Sanidad de conciencia: Humor e hipocondría en la adversidad

Sólo alguien como yo, quien ha bailado el tango con la esquizofrenia y que ha declinado la oferta de los atroces polvos periódicos, puede decirles que el temor busca encarnarse a través de los débiles, porque el miedo, y no otra cosa, es el virus más ominoso y destructivo de la existencia.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 22.4.2020

1.  Caminaba entre las espigas de la pampa, el viento zamarreándome las orejas, las nubes avanzando en tropel, cargadas de una lluvia más bien especulativa, que no llegaría a caer: un aguacero hipotético, al que podía mirar con ansiedad por la probabilidad de empaparme, o con la calma del ser contemplativo que cualquiera de nosotros puede ejercitar. Elegí la segunda opción, pues, que yo sepa, no hay espías tan persuasivos, acodados en algún rincón de mi conciencia, como para hacerme desistir de una grata caminata agreste al atardecer, haya frío o no, pánico social a dos u ochocientos kilómetros de distancia.

Me imaginé escupiendo el virus con que nos machacan los mass media, el que apenas muestra síntomas en la mitad de sus receptores, arrojándolo a la arboleda (ayudado por la propulsión del viento, por supuesto, no tengo la potencia mandibular de un guanaco sano y vigoroso), siendo pescado por algún hipocondríaco del otro lado del Estrecho de Magallanes.

No hay pescador más habilidoso que un hipocondríaco azuzado por las ambiguas y urgentes declaraciones de los representantes de la salud pública. Basta que vea estornudar a alguien de paso en su campo visual y la tensión arterial podría dispararse hasta la más profusa angustia imaginaria, la misma que parece asolar a gran parte de la población.

Tal es la pericia del pescador que, sentado en su sillón de casa chilensis, de frente a la ampulosidad lumínica de la Smart tv, sería capaz de pescar un microbio acerado y promiscuo, propagado, según dicen, desde el mercado de animales vivos de Wuhan, China. El pensamiento es un dínamo imantador de realidades, tan vivaces como la pesadilla que te visitará esta noche o el enigmático sueño de un amigo, en cuya mano derecha faltaban dos dedos amputados.

 

2. Alguien que ha bailado el tango con la esquizofrenia y ha declinado la oferta de atroces polvos periódicos con esa hidra atosigante, puede deciros que el miedo busca encarnar a través de nosotros, y los débiles, es decir los susceptibles de mente y voluntad son sus presas preferidas, las más prestas a picar el anzuelo. El miedo, y no otra cosa, es el virus más ominoso y destructivo.

 

3. Lichtenberg, pararrayos humano, inventor del cuchillo sin mango ni hoja, matemático alemán y peculiar transcriptor de matices psicológicos, paradojas y bromas, era hipocondríaco; no obstante, o, precisamente para desarmar las estratagemas de su condición, era el primero en bromear al respecto.

 

4. En el ferry que nos trajo de retorno a Punta Arenas desde Porvenir, atravesando las inquietas aguas del estrecho bajo un cielo opaco, los pasajeros eran pocos, varios de ellos con mascarillas, la mayoría ensayando miradas furtivas, sospechando de otros rostros y otras manos al asir una manilla o agitarse en el aire. En ese compartido espacio cerrado la espesura de la atmósfera mental es casi tangible, la transparencia trocada en cámara de gases inseguros, heterogéneos, distantes y temerosos. Las manos y las manillas. Las manillas y las manos.

Caminando por un pasillo exterior observé el momento en que de una puerta entreabierta asomó la mano de un hombre, con guantes y mascarilla, para depositar una bolsa de basura en el tacho y sin demora limpiar con un paño cualquier trazo de huella humana en la manilla de la puerta. Toda huella humana, todo tacto sobre los objetos, está ahora bajo sospecha. Es curioso que las manillas de pronto tomen un protagonismo más bien esquivo para ellas en la jerarquía de los objetos cotidianos; ellas, que han servido para abrir y cerrar puertas desde milenios, ellas que eran hasta hace unas semanas solo un apéndice utilitario de éstas, un muñón más o menos anodino, ahora son tratadas como instrumentos quirúrgicos, bisturís con los cuales uno puede flagelarse el sistema inmune ante el menor descuido.

¿Y las manos? Quién no se habrá dado cuenta de la cantidad de movimientos involuntarios con que éstas ascienden al mentón o la cabellera, se posan en la cintura o rascan la frente. No es tan fácil controlarlas a ellas, las mismas que han modelado la humanidad desde el primer hombre que retuvo una rama encendida y la primera mujer que recolectó bayas de un bosque.

Ellas, en cuyas palmas ciertas tradiciones han hurgado el mapa del destino personal, ahora están sujetas a periódicas limpiezas, a intentos de borrar todo agente patógeno, todo remanente de lo que no reside benignamente en nuestra piel, a ser domadas ya no por unos pocos, sino por la mayoría. Las artistas de encuentros y caricias son ahora sumisos peones de un monarca con higiénicas manos de hierro.

