Relato «Mi tío Simón»: La poesía emocional de la música

Los recuerdos afectivos de nuestro colaborador argentino se funden en el vínculo entrañable con el hermano de la madre perdida, a través de las letras del famoso tango «Sur» (con melodía de Aníbal Troilo y letra de Homero Manzi), y en la memoria del escritor, cantado por la voz inigualable de Edmundo Rivero, en el compás del Buenos Aires ido y extraviado de la década de 1950.

Por Alberto Ernesto Feldman

Publicado el 15.12.2018

Desde hace muchísimo tiempo, casi una eternidad, fui dejando de un día para el otro el momento de agradecer a un tío, lo mucho que significó para mí en determinadas circunstancias. Desgraciadamente, murió sin que volviera a retomar contacto con él a lo largo de más de cincuenta años.

Hace un tiempo, gracias a Juan Martínez, excelente guitarrista y amigo, quien con el regalo de su último CD me sumergió con su particular  estilo en los tangos y milongas de varios autores y me retrotrajo hasta los principios del año 1950, pude revivir, al mismo tiempo con melancolía y placer, el recuerdo de una niñez desafortunada y la figura de un tío músico, que quiso con un violín rescatar a su sobrino de la tristeza.

Hoy lo traigo al presente, a un presente muy cercano a mis ochenta años, luchando con las nieblas de la memoria  y con el peso de saber que mis palabras, aunque al fin puedan ser pronunciadas o escritas, ya no lo alcanzarán.

En 1950, un año conocido como el Año del Libertador general San Martín, habían pasado muchas cosas en el mundo, pero yo tenía nueve años y había perdido a mi madre, así que mi pequeño mundo se había resquebrajado.

En aquel entonces, era muy difundido (por la Radio se escuchaba varias veces por día) un éxito popular creado poco antes y que entró muy rápido y muy hondo en el corazón de la gente; el tango “Sur”, de Manzi y Troilo, en la versión de Anibal Troilo, y con la voz de Edmundo Rivero, todavía hoy una obra antológica.

Yo registraba con gran angustia la frase  “ya nunca me verás como me vieras…”, sentía que el mensaje me pertenecía. Extrañaba a mi mamá.

Aún hoy, con su extraordinaria poesía y su música emocional, vuelvo a oler, cada vez que lo escucho,  el penetrante “perfume de yuyos y de alfalfa”, el olor de mi niñez huérfana en un barrio de los suburbios… y vuelvo a extrañar…

 

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Mi tío, Simón Lifchitz, violinista de la orquesta que acompañaba a la cantante Mercedes Simone, una de las pocas y excelentes voces femeninas del tango, se empeñó, oyéndome tararear “Sur”, en que debía aprender a tocar el violín para levantar el ánimo y salir de mi tristeza. Ni lerdo ni perezoso, vino a buscarme una tarde, sin aviso previo, para llevarme en su viejo Chrysler de 1929, una antigüedad ya en aquel entonces, a “Celestino Fernández”, una clásica casa de Música de la época, situada en Bartolomé Mitre, a pocos metros de Carlos Pellegrini, pleno centro de Buenos Aires, convertida hoy en una playa de estacionamiento que deja ver en su fachada restos de su pasado esplendor comercial, donde eligió y me compró un violín. De allí mismo fuimos  al barrio de Belgrano, donde me anotó en el conservatorio De Caro, ubicado entonces en un antiguo primer piso en la avenida Cabildo,  frente al cine General Paz, (hoy, “Cinema City”).

Simón tenía una gran admiración por los hermanos De Caro, cuyos temas tocaba en casa en reuniones familiares, y así conocí joyas como “Boedo”, “Copacabana” y “El monito”, de Julio, y “Loca Bohemia”, “Sueño azul” y “Flores negras” de Francisco.

