Cine de mundos en peligro: «Interstellar», el misterio de la nada

Este largometraje del director inglés Christopher Nolan constituye un adelanto en el pensamiento audiovisual y dramático de la filmografía dedicada a la ciencia ficción, y especialmente, en torno a ese anhelo tecnológico que ha conmovido a la humanidad desde mediados del siglo XX: los viajes siderales a través del cosmos, en busca de nuevos seres y de sus galaxias. Sin la audacia y la complejidad simbólica que tuvieron autores como Stanley Kubrick o el mexicano Alfonso Cuarón, a fin de abordar el mismo tópico, las fortalezas del realizador de “Batman: El caballero de la noche” pasan por una obra que, en desmedro de los grandes efectos especiales, apuesta por la solidez de su montaje y el virtuosismo artístico de una cámara, de una mirada, que hasta llega a “imaginarse” a esos planetas desconocidos que bien podrían albergarnos.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 8.4.2020

“Y no han visto las estrellas, / ni una, ni una / de todas las criaturas de este mundo, / de todas las edades desde que las arenas tocaran por vez primera el viento, / ni una, ni una, / ni una bestia de todas las bestias ha estado / en el pastizal o en la llanura o la colina / y conocido la emoción de mirar aquellos fuegos”.
Ray Bradbury, en “They Have not Seen the Stars”

En un tiempo cercano, del cual ya nadie desea acordarse, la Tierra sufre las consecuencias del uso indiscriminado de sus recursos naturales por parte de la civilización occidental: el suelo yace baldío, desgastado y nada bueno puede sembrarse sobre él. Los tornados de polvo transforman el aire en irrespirable, y el efecto invernadero, o un diagnóstico ambiental parecido, provocan que el oxígeno ceda su lugar al nitrógeno, dentro de los componentes naturales de la atmósfera.

Ya no se puede desarrollar la vida, bajo ninguna de sus formas, al interior del planeta, y la humanidad debe buscar otros mundos a fin de conseguir la supervivencia. Entre tanto, aconteció una conflagración global —debido a la escasez de agua y a la hambruna consecuente—, que sacudieron a gran parte de la población mundial.

Y en una región que parece ser el centro sur de Norteamérica, un granjero, un hombre viudo, un ingeniero cuarentón, un antiguo piloto de naves espaciales —de la en esa época desacreditada NASA—, intenta remontar ese catastrófico panorama cotidiano, junto a sus dos hijos, y en compañía de su anciano suegro. Cooper, así se llama ese personaje, es interpretado por el actor Matthew McConaughey.

Lo descrito hasta el instante, resulta ser el primer factor estético y cinematográfico de análisis en esta cinta: las largas secuencias que su director, Christopher Nolan, invierte en levantar un mapa más o menos claro en términos dramáticos y argumentales. Bien hiladas, muy estructuradas, las escenas y los diálogos de este fragmento de la película, rinden tributo a la mejor tradición de Hollywood al respecto.

Porque gran parte del atractivo de este largometraje, radica en aquello: en la elaboración de un relato, de una historia, de un guión, obsesivamente redactados por el mismo realizador, y su pariente, el experto libretista Jonathan Nolan. Existe categoría literaria en el sostén de este trabajo audiovisual, y sus autores se encargan de aplaudir a sus dos escritores, en un par de primerísimos planos, dejando ver claramente sus influencias creativas: el estadounidense Stephen King y el escocés Arthur Conan Doyle, el bautista de Sherlock Holmes.

El lenguaje fílmico de Interstellar (2014), dice otro tanto, y emerge la fotografía de un hábitat terrícola casi marciano, a través de una prodigiosa mezcla de todas los cuadros, técnicas y ángulos que pudiesen existir, en una concepción de montaje cuya lógica parece funcionar como los dispositivos de una máquina: la factura y el despliegue de las cámaras de Nolan y de su equipo nos entregan lo mejor que puede ofrecer la gran industria. Pero con un detalle: sus efectos especiales no son magníficos ni espectaculares, son sencillos, rotundos y logrados, en una clave donde el director desea, creemos, recalcar una visión “realista” de su imaginario acerca de la ciencia ficción.

