredadas.

Y también a plena luz solar hablan Muntag y su cuñada en el alto al aire libre de la vivienda familiar. Nucchi le explica como aceptó dejar de trabajar como interiorista para dedicarse a las labores del hogar; y en la sumisión característica de las mujeres de su comunidad da por bueno el argumento de su marido quien opina que: «para qué decorar las casas de otros si tienen la suya», ella lo acepta con un patético «tiene sentido».

Ella lo acepta —o quiere convencerse de que lo acepta— pero no Muntag quien condicionó su compromiso matrimonial al derecho a poder trabajar como esteticista. Una promesa aceptada que sin embargo Haider pronto incumple en su falta de valor para enfrentarse al patriarca.

Y es que el jefe del clan no sólo la induce a dejar su trabajo fuera del hogar sino que desdeña el que Muntag use el dinero ganado con su esfuerzo para el beneficio de todos. Porque la esposa de Haider quería comprar un simbólico aparato de aire acondicionado para hacer más soportable los rigores ambientales (en todos los sentidos de la palabra ambiente).

 

Fracasos y responsabilidades

Pero la buena voluntad y el empuje de Muntag nada pueden hacer sin los necesarios apoyos internos. Y tanto su cuñada como su esposo —los únicos que pueden entenderla— no están por la labor de enfrentar la realidad, una en su aceptación sumisa y el otro en su falta de coraje.

Muntag, por eso, siente crecer en ella el deseo de huir y más cuando se sabe embarazada. Lo hace finalmente una de esas noches en soledad pero vuelve de inmediato —se entiende que consciente de las dificultades para afrontar la situación en una sociedad que estigmatiza— y al volver se encuentra con un Haider que ha sido rechazado por Biba quien está harta de sentirse forzada a ser siempre la dominante en la relación.

Un reencuentro matrimonial tras los fracasos individuales que se convierte en oportunidad perdida puesto que Haider sigue mostrándose débil buscando ser protegido en su total incapacidad de ver la enorme desesperación de su mujer.

Y en el simbólico día de la celebración del cumpleaños del patriarca, una Muntag fuera de sí decide tomarse un veneno para acabar con su vida y la del bebé que lleva en sus entrañas. Se nos muestra como Haider está con ella en el baño y sin embargo no se da cuenta de que tiene el mortífero botellín en la mano, no se da cuenta en su obsesivo hablar del padre.

Tras el entierro, el aquelarre familiar. El patriarca y Saleem responsabilizan a Muntag del drama vivenciado, para el anciano: «le han llevado el nieto antes de verlo». Y los dos hermanos se encaran en su parecer antagónico sobre Muntag. Pero es la cuñada la única que pone el dedo en la yaga al afirmar que: «la hemos matado todos».

En la última escena vemos a Haider adentrándose desnudo en el mar. Biba le habló del mar y él confesó que nunca lo había visto. La conversación cambió de alcoba y su mujer le explicó de su única experiencia marina siendo adolescente, ella se bañó, sí, pero sólo le permitieron mojarse los pies.

Muntag ilusionada le propuso esa noche ir juntos a la playa un día y él agobiado —por su mentira y su asunción fantasmal— salió de casa para regresar con Biba.

Ese adentrarse marino como final abierto a una ficción dramática que muestra las consecuencias de vivir en un entorno de radicalidad patriarcal y religiosa que es asfixia al estigmatizar todo aquello que se sale de las estrechas paredes del dogma.

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Joyland (2022).