El conservatorio lo dirigía un tercer hermano, Alberto De Caro, también violinista, una persona con mucha paciencia con los pequeños alumnos, pero yo no daba pie con bola; desaprovechaba las clases, mis intereses eran difusos y no sabía bien lo que quería. Me aburría soberanamente con el solfeo y en cuanto la partitura se llenaba de notas, no la podía seguir, me había equivocado al pensar que era muy fácil  y que no era necesario esforzarse demasiado. Todavía no habían llegado los métodos actuales ni la tecnología accesoria, que convierten en un placer tanto la enseñanza como el aprendizaje. Aquello se transformó en una tortura; faltaban todavía unos años para que descubriera las maravillas de la Música, de toda la Música, a la que fui entrando poco a poco como un atento oyente.

Empecé a llegar tarde a las clases, demorándome un poquito más cada día en las diez cuadras del camino, y a los tres meses abandoné el Conservatorio.

 

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No había tenido constancia para aprender a tocar el violín, pero en cambio, Alberto De Caro, retándome por mi impuntualidad, me había enseñado la hora, cosa que no había podido aprender hasta entonces en mi casa, así que dejé el violín y con gran insistencia de mi parte, conseguí tener mi primer reloj, lo que visto desde la óptica de mis nueve años, me consoló de la primera derrota musical.

Mi tío me dijo que tal vez nos habíamos apurado mucho, que a lo mejor no estaba maduro todavía, y que no me afligiera, que guardara el violín, porque la Música, en algún momento, vendría a mi encuentro.

Simón era el marido de  tía Rosita, hermana de mi mamá, y con el paso del tiempo fuimos cortando vínculos con mi  familia materna, más claramente cuando mi padre nuevamente formó pareja. Esporádicamente tuve noticias de mi tío, que además de ser un hombre muy emprendedor, dejaba en todos lados huellas de su bondad.

Supe que había abandonado la orquesta y que no había tenido éxito con una pequeña empresa inmobiliaria. Poco más tarde, recorriendo muchos kilómetros diarios y visitando como vendedor a numerosos clientes, todavía con su viejo y cuadrado Chrysler azul con techo de lona, se hizo, con su forma de ser tranquila, franca y alegre, y su honradez, de un gran conocimiento en el rubro de repuestos automotores, y con la colaboración de su hijo Norberto, se convirtió en industrial, montando de a poco una importante fábrica metalúrgica que producía caños de cobre y de bronce.

Supe sin extrañarme, que sus obreros y empleados lo querían mucho porque él quería y conocía a cada uno y los ayudaba a resolver sus necesidades y sus problemas personales. Un ataque al corazón en Ezeiza, al pie del avión que lo traía de Europa, cuando comenzaba a  disfrutar de esa etapa de su vida, le puso fin cuando recién había cumplido sesenta años.

La mayoría de estos datos, especialmente los últimos, los reconstruí en base a información de terceros. Lo que quedó cabalmente registrado en mi memoria, es anterior a mis nueve años: y termina casi abruptamente con el episodio del violín.

 

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Vuelvo a ver un departamento pequeño y acogedor en la tranquila calle Virrey Avilés, entre Conde y Superí, donde con mi hermana Susy llegábamos desde Núñez en nuestras primeras caminatas solos, tomados de la mano, medio perdidos entre la gente en la concurrida esquina de Cabildo y Juramento (levantábamos apenas un metro del suelo y cinco y seis años de vida) pero arribábamos a buen puerto, una grata merienda preparada por la tía Rosita que tomábamos con mis primos, la linda Sofía, y Norberto, con sus rulitos, su cara de bueno y su voz ronquita, que, como era muy grande (¡debía tener como trece  años!…), estaba en lo suyo, estudiando en el patio. Debía estar en primer año del Industrial. Nunca pude dejar de asociar su nombre con la regla T y el nombre “Otto Krause”.

Pero volviendo a la Música, después de tomar la leche, íbamos al living, que creo que es la imagen física más fuerte que guardo de esa casa, con su piano vertical, que recuerdo intensamente negro, el aroma invariable y delicioso de las manzanas deliciosas, huéspedes permanentes de la frutera que adornaba el centro de la mesa y a veces, la presencia de Simón, que dejaba la oficina de adelante (esa que tenía un gran  sillón de cuero color claro, donde jugábamos hundiéndonos) y venía a tocar el violín para nosotros.

