«Jesús retorna a testificar», fragmentos de una ficción, de Jorge Scherman Filer

Economista y escritor, el autor es máster en economía por la Universidad de Toronto (Canadá), y doctor en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado, además, las siguientes novelas: «Sócrates despliega el arco iris» (RIL editores, 1994), «Por el ojo de la cerradura» (Cuarto Propio, 1999), y «El mal arcano» (Cuarto Propio, 2008), y los ensayos, «La parodia del poder: Carpentier y García Márquez, desafiando el mito sobre el dictador latinoamericano» (Cuarto Propio, 2003), y en coautoría con Rodrigo Cánovas Emhart, «Voces judías en la literatura chilena» (Cuarto Propio, 2010, y mención honrosa, al año siguiente (2011), por el Premio Municipal de Literatura de Santiago). Esa misma temporada lanzó el texto, «¿Y tú qué me propones?: Carta abierta a Marlon Brando» (por Ceibo Ediciones, 2011), y asimismo, con anterioridad, también redactó los cuentos de «Eclipse» (Cuarto Propio, 2005). La selección que a continuación presentamos, corresponde a una creación editada hace apenas dos años (2015).

Por Jorge Scherman Filer

Publicado el 13.09.2017

 

ENIGMA

Soy José, el carpintero, un viudo de ochenta años. Un viejo a quien la historia relegó a los márgenes, mientras Yeshua y Miriam se quedaron con todos los laureles. Siendo yo el padre, en la teología cristiana me dejaron a la orilla (fuera) de la Trinidad y me convertí en el más abnegado y negado, famoso y reconocido de los cornudos. Lo de abnegado y negado lo dicen Mateo y Marcos en sus Evangelios, lo de famoso solo lo pensaba yo, y lo de reconocido no lo pensaba nadie.

¿Cornudo yo? Bueno, eso lo dice el sentido común.

Yo viví confiando en Miriam y, por tanto, ¿quién otro si no yo era el padre de Yeshua? ¡Ayayay, la anunciación del ángel! ¡Cómo lo odié! ¡Cómo odié al ángel del Señor!

Cuando Miriam me contó de los rumores, yo no entendía nada. ¿Cómo entenderlo?, si le habíamos puesto tanto empeño, pues sería nuestro primer hijo. Ya lo dije, yo creía en ella, ¡¿cómo podía ser que en su estado de buena esperanza yo no tuviera nada que ver?! Estaba realmente embarazado con la noticia, pero decidí hacerme el loco.

Mentira. Decidí jugar a dos bandas pues, ¿estarán de acuerdo conmigo?, la historia era extraña y, al margen de la mitología, por decir lo menos, inédita, sobre todo porque Yeshua era mi espejo. Hasta el día de hoy me pregunto quién fue el genio que concibió la peregrina idea de la virginidad de Miriam. Sospecho que las fuentes orales o escritas subyacentes tras Mateo y Lucas, pues Marcos y Juan no dicen ni pío sobre esta anomalía biológico-sexual: mi mujer habría sido virgen, antes, durante y después del parto que trajo a Yeshua al mundo.

Borges dijo en una de sus boutades (dichos ingeniosos destinados a impresionar) que la metafísica (tema caro a la filosofía: los fundamentos últimos del mundo y de todo lo existente) era una rama de la literatura fantástica. Yo no soy quien para desmentirlo, pero la teología no se le queda chica. Los escribas llenaron de prodigios la Torá, y ahora en el Nuevo Testamento resulta que a Miriam la preñó el Espíritu Santo.

Yo soy un simple carpintero, un judío del montón ajeno del todo al linaje del rey David pero, vayan a saber por qué, pensé que en el relato de la concepción virginal de Yeshua había gato encerrado. Será por eso de la sabiduría popular que me dije: alguien está tratando de ponerle los cuernos al Pueblo Elegido.