El artista inglés, en efecto, quiere enunciarlo sin equivocaciones: lo que muestra su lente puede acontecer en un tiempo que está a la vuelta de la esquina, que podría llegar a escenificarse en una realidad, quizás, de próxima verificación. Acá la relación con Kubrick queda fuera de dudas, sin engaños, en especial por esa cinta que el maestro neoyorquino rodó con un guión que se apoyó en un crédito de Stephen King: The Shining (1980).

La cámara de Nolan, al igual que la del creador de 2001: A Space Odyssey (1968), apuesta a que su campo visual no sea para nada una caracterización de lo fantástico revestido de la alta tecnología más allá de lo posible: los autos son normales, la gente viste de manera común y corriente, la ciudad y las calles en las que transcurre el plató, invocan, asimismo, a una película de Wim Wenders, a una novela de Sinclair Lewis, o bien a un texto de Cormac McCarthy. Lo imprevisto en forma de algo mágico o inexplicable, sin embargo, puede irrumpir en cualquier instante, ya sea en una aparición, un fenómeno sin sentido, un llamado alienígena, o una señal del más allá.

En esa retórica de la ciencia ficción, explicada como una dimensión más de la realidad objetiva, es donde la cinta del autor de la última trilogía dedicada a Batman, sostiene una fracción importante de su atractivo cinematográfico y por qué no escribirlo, de su valor artístico. Y esa representación del cosmos y de los planetas que podrían albergar al género humano, que persigue la tripulación de Cooper y de la Dra. Brand (el rol encarnado por Anne Hathaway), también es lo suficientemente sugerente a fin de instalar a Interstellar, con el calificativo de un largometraje más que aceptable, con varios puntos rescatables en su realización, aparte de los ya mencionados, entre otros, la actuación de las mega estrellas Michael Caine (el Dr. Brand) y Matt Damon (en el papel del Dr. Mann).

¿Sus flancos débiles? Si bien dije que el libreto se entronizaba como una pieza perfecta en su factura inicial y en el camino dramático que sigue con el propósito de mantener el suspenso a lo largo de los extensos minutos de duración del metraje; la opción escogida por Jonathan y Christopher Nolan, para explicar su idea del misterio del universo, en fin, de la vida y del secreto de su origen, distan de transformarse en una reflexión audiovisual digna de tenerse en cuenta hacia el futuro.

Debo confesar que me acordé del periodista y escultor chileno Ricardo Santander Batalla y de su libro ¿Fue Jehová un cosmonauta?, con las especulaciones de los guionistas en torno a la quinta dimensión del espacio, la manifestación física de las horas y de sus segundos, y al discurrir de esos viajeros y seres incomprensibles que, desde el porvenir, nos ayudan y abren hoyos negros y pasadizos secretos —rompiendo las galaxias—, a fin de que el género humano pueda escapar de la hecatombe, y así poder sobrevivir y llegar a palpar, hipotéticamente, ese mismo futuro.

La referida fundamentación conceptual y dramática utilizada en este crédito por los Nolan, de hecho, corresponde a una cita audiovisual efectuada hacia dos filmes umbrales del género de la ciencia ficción: a El planeta de los simios (1968), de Franklin J. Schaffner, y a Regreso al planeta de los simios (1970), de Ted Post. El largo plano secuencia del astronauta Cooper encerrado en una cápsula del espacio—tiempo, al reverso de los libros situados en la habitación terrícola de su hija, asimismo, revalida a un notable cuento del argentino Jorge Luis Borges: “La biblioteca de Babel”.

Pero en ese ejercicio comparativo, la simbología mítico—religiosa de un Stanley Kubrick, por ejemplo, en su ya nombrada 2001: A Space Odyssey (1968), o del mexicano Alfonso Cuarón, en la reciente Gravity (2013); realizadas bajo el mismo supuesto, con el objeto de pensar audiovisualmente acerca de la soledad inherente (al parecer) del hombre ante el hecho inexplicable de la existencia y de la luz de los astros y de las estrellas, están muy por sobre —en un código hermenéutico, sin ir más lejos— a los débiles balbuceos de los hermanos Nolan.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Matthew McConaughey en Interstellar (2014).