 

5. Ibs Sina o Avicena, médico, filósofo y polímata islámico oriundo de Persia, autor de dos portentosas obras que cimentaron gran parte del quehacer médico del segundo milenio, el Libro del canon de la medicina ―estudiado detalladamente durante la Edad Media― y el Libro de la curación, a quien podríamos considerar, por tanto, un filósofo de la salud, un minucioso estudioso de los vínculos entre alma y cuerpo, concibe a la filosofía como un medio para: «informar acerca de las verdades de todas las cosas en la medida de lo posible al hombre», oración que demuestra una modestia racional capaz de prefigurar la tonalidad del método científico con al menos cinco siglos de anticipación, una modestia heterodoxa que hoy en día es poco dable de hallar entre la población de especialistas en la piel, el existencialismo francés o las sectas de angeólogos que pululan en cafés y redes sociales haciendo la pose de místicos new age.

Avicena, y este es el meollo del párrafo, y hasta diría de la sanidad de conciencia, nos sintetizó una fórmula, que actualmente circula por cadenas de whatsapp, no infalible, pero sumamente clara y eficaz, para diagnosticar y desarmar cualquier enfermedad: “La imaginación es la mitad de la enfermedad; la tranquilidad es la mitad del remedio; y la paciencia es el comienzo de la cura”. La sugerencia implícita radica en que uno debe ser médico de sí mismo, es decir estar atento a sus ciclos orgánicos, a las dietas y sensaciones corporales, a hacer uso de la deducción tanto como de la intuición. No enanchar irreflexivamente los bolsillos de ídolos asépticos con bata blanca y labia de evangelistas academizados, sino prestar atención a lo que yace bajo nuestra piel.

 

6. Pedaleando por las calles de la ciudad, un día antes de la cuarentena semanal que será impuesta en Punta Arenas, la pausa perentoria del semáforo sirve de puntapié a la conversación con un hombre que comenta sobre la gente, sobre la aglomeración de varios grupos como famélicos de fármacos o útiles de aparente primera necesidad. Las filas en las cuadras del centro son varias, aproximadamente la mitad de las personas con mascarillas, los rostros de la sospecha y el temor, contrastando a los escépticos, aburridos de la contingencia.

El primer tópico es la inutilidad de las mascarillas, pues ayer la Organización Mundial de la Salud, otro organismo con turbio prontuario, confirmó que el virus no se propaga por vía aérea, a menos que te estornuden directo al rostro con una nariz calibre resfrío o gripe indómita. El hombre, Iván, repartidor de cuentas eléctricas, que no pide licencias de cinco días como sus compañeros, pues no suele resfriarse y goza de las caminatas con aire fresco, va bien abrigado, con lentes cubriendo sus inquisitivos ojos azules. Toma yerbas, descree de los médicos que lucran con recetas farmacológicas, escucha atento cuando le hablo de las bondades del agua con limón y una cucharadita de bicarbonato. Hablamos con menos de un metro de distancia entre nuestras miradas, que no rehúyen al otro, que generan miradas de soslayo, acaso de reprobación, por parte de algunos peatones con los bozales para gérmenes y palabras.

A pesar de ser asmático se le ve bastante sano, la última vez que anduvo débil fue tras recibir la vacuna contra la influenza, por lo que descree de las mismas. Habla de motivos geopolíticos para esta pandemia, de que la gente no se cuida y pierde sus defensas al meterse tanto remedio supuesto y comer cualquier cosa. Sus cercanos no creen en lo bien que le ha hecho el hábito de tomar yerbas, agua con miel y jengibre. Se le ve sano, humilde, curioso. No ve televisión, prefiere investigar en la internet, menciona más de una vez la palabra sabiduría. No va a dejar de trabajar por temor a infectarse, valora más la ingesta diaria de este refrescante aire prodigado por los vientos australes.

Antes de encontrármelo observé a unos caballos cabalgando por la plaza adyacente al templo hindú. Desenfadados, jugaban, pastaban. Por primera vez en décadas, tal vez siglos, es un tiempo en que pareciera ser más grata y benigna la vida para ellos, nobles y elegantes animales que, para nosotros, bípedos con organismos desbalanceados y costumbres más propias de máquinas que de mamíferos.