Tío: han pasado casi setenta años desde que me regalaste el violín, y yo que voy a cumplir setenta y ocho y que no me voy a morir sin tocar música, porque ya lo estoy haciendo; con muy modestos recursos pero con mucho entusiasmo, te doy las gracias, dondequiera que estés, por haber estado conmigo cuando lo necesitaba, y gracias también a la Música, nuestra Amiga, aunque al final fue el clarinete y no el violín el preferido. Querido tío, te equivocaste por muy poco, y aunque empecé muy tarde, estoy en el camino.

Como dije al principio, este escrito autobiográfico fue inspirado escuchando a Juan Martínez con su guitarra en su CD. Hubiera querido comentar las sensaciones producidas por cada uno de los otros temas, tan excelentemente trabajados por su personal interpretación, pero su versión de “Sur” me absorbió  por completo y me llevó de la mano a mi niñez y a mi tío Simón.

 

Epílogo

Cuando terminé de escribir lo que antecede, me pareció que mis primos, Sofía y Norberto, con quienes no tenía contacto desde mis trece o catorce años, debían conocer la valiosa herencia afectiva y musical que su padre me había dejado y el recuerdo cariñoso que yo todavía le profeso.

Ya no encontré a Norberto; quien como su padre, había fallecido tempranamente. Sofía recibió con mucha calidez mi trabajo, y además de su afecto, me regaló fotos y partituras originales de dos tangos compuestos por Simón, actividad suya que desconocía. Así, la figura inolvidable de Simón, un ser humano excepcional, tuvo vigencia nuevamente, muchos años después de su muerte.

Kairos “el tiempo oportuno”,  había cerrado un círculo que Cronos, “el tiempo lineal”, había interrumpido.

 

 

El compositor y bandoneonista argentino Aníbal Carmelo Troilo, alias «Pichuco» (Buenos Aires 1914 – 1975)

 

 

Tráiler:

 

 

Alberto Ernesto Feldman nació en Buenos Aires, en 1941, y abandonó estudios de medicina cuando cursaba cuarto año y a partir de allí se desempeñó como chofer en el transporte de pasajeros y de carga. En el año 2006, al jubilarse, tomó clases de clarinete y por sugerencia de su esposa y de su hija, quizás cansadas de escucharlo, se anotó en un taller literario municipal, lo cual a los 65 años le abrió las puertas del quehacer literario. Escribe cuentos cortos y relatos, algunos de ellos han sido premiados o mencionados en la Capital y en las provincias de Buenos Aires, Jujuy, Mendoza, Misiones, Chaco y Santa Fe. Intervino en las antologías El diálogo nos amontona de Editorial Dunken, y en la editada por el Centro Vasco Francés, ambas en Buenos Aires; Cada loco con su temaGula, e Ira editadas en México por el Grupo Editorial BENMA, y en España, participó en Escenarios editada a su vez por la Asociación Española de Neuropsiquiatría en 2013, y en las antologías Facer Españas editadas en 2014 y 2016, respectivamente por la Editorial Orola, de Madrid.

A comienzos de 2013 ha editado por primera vez en forma individual un volumen de cuentos y relatos titulado Castillos reales, castillos mentales; a principios de 2014 su segundo trabajo: Tango final en Saavedra y otros 36 cuentos y relatos, en febrero de 2015 su tercer volumen, Un caballito en el rincón y otros 33 cuentos y relatos. A fines de ese mismo año, su cuarta obra, Miss Alice al mediodía28 cuentos, relatos + un poquito de teatro. La obra Tomando café frente al Obelisco y otros 32 cuentos y relatos, en tanto, que es su quinto volumen, fue editado en agosto de 2016.

 

 

Imagen destacada: El cantante de tangos argentino, Leonel Edmundo Rivero (Valentín Alsina, 8 de junio de 1911 – Buenos Aires, 18 de enero de 1986).