«Había una vez en… Hollywood»: Una radiografía al mundillo del cine (o por qué insisto en que el Oscar debió ser para Di Caprio)

La reciente proyección a través de la televisión por cable del último filme debido al genio creativo de Quentin Tarantino, motivó las reflexiones de un joven escritor chileno, quien lejos de los formalismos academicistas de la denominada crítica especializada, se explaya en torno a sus personales impresiones artísticas, acerca del largometraje de ficción que acaba de ganar dos estatuillas de la Academia estadounidense este 2020.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 9.4.2020

El último trabajo de Quentin Tarantino, definitivamente, se ha vuelto mi favorito, al punto de que su cierre, francamente, se me hizo poco, casi tanto como Pulp Fiction (Tiempos violentos) en su momento. Sin embargo, reconozco que como historia tuvo más que suficiente para hacerme reír, llorar, reflexionar sobre cómo se llevan las cosas en el mundillo californiano, disfrutar las referencias a los iconos de la época (que de haber estado Stan Lee, de seguro habría hecho un cameo), y comerme una buena mano de gore contra la familia Manson que no podía faltar en una obra ambientada a finales de los 60.

Como tal, esta historia no es difícil de seguir, pues en sí, su relato es más un medio para retratar el proceso de cambios que afrontan sus personajes principales, léase Rick Dalton y Cliff Booth, interpretados por Di Caprio y Brad Pitt respectivamente, en contraste a la vida de Sharon Tate, actriz que parece tener todo bien en su existencia… y que honestamente fue más una referencia a la cultura pop que un personaje central, pero sí, hay que destacar cómo sus paneos montan la comparación con el difícil momento de Dalton en su carrera.

¡Ah! y hablando de Dalton, sería absurdo no empezar estas líneas por el elefante en la habitación.

La actuación de Leonardo, sencillamente es impecable. Hay que reconocer el mérito a su juego de representar a quien debía representar un papel, exponiéndonos la ansiedad de Dalton por mantener su status dentro del exclusivo barrio hollywoodense, su status como profesional en un periodo sin buenos papeles y donde el dinero parece estar en la zona que menos anhela explorar, sumando su claro miedo al fracaso, a la frustración, y la culpa que siente por la cancelación de la franquicia western que le lanzó a la fama tras una pésima última temporada; porque claro, cuando todo sale mal, cortan el hilo por lo más delgado, y los fans, en su soberbia, en su ira, atacan con todo su odio al elenco que solo seguía las decisiones de los altos mandos, decisiones que muchas veces van por seguir sacando más dinero a la franquicia, descuidando la presentación y el desarrollo de la misma, volviéndola muchas veces una parodia de lo que fue en sus inicios, hasta que ya no pueden sacarle un centavo más y, simplemente, la dejan morir.

Di Caprio y Tarantino plantean ingeniosamente este papel, con nuestro protagonista sorprendiendo al retratar todo ese peso en su personaje, el que, por su parte y a pesar de todo, se muestra decidido a salir adelante, hecho por el que le vemos apostar el alma en aquel piloto de su campo, una película western, interpretando, esta vez, a un villano, (algo que no había hecho la vez anterior). En este trabajo de meta-rol, Di Caprio ahonda todavía más en los miedos de su personaje, quien claramente no se siente cómodo en esta nueva faceta, pero que aún así logra encarnar a dicho antagonista, mostrándose carismático, imponente, sabiendo jugar con su entorno y marcando su propia identidad. De ese modo, nuestro amigo prueba, tanto a su equipo como a la audiencia, que Rick Dalton aún tiene mucho que ofrecer.

Este cuadro cierra con un corte que lo lleva al quiebre emocional, al desahogo, recalcando además que la industria del espectáculo no es para cualquiera y que resulta bastante admirable que lo haga tan bien. ¡Oh! y hablando de la industria, una de las escenas más memorables de este personaje es aquella donde charla con esa niña, intercambiando visiones sobre la actuación, marcando la perspectiva de una joven bien instruida, con pautas, estrategias y métodos de trabajo, en contraste a la de un experimentado que siente que ha tocado techo y se proyecta en las nuevas generaciones de su oficio, queriendo volver a sentir otra vez la inocencia de sus inicios, para así, por fin, dejar de sentirse un inútil, en lo que se confiesa indirectamente, logrando que la chica empatizara con él, al igual que la audiencia.

El arco de este personaje cierra entonces al momento en que decide aceptar el cambio en su vida, sale de su zona de confort, grabando rodajes en Europa que lo pondrían de nuevo en la mira de los elogios. Este momento de éxito le traería además el amor, pero al mismo tiempo, la separación con su doble de riesgo y amigo, porque lamentablemente, muchas veces los cambios implican seguir caminos separados. No obstante, se vuelve bastante apreciable que dichos vínculos no se pierdan por ello.

Lo único que odio de esta película, es el hecho de que la Academia no premiara a Di Caprio con la estatuilla, porque francamente se la merecía más que su compañero.