¿No me creen? Pues vayan a darse una vueltecita a San Pietro in Vincoli y verán al Moisés cornudo de Miguel Ángel. En la Torá dice en hebreo que Moisés bajó de recibir las Tablas de Ley con karnu panav (rostro radiante o resplandeciente, entiéndase algo así como rayos de luz o aureola santa, aunque el ateo de Piergiorgio Odifreddi dice que después de cuarenta días en la cumbre del monte Sinaí, lo único que debió haberle pasado al pobre Moishe es que bajó y volvió al campamento más rojo que una pancora), y Jerónimo de Estridón en los siglos IV y V lo tradujo en la Vulgata como cornuta facies (rostro cornudo).

Pero no culpemos al pobre Miguel Ángel. Durante toda la Edad Media la iconografía católica (“mundovisión” o “universal”) presentó a los judíos como el Anticristo con cuernos. Eso de los judíos como descendientes de Satanás ya venía de Juan en su evangelio, quien hace a Yeshua decirles amablemente en el Templo: “Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre” (8: 44). La figura maléfica del cornudo y coludo les rondaba a los evangelistas pues, según Mateo, después que Pedro le dijo a mi hijo que era peligroso que fuera a Jerusalén, Yeshua le habría contestado con delicadeza: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (16: 23). Ni que decir tiene que el leal Pedro debió quedar marcando ocupado. Y yo también cuando lo escuché: Yeshua jamás hubiera dicho cosa semejante. Para mi hijo la oposición era entre Elah (Dios en arameo) y Mamón (dinero en hebreo), y no entre el Altísimo y el demonio.

Me cuesta, de verdad me cuesta, duele, pero intentaré mantener el foco: la estatua renacentista de Moisés erigida como parte del basamento del sepulcro del Papa Julio II era una imagen que conmovía profundamente a Freud, aunque sobre los cuernos de Moisés no dijo una palabra. Esto es harina de otro costal, aunque señalo al pasar que los Sumos Sacerdotes judíos dirían simplemente que el afamado y ateo psicoanalista era un hebreo que se despreciaba a sí mismo. Yo no lo creo, ni esa insensatez xenófoba y racista de que los judíos seamos el Pueblo Elegido, ni que el doctorcillo misógino y obsesionado por el sexo (como los escribas bíblicos y sus epígonos) era un traidor a su gente, aunque más vale no meterse con religiosos eruditos. Ni cristianos ni hebreos ni musulmanes, son gente muy curiosa.

Pero sí creo a pie juntillas en el dicho popular: la curiosidad mató al gato. Así que mejor volvamos a Nazaret, allende las primeras décadas de la Era Poco Común.

A la sazón, tenía que entregar un trabajo de carpintería en Seforis. Camino a la urbe montado en el pollino decidí hallar y confrontar al Espíritu Santo, y desentrañar el enigma del Parto Virginal.

 

INDAGATORIA

Soy José, el carpintero, y de detective no tengo nada. En esos años, Poe, Conan Doyle y Chesterton eran unos desconocidos.

Mientras yo buscaba a mi Claude Dauphin o Sherlock Holmes o al padre Brown, recordaba a Yeshua. Creció y yo siempre lo vi como un hijo modelo. Un joven juicioso, aplicado, apegado a la Ley de Moisés, nada farrero, escaso copete, cero pito, cero jale, y con una labia atribuida que no les digo: Pablo, Maimónides, Spinoza, Marx, Freud, Trotsky, Lenin (un cuarto judío), Hertzl, Ben Gurion, Kafka, Agon, Bellow, Singer, Oz y los Roth, no le llegarían a la rodilla.

¿No me creen? Léanse “El Sermón de la Montaña” y verán que no miento. Nadie es capaz de tamaño discurso, menos a viva voz. Hasta Jeremías lo hubiese admirado.

