[Ensayo] «Grados de referencia»: El miedo a la fuerza y a la belleza

En esta obra de Juan Mihovilovich, sin atisbar en demasía, he encontrado personajes reales de nuestra época universitaria, también a seres de las luchas políticas de los 80 y 90, y en verdad, nunca hubiese creído que estas coordenadas espirituales, nos harían ver a aquellos de la misma manera.

Por Mario Devaud

Publicado el 18.10.2021

El laureado escritor, brillante juez, y gran amigo Juan Mihovilovich, me ha conferido el honor de presentar su libro Grados de referencia y se ha dado la conjunción astral que ello ocurra en esta región, acogedora como la que más, en la que me desempeño profesionalmente, y ahora, también lo hace Juan.

Debo advertir a la concurrencia, que en mi vida, jamás había sido invitado a presentar un libro, y si alguna vez asistí al lanzamiento de uno, lo hice más bien acicateado por el consabido vino de honor, o tal vez, atraído por algún, ¿cómo se dice?, cocktail, refugiado en el silencio del alma, en la sensación de no pertenencia que aflige a los solitarios, y sólo forzado a la conversación, asilado en un cierto toque de diletantismo.

Lo que se llama un interés pedestre.

Por cierto, la vida da oportunidades, y una de esas oportunidades, es la que me entrega mi amigo y compañero hoy.

Conozco a Mihovilovich desde 1973, cuando iniciábamos nuestros estudios superiores en la Escuela de Derecho de la Universidad de Concepción, un año complejo, complicado, terrible.

Recuerdo haberlo visitado algunas veces en el “departamento de la desesperanza”, sito en la esquina de calle Los Carrera con Orompello, en la bella ciudad de Concepción de la Madre Santísima de la Luz, un lugar de encuentros y de desencuentros también, acompañado de un poeta temible, no terrible, llamado Edgardo Anzieta Villalobos, también compañero de Escuela.

Debo decir —a fuer de ser sincero—, que no obstante los años transcurridos, no he podido superar el miedo que me producen los poetas, no así su poesía que trasunta el alma.

Son los poetas quienes producen en este humilde servidor, ese miedo atávico, casi troglodita, a la sensibilidad, a la fuerza y a la belleza.

Cuando Edgardo me envió su obra Poesía precaria, no exenta de talento, creí que de verdad, era precaria. Pero esa opinión, que ha variado en el tiempo, se debía únicamente a que Edgardo pertenecía a ese grupo selecto de hombres capaces de expresar nítidamente sus sentimientos y su fuerza guerrera en todo tiempo y en todo lugar, entre los que se encontraba Juan Mihovilovich, otro guerrero del alma.

Con un dejo de insolencia inconsciente, (¿o inconsciencia insolente?) de esa que sólo tiene la juventud, aquellos que carecíamos de talento, definíamos el “departamento de la desesperanza”, como “el refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas del alma, pala y cubierta de los jugadores”, haciendo gala de nuestros espíritus burlones y almas inquietas, aproximándonos a Cervantes, el escritor, no el bar, porque para eso estaba el bar de don Humberto, a decir verdad, un santuario de los estudiantes de Derecho de todas las épocas.

Nos dejamos de ver con Juan por muchos años, y nos reencontramos en Santa María La Blanca de Valdivia, en los albores de la recuperación democrática, en el verano de 1990, a propósito de la discusión teórica y política de la instauración del “Defensor del Pueblo” —sueño justo, como el sueño de Bolívar— donde cruzamos opiniones, discutimos acerca del futuro político de nuestro país, en ese entonces, con un cierto dejo de optimismo, y más que eso, con esperanza.

La vida nos ha llevado, como dice Borges, por el jardín de los senderos que se bifurcan, pero como es posible apreciar, en alguna parte del camino, se juntan, como ahora.

 

Genialmente brutal

En esta obra de Juan, Grados de referencia, sin atisbar en demasía, he encontrado personajes reales de nuestra época universitaria, también personajes de las luchas políticas de los 80 y 90, y en verdad, nunca hubiese creído que los “grados de referencia”, nos harían ver a aquellos de la misma manera.