Pero bueno, acabamos con Dalton, vamos a Cliff.

El doble de riesgo de este actor acomplejado es, a la vez, la contraparte social de la realidad de este mundillo, donde las estrellas se la pasan en su cielo privado de la Mansión Playboy, mientras que los demás se acurrucan en su pedazo de suelo “viviendo el día a día”, tratando de sobrevivir en trabajos cada vez más inestables, donde las esferas de poder se regodean por quién merece sus migas y quien no, y que al menor movimiento te pueden rajar, y no hay peros que te defiendan. Nada más lejos de la realidad. En ese punto también se refleja la otra cara de quienes ejercen la actuación, donde el ego marca su peso y sorprende por hacer presencia en las caras que menos esperabas, caras que luego tapan todo con amables sonrisas frente a la prensa (en serio, no me lo esperaba de Bruce Lee).

Por otro lado, los ojos de Cliff nos permiten dar un paseo por la ciudad, llevándonos a conocer la propagación del movimiento hippie, cuadros de sus costumbres y su particular modo de vida apartado de lo convencional.

Hasta este punto, sé que muchos van a dividirse, y es que el estilo de vida hippie puede ser muy parecido a lo que en Chile llamamos punkies, sujetos que se allegan en un terreno sin pagar cuentas, sin trabajar y dedicándose a beber, drogarse y tener sexo todo el día, razón por la cual, muchos del proletario les guardan repudio. Entendible. Pero lo gracioso es que Tarantino nos muestra, en parte, que estos tipos al menos se ganan la vida con el turismo; no de lo más formal, pero dedicados a sus labores (y al parecer, también a la prostitución). A esto se le puede sumar su estructura matriarcal, cuyos varones demuestran brindar su apoyo a las mujeres del grupo, apoyo que… no parece muy recíproco (no los culpo, que un mastodonte como Brad Pitt te dé una golpiza, es para hacerse bolita).

Lo que sí debo decir que me disgustó del trabajo de Pitt en este rodaje, es lo simplista que resultó él mismo (siento que Quentin se pudo explayarse un poco más en el desarrollo de su personaje). ¿Qué quiero decir con esto? Básicamente que Cliff no es más que otro rubio bonito, fuerte, rompe-traseros, y Pitt resultó ser lo mismo que en cada filme donde aparece. No digo que lo hizo mal, al contrario, pero en comparación a su compañero, su papel no ofreció nada nuevo (y de paso, no era para el Oscar). Distinto hubiera sido de haber profundizado en su situación económica y reflejar el cómo pesa la inseguridad en su rubro, jugando con los matices, o algo con lo que empatizar con Cliff y que su presentación fuera más que el mismo maniquí de siempre.

Bueno, nadie es perfecto (igual, no es como si la compañía hubiera censurado esas escenas si Quentin hubiese expuesto verdades incómodas. ¡No, para nada!).

El resto del rodaje no lo quiero nombrar, no quiero arruinarle la sorpresa a quienes aún no lo ven. Solo diré que es todo lo que podemos esperar de una película de Tarantino. Una locura salvaje contrastando armoniosamente con el drama y la superación (sumado el rugir de una llamarada). Una locura que al mismo tiempo genera su buena carga de angustia, considerando que se acerca el retiro del genio, pero que captó como solo él podría una radiografía de su oficio, exhibiendo luces y sombras, instantes de crisis y destellos en estos, destellos como los que tuvo Cliff, especialmente su amigo Dalton, quien nos enseñó que las nuevas oportunidades pueden ser algo más que el fin, que pueden ser momentos para redescubrirnos y llegar más lejos de lo que creíamos, así como también para enamorarnos, romper prejuicios, dejar ir lo que debe irse. Soñar. Y recordarnos que los procesos pesan más que los resultados.

En resumen, ya para despedir estas letras, solo puedo decir que esta película, como las otras, ya tiene un lugar especial en mi corazón, al punto en que me hizo emocionar, incluso más de lo que me emocionó Django Unchained en su momento. Sí, es una película simple, fácil de seguir, con un cierre muy abierto y que te hace pedir por más, pero una carga emocional tan fuerte, y un trabajo actoral tan bueno, que vale la pena verla una y otra vez.

Algo a agregar es que, entre líneas, da a entender que parte de su historia tiene un sabor a despedida, algo que los fans de Tarantino, imagino yo, deben estar ya procesando. En lo personal no me molestaría que este fuera el adiós del maestro, sus trabajos han sido impecables y con historias como esta, podemos decir que se merece su descanso.

Bueno, solo el tiempo dirá cuando se retira este genio. Hasta entonces, compremos una cerveza y disfrutemos de esta cinta, porque no todos los días surgen relatos como este. Así que brindo por eso, y por las que están en camino.

Un brindis por Tarantino.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, aunque ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Había una vez… en Hollywood (2019), de Quentin Tarantino.