[Crónica] Las memorias de Edmundo Moure: El disfrute esperanzador de la palabra compartida

Por entonces, el poeta Carlos Mellado Molina (en la imagen destacada) ostentaba el cargo de presidente de la comisión de cultura de la Sociedad de Escritores de Chile, cuyas dependencias, en el segundo piso de la casona de Simpson 7, eran una especie de domicilio aparte, un grato privado en donde transcurrían veladas memorables, junto a una bien provista licorera.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 7.7.2021

Carlos Mellado, poeta nacido en 1934, y miembro del Parnaso celestial desde 2019. Le conocí en la Sech en 1977. Carlos es uno de los miembros destacados de la Generación del 60, junto a Oscar Hahn, Hernán Lavín Cerda, Eduardo Embry, y otros coetáneos.

Por entonces, Carlos ostentaba el cargo de presidente de la comisión de cultura de la Sociedad de Escritores de Chile, cuyas dependencias, en el segundo piso de la casona, eran una especie de domicilio aparte, un grato privado en donde transcurrían veladas memorables, junto a bien provista licorera.

Fue lugar de cobijo ante los nocturnos apremios del toque de queda, en los aciagos días de la dictadura. Más de una noche nos alojamos allí, en grata compañía de musas de carne y hueso (de espíritu poético, también).

Una tarde de invierno, en que algún compañero me dio el dato que se podía almorzar en la Casa, porque doña Mina ofrecía una cazuela gloriosa o un charquicán aromático o unas pancutras dionisiacas, me topé en la cocina con un hombre entrado en años, delgado, vestido con singular pulcritud para un ambiente desaliñado, que compartía la mesa con una joven poeta treintañera.

Sí, era Mario Ferrero, con quien, al igual que con Carlos Mellado, estreché lazos de perdurable y enriquecedora amistad. Hay sobre Mario un notable texto de Aristóteles España, que transcribo:

Tuvimos el privilegio de conocerlo a fines de los años 70. Compartimos eventos en el área de los Derechos Humanos, para indagar por el destino de los detenidos desaparecidos, de los ejecutados políticos; visitamos centros universitarios, sindicales, en compañía de Matilde Urrutia, Francisco Coloane, Juvencio Valle, Luis Merino Reyes, junto a poetas jóvenes de la época como Esteban Navarro, Luis Aravena, José María Memet, Jorge Montealegre, Ramón Díaz Eterovic, Diego Muñoz Valenzuela.

Poseía una enorme capacidad de diálogo y su poesía es también eso: una conversación con los seres humanos, en un plano intimista, coloquial.

Releerlo es un ejercicio de confianza en la voluntad de soñar que poseen los grandes creadores como sin duda fue Mario Ferrero, siempre atento a descubrir nuevos talentos, fundar talleres, revistas, coloquios sobre antiguos poetas, participar en las actividades de sus colegas, presentar libros, escribir prólogos, dar clases magistrales en las universidades chilenas de sur a norte, donde dictaba conferencias sobre los temas más disímiles.

Amigo de Nicómedes Guzmán, Manuel Rojas, Gonzalo Drago, Ernesto Slava, siempre apostó por los sueños de futuro y por la libertad del hombre. Entregó su vida a estos idearios, y murió abandonado el mismo día que recibió el Premio de Literatura de la Municipalidad de San Bernardo, el 31 de agosto de 1994.

 

En lo que a mí atañe, y excusada la auto referencia, amable lector (a), debo reconocer que entre los años 1978 y 1988, esta Casa se transformó, no solo en mi segundo hogar, sino en el primero.

Fue una década memorable, con gratos y felices momentos, también con sobresaltos, apremios y aun desdichas, como toda vida que se precie.

Hubo amores intensos entre el abrazo hospitalario de sus muros, iniciativas literarias de largo aliento, emprendimientos aventureros que terminaron en naufragio, como el sello editorial Logos, amistades entrañables que aún siento vivas en el disfrute esperanzador de la palabra compartida, que desde hace tres años hemos instalado, como sacramento tertuliano.

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Carlos Mellado Molina (1934 – 2019).