Sí, yo únicamente lo pensé, con esa forma de pensamiento atropellado e inexacto, lindando en el delirio, que me es habitual, mais non plus, pero Juan plasmó su pensamiento en su obra, con el talento de sus letras.

Y dijo lo que toda una generación esperaba decir, de modo que nuestro compañero escritor —plumífero como también se dice— es nuestro traductor de sentimientos, de apreciaciones, y ¿por qué no?, también portador de esperanzas.

Como un profeta.

Confieso que he leído su libro de principio a fin. Carezco de aptitudes y condiciones para hacer de crítico literario. No tengo pasta para ello.

Aprendí a leer hace más de 50 años. En toda mi vida he leído obras muy buenas, otras buenas, algunas malas, y las menos, pésimas.

Pero he leído.

Sin intención de hacer un panegírico, una alabanza, un loor, alguna manifestación dicaz, y sin integumento alguno, no diré que nuestro querido escritor es un hierofante, pero su pluma es ágil, de connotado estilo, de fácil lectura, a veces intimista, pero las más, de una claridad y una valía intelectual que lo enaltece.

Esta obra, Grados de referencia, tiene pasajes brillantes, tiene fluidez, en algunas ocasiones se interna con una finísima sensibilidad en los parajes más recónditos del alma, devela hechos y circunstancias de aquellas que Paulina Veloso, la exministra, denomina las “petites histoires”, desconocidas hasta ahora en sus detalles, pero que regocija el espíritu saber que existieron.

Me detuve en uno de sus pasajes, de una capacidad descriptiva exquisita, como es la historia del picaflor.

Me recordó a Proust, en En busca del tiempo perdido, pero no con la seriedad ampulosa de aquel, sino en la visión de Jenaro Prieto, ¿lo recuerdan?

Gran articulista del desaparecido El Diario Ilustrado, un humorista culto, sensible e inteligente, quien se presentó como candidato a diputado por Santiago en 1932, por el Partido Conservador, con un slogan fantástico… “¡Hágame la cruz…!”. Y resultó elegido. Era un humorista de fuste, ¿no es verdad?

Mihovilovich, por su parte, ha demostrado que es brutalmente genial… ¿o genialmente brutal?

Ambos adjetivos, que duda cabe, están insertos en esta obra.

Su prosa sensible, valiente, fluida, articulada, lo eleva a la condición de ícono de una generación perdida en los avatares de la Historia, a pesar de sí mismo.

Iconoclasta empero, y el escritor lo sabe.

Juan nos ha traído en esta obra, la refrescante ráfaga de la juventud.

No sé si será de buen gusto recomendar la lectura de una obra en el acto de su presentación, pero aún transgrediendo los convencionalismos, me atrevo a recomendar la lectura atenta de Grados de referencia, y lo hago sin ambages.

Aprovecho la ocasión para dar la bienvenida a esta noble región, no sólo al escritor laureado y de tantas condiciones, sino también al amigo y juez.

Gracias, Juan, por entregarme esta oportunidad.

Mis hijos sabrán que su padre tuvo la especial fortuna de presentar uno de los libros del afamado escritor Juan Mihovilovich.

En un juego de palabras, me han preguntado quien es este escritor, Mila Jovovich, haciendo alusión a la hermosa actriz de la película El quinto elemento, con ese caústico y singular sentido del humor que los caracteriza, que imagino, es herencia de su madre.

En cuanto a belleza, les he respondido, no puede haber “grado de referencia” alguno entre Mila Jovovich y Juan Mihovilovich, ni siquiera por aproximación, ni con la mejor voluntad.

Gracias a los asistentes, por darse el tiempo de escuchar esta lata exposición, y espero la consideren en el sentido de extensa, y no en el otro, y gracias, Juan, nuevamente.

 

***

Mario Devaud es abogado y juez de garantía en la ciudad de Coyhaique y exdiputado de la República por la Región de Los Lagos (1990 – 1994).

 

«Grados de referencia» (Lom Ediciones, 2011)

 

 

Anselmo Sule y Mario Devaud (a la derecha)

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich.