«El motoarrebatador», de Agustín Toscano: El filme que ganó la competencia internacional de SANFIC 14

El largometraje de ficción argentino galardonado en la capital de Chile el último fin de semana es una obra audiovisual interesante que muestra una atípica relación entre criminal y victimario, dando paso para apreciar rasgos humanitarios. Por otro lado, logra un diálogo bastante logrado entre el contexto en el cual se desarrolla la historia y el comportamiento dramático y psicológico de los personajes.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 30.8.2018

El filme, que obtuvo el premio a mejor película internacional en la última versión (2018) del Santiago Festival Internacional de Cine, trata sobre unos delincuentes argentinos de poca monta que utilizan la moto como instrumento del delito, los llamados motochorros. Cuando han transcurridos menos de cinco minutos el asalto no sale como estaba previsto y la víctima es arrastrada violentamente luego de haberse negado a entregar su cartera. Miguel, el conductor, después de saber que la mujer ha perdido la memoria y que por lo mismo no corre peligro de ser incriminado, la va a ver al hospital y la cuida, como un modo concreto de enmendar en algo el daño que causó. Puede ver de forma palpable las consecuencias.

La película integra el habla de la jerga delictiva de forma realista, sin que se caiga en el recurrente error cuando se retratan esas situaciones: que los actores usen esas palabras y giros verbales de forma tiesa, haciéndole patente al espectador que están impostando algo de lo que no conocen. Acá, se logró un gran realismo: la velocidad, la violencia siempre amenazando con desbordar, permiten apreciar un modo particular de entender el mundo. Si un personaje es lo que dice pero también cómo lo dice, se logró algo interesante al respecto.

El hecho que la víctima pierda la memoria sirve también para reflexionar en torno a la importancia del pasado: sin historia no se puede construir la identidad. Es por eso que ella recibe al hijo de Miguel como si lo conociera de toda la vida, por la necesidad de aferrarse a algo y no estar a la deriva como un cuerpo que de pronto alguien hubiera dejado en la tierra. Lo que también se puede extrapolar al modo de entender a un país en su conjunto.

Esto marcaría una escisión en el protagonista: por un lado, alguien que lo ha acompañado siempre, el de los robos y el habla dura, y por otro lado, una persona que puede demostrar otro tipo de sentimientos hacia el prójimo. Su amplio registro del habla es útil y contribuye a darle más consistencia a su personaje. Pero al principio de la relación que se va generando entre paciente y delincuente, el modo en que se comporta Miguel pareciera ser demasiado diferente a cuando está con su socio y por lo mismo, resulta algo que desafía la verosimilitud. Sin embargo, finalmente se verá que los dos modos de ser aparentemente no estaban tan separados; hay una rabia que amenaza frecuentemente con salirse de control.

Lo que está relacionado con la mirada social que nos dan de Argentina, precisamente de Tucumán: pobreza generalizada, carabineros en huelga y algunos robos, en donde estampidas de personas sacan las barreras de protección a los locales para desvalijarlos. El descontento social que se muestra se trata de algo subterráneo que de pronto se sale de control, como el propio Miguel.

Pero al mismo tiempo, es un poco el mundo del “sálvate y arréglatelas”. Nadie sabe mucho como Elena, la víctima, se hizo dueña de esa gran casa con la paga que recibe de trabajar en diferentes casas. No se aclara, pero se intuye que algo hubo, un movimiento no necesariamente limpio, pero que permite entender que de alguna manera estamos todos más o menos en la misma y que cuando llegue la desesperación y haya que elegir entre uno y el de al lado, imperará una feroz necesidad de salvarse. Resabios del instinto de supervivencia.

La relación de los delincuentes no logra salir del clásico esquema policía bueno/policía malo, usual en las películas de detectives, en donde hay uno que no tiene problemas en golpear y entrar pateando puertas y el otro demuestra un trato considerado y preocupado. Esa falta de matices entre los dos puede ser el aspecto más débil del largometraje, casi como si hubiera uno con conciencia de los propios actos, con interés de redención y otro que no quiere saber nada de la señora, solo con cabeza para pensar en el próximo robo en la moto, lo que comienza a generar un conflicto entre los dos socios. Y, otra vez, un tópico: el muchacho de buen corazón que quiere abandonar la vida del crimen pero que es empujado a permanecer por el resto de la organización que no tiene su misma sensibilidad.

El motoarrebatador (2018) es una obra audiovisual interesante que muestra una atípica relación entre criminal y victimario, dando paso para apreciar rasgos humanitarios. Por otro lado, logra un diálogo muy logrado entre el contexto en el que se desarrolla la historia y el comportamiento psicológico y dramático de los personajes.

 

 

 

Tráiler:

 

Juan José Jordán Colzani (1982) estudió literatura en la Universidad Diego Portales y es autor del libro Ahí va esa y otras crónicas (RIL editores, Santiago, 2014), del desparecido narrador y periodista talquino Guillermo Blanco.