Digo labia atribuida, porque lo extraño de esta faceta de la historia es que Yeshua siempre fue un tris tartamudo y, a menos que lo cuestionaran, de poco hablar. Y más bien de razonamientos muy terrenales, poco dado al mesianismo o cosa que se le parezca. Reconozco a mi hijo en los acertijos, sentencias, aforismos, proverbios, y parábolas breves. Los sermones me resultan del todo ajenos al estilo de su verbo.

Tartamudo o no, yo me sentía un padre orgulloso de que mi hijo echara a los mercaderes del Templo mientras, como en todos los días previos a Pésaj (la Pascua judía que celebra la liberación del yugo egipcio), Jerusalén era un caos. Pasaban cosas raras. Yeshua y los suyos habían entrado en la ciudad, ¡Hosanna eeeh, Hosanna eeeh!, Superstar, las ramas de palma, de nuevo el pollino, y al cabo de unos días Poncio Pilatos nos ofrecía liberar a Barrabás a cambio de mi hijo. Barrabás (una curiosa ironía de Marcos, el primer evangelista, pues significa “hijo del padre”), la imagen de un auténtico judío asesino y rebelde. Ya saben por quién habría optado el Pueblo Elegido y, desde ese momento, mi hijo sangra crucificado en toda la cristiandad.

Miriam y Magdalena habrían sido testigos de su muerte y resurrección, y a poco andar apareció Pablo, mientras yo me hacía viejo en la trastienda de la historia. Sí, Pablo, ese judío aristócrata, arrogante, críptico y lenguaraz, formado al pasar en Tarso como estoico; es decir, heleno, ciudadano romano, nos la puso difícil: “Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3: 28).

¿Cómo es eso del Pueblo Elegido si todos somos hijos de un mismo Dios? Era una pregunta nada fácil de responder, muchos gentiles buena gente andaban walking around, diría Neruda. Y ninguno estaba dispuesto a que lo circuncidaran. Los hombres gentiles, me lo dijo Miriam, no tienen un pelo de tontos. Aunque me lo he preguntado muchas veces: ¿Se goza más con o sin prepucio? Son esas interrogantes sin respuesta, porque uno tiene o no tiene. ¿Y las mujeres qué opinan?, vaya uno a saber.

¿El Espíritu Santo estaba circuncidado?, le pregunté a Miriam todavía un pelín celoso, al menos si el niño no es mío, igual sería judío por las dos puntas. Tontito tú José: por irónico y blasfemo, te vas esta noche a dormir solo al taller, me ordenó. Siempre tan comprensiva mi mujer, y a mí esa noche me costó un mundo dormirme entre muebles y arados a medio terminar pensando en la Alianza vía prepucio cincelado a escalpelo.

En cualquier caso, la revelación en el camino de Damasco cobraría la cuenta. Pablo se había dado vuelta la chaqueta y vendrían los detallitos. Ni que decir tiene, eso vino con el paso del tiempo, las décadas, los siglos, dos milenios, mientras yo me di cuenta de que ese tal Pablo de Tarso era peligroso, el primer ideólogo y máximo agitador de una cruzada cuyos voceros eran los demás apóstoles, todos conversos. Marranos al revés pero a plena luz: cristianos de alma y judíos por donde se los otease (nariz, espejuelos, mirada fiera y, excepto Judas, el inconfundible acento de los galileos). Por eso los romanos por más de tres siglos no les creyeron un carajo su cuento de la conversión. Y eran peor que los judíos apegados a Elah, quienes al menos teníamos una religión reconocida. A la cruz. Tampoco lograron engañar a los españoles los criptojudíos sefardíes. A la hoguera los pertinaces.

A la sazón, decidí llegar hasta el fondo del enigma.

 

Jorge Scherman Filer (Santiago, 1955), el dueño de una mordaz e inteligente pluma

 

La novela «Jesús retorna a testificar» (Ceibo Ediciones, 2015)

 

Imagen destacada: Fotograma del largometraje «Il sole anche di notte» (1990), de los realizadores italianos Paolo y Vittorio Taviani