«Sicario: Día del soldado», de Stefano Sollima: Un mundo en el que todo cuelga de un hilo

Tal como en el argumento de «Gomorra», aquí en la frontera, nada produce esperanza, sino solo tensión y lucha. Anquilar y salir vivo es la consigna, que es lo que hace el asesino a sueldo. Un largometraje cautivante y desesperanzador al mismo tiempo, en un paisaje tanto o más desolado que las almas que la ocupan entre Estados Unidos y México.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 28.6.2018

Las guerras sucias tienen sus características y la guerra contra el Narco como muchas comparte las modalidades de la guerra no convencional, asimétrica, de cuarta generación o de baja intensidad. Precisemos que esto de “baja intensidad” no tiene que ver con su letalidad, sino con los medios no ortodoxos que asociamos a la maquinaria militar. Así se explica que hoy en día muera más gente en Ciudad Juárez, que en Bagdad, que está en guerra.

Y como sería excesivo usar tanques y misiles mar-tierra se usan las fuerzas especiales. Pero dicho esto, lo que vemos es un grupo de militares librando una guerra sin reglas contra el Narco, utilizando todas los recursos de las nuevas guerras: centros de mando y control, recursos informáticos y comunicacionales, armas y equipos sofisticados (satélites, interceptores de onda, visiones de calor, etcétera), vehículos militares (todo terreno, Hummer, y helicópteros), y que demuestran que es una guerra librada por soldados profesionales, antes que policías…

Todo esto y mucho más nos ofrece Sicario: El día del soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018). Si la primera parte de la saga, debida al realizador canadiense Denis Villeneuve, tuvo como eje la atmósfera incierta de la ética del militar postmoderna, ésta en cambio nos sumerge en una guerra contra los carteles, librada de uno y otro lado de la frontera entre México y Estados Unidos. Si bien el nexo de los yihadistas (aunque proporciona una potente visión de un atentado en un supermercado) y los narcos es algo excesivo, convengamos en que las rutas de implante y de financiamiento ilícito son idénticas, ya que quien entrega el dinero no va a preguntar a los responsables qué es lo que buscan. Las transacciones se hacen en la Internet Profunda, casi toda en realidad pues comprenden el 90% del internet que se conoce.

A partir de ahí un equipo militar con instrucciones del gobierno aprueba una misión, secuestrar a la hija de un narcotraficante, Carlos Reyes. La chica, Isabela Reyes (Isabela Moner, ¡qué magnífica actuación!) resulta ser el trofeo entre agentes antinarcóticos y grupos rivales del crimen organizado. Basta una chispa, el secuestro por los propios agentes de la DEA, para crear un enfrentamiento que limpiará las calles, esa es la lógica, que permita debilitar del modo que sea a los carteles, haciendo muy tenue la línea de la ética. Procedimientos casi militares para una guerra, que ha sido alimentada por deserciones de militares y policías especializados hacia los carteles. Muertes por montón, pero sobre todo una maraña de acciones en que Alejandro (Benicio del Toro), el sicario que les ayuda desde la primera película, por venganza a un Cartel, resulta ser al final el único con algo de ética.

Es que esta guerra deshumaniza. No solo porque hay un adversario que se complace en cortar, sin misericordia los pedacitos de los adversarios y propios, que recluta muchachos para el oficio de sicarios; sino porque también los “buenos” ejecutan y simulan con técnicas de desinformación, acciones que se atribuyen a otros, contribuyendo a la respuesta violenta de unos y de otros carteles.

Algo, en esta película, debida al italiano Stefano Sollima, evidencia que al final no son tan distintos los dos lados de la frontera entre Estados Unidos y México. Aunque un muro los divida, las instituciones están destrozadas, muchos participan de la economía del narco, y la necesidad se disfraza de muchas formas, incluso en una rubia elegante que lleva en su carro a un muchacho mexicano. Todos se compran y se venden mas menos de la misma forma.

Aquí, el tráfico humano está primero incluso que la venta de la frontera, haciendo una buena descripción de la primera naturaleza de estas bandas mexicanas (contrabandista de bienes y personas), luego narcotraficantes y finalmente promotores de la corrupción, que se corona con la matanza de policías de Tamaulipas, vendidos al narcotráfico.

Así el grupo operativo, liderado por Matt Graven (Josh Brolin) y Alejandro (Benicio del Toro) cumple la misión engañando y manipulando a la propia secuestrada. Sin tapujos. Despegan desde sus bases y se internan en México sin consentimiento. Algo que ya hacían los Texas Rangers a principios de 1900, y lo seguirán haciendo, esta vez no con marines y soldados, sino mediante operaciones especiales encargadas a la DEA y a la CIA. Operaciones “policiales”, pero de indudable sabor castrense. Y esto lo muestra abundantemente la cinta. Tanto en la figura del sicario como en la del joven que se deja arrastrar por su primo a este mundo. Un mundo donde todo cuelga de un hilo, y donde las esperanzas de miles de inmigrantes permiten la constitución de un comercio de seres humanos y de todo lo demás.

Tal como en el mundo de Gomorra, aquí en la frontera, nada produce esperanza, sino solo tensión y lucha. Anquilar y salir vivo es la consigna, que es lo que hace el sicario. Su continuidad queda garantizada cuando encuentra al final de la pelicula al que sospechamos será su reemplazante. Película cautivante y desesperanzadora al mismo tiempo, en un paisaje tanto o más desolado que las almas que la ocupan entre Estados Unidos y México.

 

Sicario: El día del soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018).  Dirección: Stefano Sollima (Italia). Guión: Taylor Sheridan. Música: Hildur Guonadóttir. Fotografía: Dariusz Wolski.  Reparto: Benicio del Toro, Isabela Moner, Jeffrey Donovan, Manuel García-Rulfo, Bruno Bichir, Christopher Heyerdahl, Matthew Modine, Catherine Keener y Josh Brolin. Estados Unidos, 2018. 122 minutos.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

 

 

 

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