 

7. Tantos apuntes, tantas perspectivas que uno podría sacar a colación: la exacerbación de las polaridades en toda forma y nivel (político, económico, psicofisológico, argumentativo, ideológico); el contraste entre la confinada solidaridad de las teleconferencias y la creciente oleada de xenofobia; la patente inquisición de los instintos, la reflexión crítica y las pocas necesidades vitales, como bien podría diagnosticar un tataranieto filosófico de Nietzsche al malestar del homo occidentalis del tercer milenio; los enteros que gana, a ojos de la hipertrofiada opinión pública, en esta situación, la tecnocracia de biochips capaces de controlar el desplazamiento y rendimiento civil de los ciudadanos; los conciliábulos de la industria farmacológica y los representantes de los mayores poderes geopolíticos tratados en tantos artículos con información al alcance de cualquier cibernauta; el quimérico caudal de informaciones y fake news que nos inunda a diario, entre cuyo follaje de árboles artificiales solo unos pocos atisbarán al árbol de la sabiduría ( a + información dislocada o asimilada a cuentagotas – sabiduría, ecuación que de tan simple puede pasar desapercibida); el secuestro del sol por las cuarentenas, la psicosis colectiva enfriando lo que parecía ser una revolución global en ciernes, desde Hong Kong hasta esta franja angosta de variopinta geografía que convenimos en llamar Chile.

Si uno fuese optimista, desclasado y desprovisto de lentes de contacto adheridos a cualquier ismo o ideología, podría enfocar esto como una advertencia severa y hasta piadosa, sumamente inteligente y esquemática, por parte de la madre Tierra hacia sus huéspedes más orgullosos e intempestivos: la disminución de polución atmosférica, los animales silvestres retomando terrenos, la disminución del ruido ambiental, las aguas cristalinas en Venecia, la invitación a una solitaria introspección, a replantearnos hábitos y dinámicas tanto individuales como colectivas, formas de convivencia que apunten más hacia una solidaria y comedida homeostasis, que hacia un consumismo con evidentes fallas multiorgánicas.

Sin embargo, como más de un amigo me recuerda, está claro que las coincidencias no existen, y si bien los procesos colectivos pueden remitir a necesidades tanto planetarias como espirituales, tampoco podemos guardarnos las manos bajo la mesa cuando tras bambalinas se desconectan a ancianos que ya no cumplirán ningún rol productivo en el plano material, mercantil, que todavía manda incluso allí donde están los puntos ciegos de esa otra hidra de múltiples e insaciables cabezas, supuestamente autoreguladas.

Una crisis —palabra siamesa de punto crucial en el ideograma chino Wei Ji— altamente purgativa del sistema de poderes políticos y económicos a nivel global, o un neofascismo panóptico y digital en 5g. En el intertanto, dando cátedra de la doctrina del shock, China y EE.UU. dan carta blanca a las grandes empresas para el salvataje económico, no solo con recursos públicos sino con la eliminación de restricciones a la contaminación medioambiental.

 

8. Pensaba rematar el artículo involucrando a la filosofía china, al ying y el yang, a esos dos hemisferios de la sabiduría que son el taoísmo y el confucionismo. Son tiempos eminentemente confucianos, espesos, normados, socialmente aprensivos, donde la sospecha es pan de cada día, donde no hay medias tintas. Aunque no haya problema con salir a pedalear o trotar nos vamos a los extremos: cuarentena a secas, neuronas deshidratadas por falta de reflexión y ponderación en frío de los riesgos y estrategias a adoptar.

Confucio sabría aconsejar a los soberanos, pero demasiadas operaciones plásticas y cognitivas acentúan la sordera y la vanidad. Si consultamos el ancestral libro oracular chino, del que bebieron las dos tradiciones espirituales, nos percataremos de que el I Ching, o Libro de las mutaciones, nos provee de una cierta claridad sobre los procesos cíclicos, relativos y cambiantes, en que transitamos nuestras vidas.

Nada es derechamente bueno o malo, eso no es más que una óptica subsidiaria de la mermada dialéctica del patriarcado judeocristiano, por la razón o la fuerza, obediencia o castigo, etcétera, etcétera. Nuestro adversario puede revelarse, más tarde, como el mejor aliado, el que necesitábamos sin saber en el momento de la encrucijada, cuando ante la bifurcación, no sabíamos si seguir hacia el desfiladero o comenzar a ascender la montaña, si acatar a ciegas o investigar hasta las últimas consecuencias.

Acabaré mencionando que Lichtenberg pudo observar que tenía una opinión acostado y otra erguido. Nosotros, empecinados, creíamos en el reinado vertical, ahora las circunstancias nos empujan a una vida más horizontal, redonda ojalá, en ecuanimidad, compasión y solidaridad para con nuestros pequeños grupos sociales y el gran colectivo del cual formamos parte. Podemos leerlo a él, al Decámeron de Bocaccio, compuesto para hacer frente a la peste negra o a los cuentos del caustico doctor Chejov —Una historia aburrida, en especial—, mazazos de humanidad en tiempos donde más la necesitamos.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (Santiago, 1995). Poeta y escritor autodidacta, incursionó en las carreras de sociología y filosofía en la Universidad de Chile, sin completarlas, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacaron el de garzón, barista y brigadista forestal. Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad.

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

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